Valga
la paradoja que en el mismo momento en
que se ha anunciado el definitivo triunfo del sistema democrático, vemos como empieza
a ser cuestionado y van apareciendo elementos
que preanuncian próximas crisis.
El
avance de las derechas ultranacionalistas, fascistas y xenófobas en muchos
países europeos; la vuelta de golpes cívico militares en América latina, a
veces disfrazados de golpes palaciegos y otras, a la vieja usanza con el uso de
las fuerzas militares como ariete y gendarme, siempre apañados y alentados por
los intereses del Gobierno de EEUU; el levantamiento y la protesta de muchos
pueblos contra las políticas de ajuste y saqueo, impuesta por el FMI, son solo atisbos de la crisis
imperante en el mundo.
La
democracia que vivimos hoy se expresa en una de sus formas: la democracia
liberal, parlamentarista y representativa, aun con una figura presidencial fuerte, como es el caso de EEUU.
Y
es aquí donde comienzan los cuestionamientos y las señales de alarma.
En
principio la democracia liberal imperante lleva consigo asociada a la
globalización económica y financiera que rige el mundo; el resultado de este
maridaje son las profundas desigualdades sociales, el aumento de la pobreza y
de las situaciones de miseria y exclusión social que afectan a importantes
sectores de la población de esos países, incluso en sociedades desarrolladas y democrático-liberales.
Es
probable además que estas señales de crisis se vean profundizadas por las profundas transformaciones económicas,
tecnológicas, culturales y sociales que vive el mundo hoy. Este cambio global
por un lado abre para algunos un panorama de optimismo, para otros, para muchos,
despierta fantasmas apocalípticos.
Del ascenso de la
democracia liberal.
A
fines del siglo XIX y principios del XX, las sociedades modernas se enfrentaron
a transformaciones, producto del paso de
la sociedad burguesa y el capitalismo colonial a la sociedad de masas y el
capitalismo industrial. Este proceso se vio acompañado por un impresionante
cambio tecnológico que no solo afectó lo
productivo sino que también cambio las formas sociales y familiares. Emergen
los partidos políticos, los sindicatos, la lucha por la ampliación de derechos
sociales y políticos, la creciente concentración y centralización del poder político,
la progresiva importancia del liderazgo político, el surgimiento de los
movimientos populares en la periferia con su lucha anti colonial, fueron
generando un mundo nuevo, no sin contradicciones y violencias
El
fin de la segunda guerra mundial, con la
derrota del fascismo y el triunfo del capitalismo anglo yanqui, revestido en
formas democráticas liberales, abre en Occidente un panorama de expansión de la
democracia.
En
Latinoamérica, recién en los años ochenta, se inicia un proceso continuo de
gobiernos democráticos, luego de décadas de gobiernos militares, alentados y prohijados por EEUU en defensa de sus intereses imperiales.
Está
claro que la legitimidad de la democracia en un fenómeno relativamente nuevo en
la historia moderna.
Es
necesario acentuar que el periodo de postguerra y hasta casi fines de los ochenta la democracia venia
asociada a la lógica del fortalecimiento de los estados y dentro de ellos al
estado de bienestar. En ese tramo histórico democracia, bienestar y progreso y
social eran casi sinónimos, por lo menos en los países centrales y aquellos
periféricos pero que habían alcanzado algún grado de desarrollo. Este eje
se rompe con el fenómeno de la
globalización y el cambio de paradigmas del capitalismo, que en su afán de maximizar su tasa de ganancia rompe las
reglas del viejo capitalismo productivo por uno basado en la renta financiera,
la concentración, el monopolio y la sobre
explotación de los recursos naturales y humanos. Para lograr esos objetivos
debe desarmar los estados nacionales, debilitarlos y ponerlos a su servicio,
hacer desaparecer el estado de bienestar tal como lo conocimos y debilitar
también los procesos democráticos, vaciándolo de contenido y política.
Lo
cara visible de la crisis de la democracia liberal es expresado por el nuevo
rol del ser humano, deja de ser un “ciudadano” para ser un productor –consumidor, en el mejor de los
casos, que pierda su carácter de sujeto político, acreedor de derechos sociales
y políticos.
Al
mismo tiempo como resultado de las políticas neoliberales, en los países se da un
fenómeno de concentración de la riqueza en aquellos sectores o clases que ya la
poseían, mientras se condena a amplios sectores populares al desempleo y la
pobreza. Esta concentración de riqueza
va acompañada naturalmente de mayor concentración del poder político. La
democracia se va convirtiendo en un régimen monopolizado por los ricos y al
servicio de las clases más pudientes. El
sistema democrático deja de representar a los sectores populares y empieza a
ser cuestionada en su legitimidad al no poder canalizar dentro de sus
instituciones las demandas sociales.
Si
bien hay numerosos autores que sostienen la decadencia o crisis de la
democracia liberal, tanto autores de derecha como de izquierda, Carl Schmitt o
Harold Laskin, por ejemplo, existen otros que con Kelsen sostienen “que si bien
el parlamentarismo atravesaba por diversas dificultades, nada permitía sin
embargo hablar de crisis, bancarrota o agonía del mismo”
Para Kelsen que dadas las condiciones de la
sociedad industrial y de masas que vivimos, la democracia - dada la magnitud y
la pluralidad de fines inherente a las sociedades modernas únicamente puede ser
una «democracia mediada, parlamentaria», esto es, una democracia “en la que la
voluntad colectiva que prevalece es la determinada por la voluntad de la
mayoría de aquellos que han sido elegidos por la mayoría de los ciudadanos”.
Esta defensa de la modelo hecha por Kelsen
nos muestra claramente sus limitaciones y la razón del porqué de los
cuestionamientos.
En realidad la democracia liberal se convierte en un
gobierno dirigido por una minoría, elegida supuestamente por una mayoría en un
acto electoral.
Así los derechos políticos del ciudadano en
una democracia se reducen en síntesis a
un mero derecho de sufragio periódico.
Queda claro que deja de existir el sujeto
ideal “pueblo” para ser reemplazado por una clase dirigencial, a veces de
origen político, pero en las sociedades neoliberales cada vez más son
reemplazados por hombres y mujeres provenientes de las corporaciones y los
estamentos de negocio. Está claro que esta democracia así concebida no puede
dar respuestas a los diversos y antagónicos intereses sectoriales de las
sociedades actuales.
Kelsen
sostiene frente a las críticas de la izquierda y las propuestas «corporativas»
de la derecha, que la democracia moderna “descansa sobre los partidos
políticos”. Es más, requiere «un Estado de partidos» en tanto que éstos son las
organizaciones que expresan los diversos intereses, las ideologías imperantes,
agrupan en su seno a los ciudadanos, construyen voluntades políticas, forman
dirigentes y opinión pública e inciden
en la marcha de la cosa pública.
Esta
opinión de Kelsen nos muestra otro de los factores que explican la crisis
actual del modelo.
Si bien esta visión, si bien muy
eurocéntrica, define el rol de los
partidos políticos tradicionales, restringidos a algunos países centrales en el
siglo XIX y más generalizado durante el
siglo XX, pero que ahora en el siglo XXI han ido perdiendo identidad y peso
político.
La pérdida de legitimidad de los partidos
políticos en general y de la política en particular es un fenómeno mundial.
Por un lado sufren las consecuencias de la
perdida de legitimidad de la democracia liberal como sistema, pero por el otro,
el neoliberalismo imperante en el mundo, es también un proyecto políticos de
dominación y sometimiento de países y pueblos; dentro de cada país a su vez hay
minorías asociadas al modelo global que se apropian de los recursos pero
también del poder político. En ese marco la democracia y la política son
peligrosas para las elites. No es casual el constante accionar de los medios de
comunicación con mensaje demonizando a la política y los políticos y a su vez el
sistema fue cooptando dirigencias políticas y las puso a su servicio. Es
notorio por ejemplo en la mayoría de los países europeos el trasvestismos de
los viejos partidos social demócratas, que abandonaron el socialismo pasaron a defender el modelo y las ideas de la
globalización neoliberal, vendido y propagandizado como el modelo único.
El lugar de los partidos políticos fue siendo
ocupado las corporaciones, las empresas y un nuevo actor, las organizaciones del tercer sector,
supuestamente apolíticas que trabajan para el bien común. Además aparecen nuevos dirigentes “apolíticos”,
provenientes del sector empresario, el deporte o la cultura y el espectáculo.
Debe quedar claro que siempre detrás de una supuesta apoliticidad se esconde
una ideología de derecha neoliberal.
Para
sintetizar el viejo ideal helénico de la
asamblea de ciudadanos que participan de forma directa y cotidiana en la toma
de decisiones sobre la polis, la democracia moderna se ha convertido en un sistema
que restringe ese ideal de autodeterminación y participación
política de los pueblos.
La
respuesta por derecha a esta crisis es la construcción de una democracia
restrictiva, que no hace más que profundizar los errores y limitaciones que
venimos refiriéndonos. Y en algunos casos extremos, como Brasil y algunas
democracias europeas un corrimiento hacia formas autoritarias cuasi fascistas.
Algunas conclusiones
desde la periferia:
En
este punto está claro que no se
debe confundir la mayor o menor
hegemonía de la democracia liberal con
la legitimidad del ideal de democracia.
La
crisis que se vislumbra es la crisis de la democracia liberal representativa, y no necesariamente con la democracia en sí,
que es mucho más que las viejas formas parlamentaristas que expresa la
ideología neo liberal asociada.
El
lógico pensar que el maridaje entre democracia liberal y neoliberalismo, está
conduciendo hacia una gran crisis, no solo del capitalismo globalizador sino
también a las instituciones democráticas que le dan sustentabilidad.
El
neoliberalismo como un parasito se
enancó en la democracia liberal, pero
ahora habiéndola agotado, necesita otro anfitrión, por eso la búsqueda de
regímenes democráticos más restrictivos o directamente hacia dictaduras, muy
autoritarias en lo político y liberales en lo económico.
Es
indudable que la respuesta de los movimientos populares en Latinoamérica, debe
pasar por la construcción de modelos económicos y políticos enraizados en su
historia y tradiciones.
Primero
y sobre todo ante la despolitización de la sociedad que plantea el
neoliberalismo hay que ponerle más política. La política es la única
herramienta que tienen nuestros pueblos.
Ante
la agudización del individualismo, del egoísmo como motor de la vida,
construyamos comunidad, solidaridad, organización y unidad de los pueblos.
Ante
la crisis de la economía liberal construyamos otro modelo más solidario, basado en la producción y el trabajo y no en
la usura, sostengamos que el hombre es el sujeto de la economía, que solo el
trabajo genera riquezas y que por lo tanto esa riqueza debe ser distribuida
entre quienes la generan. La economía está subordinada a la política y esta al bienestar de la comunidad.
Ante
la crisis y el debate sobre la democracia, la respuesta no es la búsqueda de
modelos autoritarios o mesiánicos, porque estos solo le sirven a las oligarquías
locales y a los intereses del imperialismo.
Hay
que construir más democracia, una democracia que rompa los estrechos límites
del modelo parlamentarista representativo, por un modelo de democracia social,
participativa y humanista
Argentina
cuenta con historia y tradición de democracia directa, ya desde los
“cabildos” de la época colonial, atisbos
de una democracia donde los vecinos participaban directamente de los asuntos públicos
hasta el peronismo generador de un experiencia histórica muy rica en cuanto a
la construcción de un modelo de democracia diferente y que quedó plasmada en la
constitución de 1949, verdadero hecho revolucionario para su época. Esa
constitución fue derogada por un golpe militar y denostada y olvidada, por los
sucesivos gobiernos, pero marca un camino viable, realizable y sustentable para construir otro país.
Ante
la crisis de la democracia liberal opongamos más democracia, donde el sujeto
sea el pueblo organizado y empoderado.
Por
ultimo creemos conveniente citar a JDP: “la
República Argentina debe edificar un nuevo proyecto de civilización alternativo
al capitalismo liberal. La Comunidad Organizada es un programa de democracia
social, participativa y humanista que reconoce y que garantiza los derechos de
las personas y que establece una clara conciencia de sus obligaciones. El
individuo solamente se realizará en una Comunidad liberada y su destino estará
directamente ligado al del conjunto de la colectividad”
Antonio
Muñiz
Diciembre
de 2019
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