El 10 de diciembre de 1983 se dejaba atrás el
golpe de estado más violento, cruel, pero también más coherente desde lo ideológico
que puso en jaque a las instituciones de
la democracia argentina durante el siglo XX.
El proceso cívico militar iniciado en 1976,
con sus secuelas de muertos y desaparecidos, de terror y atraso cultural, de
miseria y destrucción de la economía productiva, fue la tentativa más sólida de
nuestra historia política por imponer un modelo de sociedad pre peronista,
modelada bajo los intereses de la elite oligárquica histórica, la gran burguesía
concentrada, los lineamientos político y económicos del Consenso de Washington y la Comisión Trilateral
y tutelada por los fusiles del poder militar.
El “fracaso” del Proceso fue marcado sobre
todo por la derrota militar en Malvinas, pero también por la situación
económica, política y social imperante. Sin embargo muchos de los “errores”
fueron objetivos claros del proceso.
El país registró en 1974/75 los indicadores de
actividad industrial y participación de los asalariados en la economía más altos
de su historia y las tasas de desempleo y desigualdad más bajas, al igual que
la relación entre la deuda pública externa y el Producto Interno Bruto (PIB).
En ese año la Argentina alcanzó su máximo
nivel de industrialización y las menores tasas de desempleo y desigualdad.
Las políticas económicas del proceso cívico
militar iniciaron una serie de medidas destinadas a romper la estructura
industrial montada hasta el momento. Se iniciaría una política económica basada
en el neoliberalismo, que privilegiaba las actividades rentístico-financieras
por sobre las productivas, primarizacion de la economía, servicios, industrias
concentradas y extranjerizadas, con una gran deuda externa, que financió todo
ese proceso pero condenó el futuro de la Argentina en las siguientes décadas.
Este proceso, aunque incompleto, por sus
contradicciones internas, más la poca viabilidad económica y política, dejó una
huella de ruptura no solo con el pasado industrializador de ciertos sectores
sociales, sino que también generó una grieta social que rompió de alguna manera
los lazos sociales que habían imperado durante los anteriores cincuenta años.
(1)
Estas políticas neoliberales, con sus secuelas
de ajuste permanente, pobreza, exclusión, destrucción de las pymes y el
trabajo, generación de deuda y fuga de capitales, apuntan siempre a una
pauperización de las clases populares y medias, una sumisión a las políticas
del FMI y los intereses de EEUU en la región, fueron continuadas por los
gobiernos siguientes, tanto Alfonsín, con los planes Austral y Primavera, que culminaron con una
híper inflación del 1400% durante el
final de su mandato y el comienzo del menemismo. Menem profundizo estas
políticas y además consolido la privatización de los servicios públicos, la
desindustrialización y la extranjerización de toda la economía; el gobierno de
la alianza no pudo ni supo desmontar la convertibilidad en crisis. Esta le estallo
en las manos, marcando el final de la penosa experiencia neoliberal en una
crisis casi terminal para la Argentina. (2)
Cuesta
abajo
Hacia 1974, la Argentina registraba una tasa
de desocupación del 2,7 por ciento, 8% de pobreza y apenas un 10 % de
informalidad laboral.
De allí en más comienza un franco deterioro en
la distribución del ingreso, al calor de políticas neoliberales de ajuste
permanente, que marcaron el periodo desde 1976 hasta la crisis final del modelo
neoliberal en 2001. Por ejemplo la desocupación pasa de 2,7 en el 74, 17,5
durante el menemismo y llegando al 21,5 en la crisis 2001/02.
La
participación, cercana al 50%, de los
asalariados alcanzó su máximo histórico hacia el año 1974. Desde entonces, la
tendencia ha sido –con grandes oscilaciones– decreciente, con niveles muy bajos
durante la última dictadura militar, así como durante la crisis hiperinflacionaria
de la década de 1980. Si bien los primeros años de los noventa presentan una
recuperación relativa, volvió a descender sostenidamente hacia el final de la década.
Es así
que desde 1974 hasta el 2015 la caída
del salario real es cercana al 40%. De la mano, se consolida una fuerte
fragmentación entre los distintos
sectores y rubros y sobre todo entre los registrados y los que no (en negro).
Otro
índice que marca la decadencia del país, fruto de décadas de
neoliberalismo, lo indica la evolución del índice Gini, que fue de 0,35 en 1974, paso
a 0,40 durante la dictadura y a 0,46 durante el alfonsinismo, 0,50 en el
gobierno de Menen y 0,55 durante la crisis del 2001. Este índice que mide el
nivel de igualdad social, donde 0 es el mayor índice de igualdad y 1 el máximo
de desigualdad, baja a 0, 364 para el primer trimestre de 2015, cercano a los
valores del 74.
Está
claro que los peores índices macro económicos se dieron durante la crisis
2001/2003, con índices muy altos de pobreza, indigencia, desocupación e inflación,
El proceso de salida de la crisis, comenzado por Duhalde y continuado y
profundizado por Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner significo un
quiebre en el largo invierno neoliberal (1976/2001).
En el
periodo, todas las políticas estuvieron orientadas a re industrializar, crear pleno
empleo, crear un marcado interno, paritarias libres, la búsqueda de la integración política y
comercial con los países de la región, políticas sociales de inclusión y
asistencia hacia los sectores más pobres y vulnerables. Todas esas políticas permitieron una mejora
sustancial en la economía, pero sobre todo en lo social y cultural, ya que el
trabajo como eje es fundamental en la construcción de una sociedad más justa e
integrada.
Por supuesto
hubo errores y limitaciones, pero el
balance general es altamente positivo.
Sin
embargo, producto de errores y contradicciones internas, nuevamente un partido
de ideología neoliberal ha vuelto a tomar el gobierno partir de 2015, esta vez
llega con la fuerza de los votos y con consensos para la aplicación de estas
viejas recetas neoliberales.
Los
resultados de los primeros 3 años de gobierno muestran un escenario muy
preocupante por los pésimos resultado económicos, sino también por los altos
índices de corrupción interna, deterioro
de las instituciones democráticas, la colonización de la justicia, al servicio
del gobierno de turno y usada como arma de persecución de la oposición, un programa
económico impuesto por el FMI de ajuste, endeudamiento y saqueo de la riqueza
de los argentinos, presos políticos, una concentración de medios audiovisuales
que operan como vocera de las política gubernamentales y una situación de
violencia institucional destinada a amedrentar el conflicto social, etc.
Situaciones estas que nos llevan a etapas pre democráticas y autoritarias.
En
cuanto a los números de la economía, vemos que tenemos el índice inflacionario más
alto desde los últimos 27 años, cercana al 50 % anual, una deuda externa de más
de 150 mil millones de dólares, un fuga constante de divisas, un ajuste
impuesto por el FMI que es imposible de cumplir, por lo que iniciamos periodo
de ajuste tras ajuste, hasta llegar al default más temprano que tarde, cierre
de pymes, sobre todo aquellas que operan sobre el mercado interno, la pérdida
de más de 100 mil puesto de trabajo en blanco. El aumento de la pobreza y la
indigencia llega a niveles cercanos a la crisis del 2001, producto del alza de
los servicios públicos más el aumento de precios dolarizados sobre los alimentos
más básicos. Hoy más de 13 millones de argentinos son pobres y peor uno de cada
2 niños es pobre.
Vamos
hacia un escenario terrible con consecuencias sociales imprevisibles y de larga
permanencia en el tiempo...
Es
indudable que el balance de estos 35 años de democracia deja un saldo negativo
en cuanto a las cuestiones y necesidades de amplias franjas de la población,
Hoy vivimos por debajo de los estándares de la década del 70. El deterioro de
la calidad de vida de los sectores populares y
medios es notorio, acentuada en los últimos 3 años.
“Con la democracia, se cura, se come y
se educa”
idea fuerza de la campaña alfonsinista demostró ser falaz, la democracia formal
que vivimos no puede dar respuesta a las cuestiones básica, por eso su desprestigio
y el desprestigio de la clase política.
En
realidad vivimos bajo una democracia formal débil, cooptada por los grandes
grupos económicos y la política de los países dominantes. Solo así es posible
explicar como un gobierno minoritario en las cámaras, que gano por escaso
margen, que incumplió todas sus promesas electorales, pueda en meses desmontar
el andamiaje construido por los 12 años de kirchnerismo, que pueda entregar el patrimonio común de los
argentinos a los intereses extranjeros, endeudarnos en niveles ni siquiera
alcanzados por la dictadura n militar, empobrecer a la clase media y populares, encarcelar opositores y poner a
toda las leyes entre paréntesis, para
uso y provecho de su clase social.
En realidad vivimos en una sociedad cuya institucionalidad
está basada en reglas republicanas del siglo XIX, donde no se permite que el pueblo “delibere y
gobierne”. Y donde cualquier acción popular opositora al régimen puede se
castigada bajo el delito de sedición.
Es necesario avanzar en mecanismos de
“delegación” y no de “representación”, delegaciones que puedan ser revocadas en
cualquier momento por el voto popular.
En realidad la democracia que vivimos es un
gran aparato legal y cultural, comenzando por
la aberrante constitución de 1994 y todo el andamiaje legal pergeñado
por la dictadura y perfeccionado por
Menen -Cavallo destinado a
cuidarle los privilegios a los dueños del poder económico y los
intereses extranjeros.
Todo este aparato que regula y dar forma al Estado está destinado
a favorecer los intereses de la banca, en especial la extranjera, a la
oligarquía, “dueña” histórica de la Argentina, a la empresas monopólicas y en
general a todos aquellos sectores que se apropian de la renta de los sectores
populares.
Solo la construcción de otra democracia donde
el pueblo sea actor y sujeto directo, donde prime la voluntad popular a través
del voto pero también a través de la participación directa, donde los derechos
civiles, pero también los sociales sean derechos reales y no meras menciones
como el artículo 14 bis de nuestra constitución.
La construcción de una nueva democracia
requiere modificar nuestra carta magna. Pero esta constitución y todas las
leyes complementarias que se deben dictar para poner límites a estas periódicas
restauraciones neoliberales, para que las instituciones del estado estén a
servicio del pueblo, debe tener
encarnadura en la voluntad popular. Leyes dictadas a espaldas del pueblo, entre
cuatro paredes por legisladores y
juristas, pero sin una activa participación popular solo serán letra
muerta, como tantas otras leyes y antecedentes constitucionales.
1) La Posguerra, Programa Para La Reconstruccion,
Aldo Ferrer
2) Historia económica, política y social de la
Argentina (1880-2003) de Mario Rapoport
Diciembre de 2018
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