Margaret Mead: “Cuando alcanzamos a conocer todas las
respuestas, nos cambiaron las preguntas”.
“Claro que la batalla es dura, y será dura y difícil.
Se trata del arte de hacer posible lo que ha parecido y sigue pareciendo a
muchos como un imposible.” Hugo Chávez.
En octubre de 2017 el
macrismo volvía a triunfar en las urnas. La derrota en la provincia de Buenos
aires de CFK, pareció consolidar el
poder del Pro y la profundización de sus
políticas de reformas estructurales regresivas.
Así lo creyó Macri y su equipo y además los
creyeron sectores de la oposición y de la intelectualidad “progre” que parecieron rendirse ante el avance arrollador de esta
nueva derecha.
Sin embargo el pueblo le dio un cachetazo a
esta falaz realidad. Cuando el macrismo avanzó en las reformas laborales y previsionales
el pueblo se movilizó ante las puertas del Congreso. Y pesar de la fuerte
represión y la cobertura cómplice mediática, el gobierno fue derrotado,
iniciándose una crisis económica y política que perdura hasta hoy.
Solo el acuerdo entre gallos y medianoche con
el FMI salvo la gestión de Macri, que
enredado y en retroceso por los
conflictos, que el mismo había generado se iba construyendo una salida en “helicóptero”.
La entrega de pies y manos del gobierno al FMI
y los intereses del país a los grupos concentrados internacionales, logró
estabilizar la situación económica y financiera, dando aire político al
gobierno; que ahora apela y se agarra con fuerza a la reelección de las
principales figuras del gobierno en las próximas elecciones de este año. Sin
embargo esto parece ser una ilusión difícil, ya que todo el 2018 se vio marcado por las luchas en
la calle de los sectores populares en
contra de las políticas del gobierno. Si bien la falta de políticas claras de las conducciones políticas y gremiales,
las decisiones medrosas y en algunos casos cómplices de parte de esta
dirigencia, entorpeció y puso límites a las acciones de los distintos grupos y
sectores movilizados y dio algo más de aire al gobierno macrista.
La falta de una conducción coordinada de la oposición, clara y confrontativa contra el modelo terminó favoreciendo la perduración del gobierno y de sus
acciones, dejando para el futuro una herencia de una complejidad difícil de
sobrellevar. El endeudamiento externo, la inflación galopante, las política de
ajuste permanente, la
desindustrialización y su secuela de desocupación y miseria, tarifazos y traspaso
de recursos de los sectores populares hacia los grupos económicos “amigos del
presidente”, un país atado a los
intereses del FMI y los fondos buitres. Estamos ante un proceso de destrucción
sistemática del país, de saqueo de sus recursos, de formateo de nuestra
cultura, nuestra historia y nuestro
sentido común. Estamos sometidos a una
guerra psicológica y cultural muy fuerte por parte de los medios concentrados
que no solo tabican la realidad, ocultan la verdad de este gobierno e instalan
un discurso único, el neo liberalismo como único camino.
Ante este escenario, lamentablemente, la dispersión en el campo popular es grande. Las
derrotas y retrocesos de los movimientos
populares que gobernaron la región en las últimas décadas han dejado sus secuelas.
El ejemplo más contundente de este proceso fue
el derrocamiento, en un golpe palaciego, de Dilma Roussef, la prisión y
proscripción de Lula, y el triunfo de Bolsonaro, un militar fascistoide, que es
la cara más dura y patética del modelo neoliberal en la región. Mientras el PT
se derrumbaba en pedazos, los sectores
populares, muchos de ellos beneficiarios de la gestión, miraban el fenómeno por
tv o peor acompañaron con su voto al bolsonarismo. Si bien Brasil y el PT no
tienen la capacidad de lucha callejera, que si tienen otros países de la
región, su lastimosa caída, muestra la debilidad de construcción petista. En
varios `países de la región hubo procesos similares de avance de políticas
neoliberales, prohijadas por el
Departamento de Estado de EEUU y las oligarquías locales. Como castillos de
naipes fueron cayendo los distintos gobiernos populares, desde Lugo en Paraguay
hasta CFK en Argentina. Cada proceso fue distinto, pero en todos los casos fue
sintomático como la derecha recuperó el poder y avanzó rápidamente sobre las
conquistas populares, obtenidas en las últimas décadas. Casi sin resistencia y
en muchos casos con el apoyo de sectores que acompañaron el proceso reformista
y que luego en una vuelta de tuerca se aliaron con el nuevo poder. EL ejemplo
más patético de este travestismo es Lenin Moreno, que no solo traicionó a su
antecesor, sino que además con sus políticas intenta destruir todo lo
logrado por el gobierno anterior. Lo
mismo puede decirse de Argentina, donde muchos ex funcionarios, legisladores y
gobernadores pertenecientes al gobierno kirchnerista, acompañaron y dieron
gobernabilidad a muchas de las medidas
del nuevo gobierno en cuanto a endeudamiento y destrucción de los logros
anteriores. Además de permitir por acción u omisión la persecución judicial de
muchos ex funcionarios y de la misma Cristina Kirchner.
La única explicación posible es la debilidad ideológica
de esos gobiernos, la falta de una vocación de construcción de poder popular
para iniciar un camino de reformas profundas en las ya arcaicas instituciones
políticas latinoamericanas. Un “progresismo” vacío, un reformismo tibio, que
ante el menor conflicto se arrojó a las manos de la derecha neo liberal, como
es el caso de Dilma, que entrego el manejo de la economía a la ortodoxia
económica, lo que la alejo de sus bases populares y así aislada fue un fácil
trofeo para las intrigas palaciegas.
Hay dos ejemplos de donde abrevar, Venezuela,
que más allá de sus errores y contradicciones,
fue y es un régimen político que apostó
a la movilización y a la organización popular: puede así resistir el embate
de EEUU y de todos los países
latinoamericanos. Aislada y bloqueada, Venezuela resiste por voluntad de su
pueblo. El otro ejemplo es Bolivia, donde también una conducción clara apuesta
a la organización de poder popular en una férrea defensa de los intereses
bolivianos.
Frente
electoral o movimiento nacional
La política tradicional se apresta a la construcción de un frente
anti Macri. Un “todos contra Macri”. Es cierto que es necesario pensarlo y
afrontarlo, pero no se puede subordinar toda la construcción política a una
estrategia electoral.
Esa lógica de esperar el 2019, no generar
demasiados conflictos, tener miedo a la calle, al desborde y la violencia que
pudiera gestarse en las luchas callejeras. No empujar a este gobierno a una salida prematura y mostrar una
oposición “seria y responsable” es una falacia que solo permite al gobierno
profundizar sus políticas de daño y destrucción. Además ha debilitado las luchas populares, que
fracturadas y aisladas del conjunto no alcanzaron en ningún momento la
envergadura opositora ni el nivel esperado.
Por ejemplo las luchas de los gremios docentes, una causa justa que
alcanzo su clímax con la muerte de dos docentes en Moreno, mostró el camino, la unidad de los docentes, con el resto de la
comunidad local en una sola lucha por la educación y las condiciones como esta
se lleva a cabo. Sin embargo la rica experiencia de Moreno quedo aislada, ya
que no pudo superar el localismo y nacionalizar el conflicto.
Además la lógica de construcción basado en lo
electoral no tiene potencia, esperar y creer que un modelo de neo colonialismo como el que sufre toda
América latina puede ser vencido en las urnas, en un proceso democrático
liberal es no conocer la historia de fraude y violencia que han sufrido
nuestros pueblos cuando priman las políticas del imperio y sus oligarquías locales. Solo hay que ver la historia de nuestros
países para ver cómo actúa la derecha,
su falta de escrúpulos y de límites. La derecha entiende el poder y lo usa.
Por ello apostar a la construcción política
con un objetivo puramente electoral está destinado al fracaso.
La posibilidad concreta de una victoria del macrismo en las
próximas elecciones, cuando es un gobierno que no puede mostrar un solo logro,
cuando todos los números de la economía le dan pesimamente mal y cuando amplios
sectores populares y medios son permanentemente agredidos, muestra más que la
fortaleza del gobierno, la debilidad de
las fuerzas opositoras.
La construcción de una gran fuerza
opositora debe hacerse sobre la base de la lucha en todos los
terrenos, sobre todo en la calle. Es necesario un proceso de unidad del campo
popular que sume a todos los sectores
sociales agredidos por el modelo, pero sobre todo a los trabajadores, en una
nueva síntesis movimientista.
En necesario también generar un programa de
gobierno serio y sustentable, que permita sostener un accionar planificado para
no solo ganar una elección sino sobre todo gobernar y modificar las estructuras políticas y económicas que
dieron sustento a este modelo. No avanzar en las causas profundas, intentar contener
y administrar la crisis que vamos a heredar solo nos garantizara el fracaso. La
crisis puede devorar a cualquier
gobierno puramente reformista.
Es necesario pensar la construcción política
desde el fortalecimiento de las organizaciones populares, una construcción de
abajo hacia arriba. Una construcción abierta y participativa, que genere a su vez una nueva dirigencia, más ligada a
la gente y a sus necesidades; menos políticos profesionales y más militancia
política y gremial, menos marketing y más política, una dirigencia surgida desde la lucha diaria;
una nueva dirigencia que “mande obedeciendo”, al decir del Sub comandante
Marcos. Una dirigencia al servicio de su gente, y no una burocracia al servicio
de sí mismas.
Construir el movimiento nacional, con unidad, solidaridad
y organización, llevando adelante un programa de liberación nacional y social,
levantando su grito en las calles, con presencia en cada conflicto, acompañando cada movida popular, instalar una agenda
propia, acorralarlos, quitarles la iniciativa, ese es el camino. Si se logra
eso el 2019 es un camino llano, ya que el modelo macrista debe ser derrotado
antes, las calles y en la mente de cada
argentino bien nacido.
Antonio Muñiz
20 de enero de 2019
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