El país floreciente, meca de millones de inmigrantes europeos, gran granero del mundo, una oligarquía que tiraba manteca al techo, pero con un pueblo sojuzgado, reprimido y mano de obra barata para sostener el modelo exitoso. Mientras Inglaterra y algunos otros países europeos eran demandante de materias primas que acompañaran su proceso de industrialización Argentina tenía un lugar en el mundo, dentro de la división internacional del trabajo.
Este Modelo hace crisis después de la primera guerra mundial, donde Europa deja de ser esa aspiradora de los productos argentinos, donde Inglaterra pierde su liderazgo mundial y este pasa a los EEUU, que estaba en un proceso de industrialización acelerada después de su guerra civil, pero que no necesitaba las materias primas que producíamos, ya que nuestra economías primarias eran y son competitivas.El mundo en crisis llevo a la gran crisis del capitalismo mundial en 1929 y está a la segunda guerra mundial, donde se consolido el liderazgo económico político y militar de EEUU y la decadencia de Inglaterra.
El modelo agro exportador dejo de ser viable. Comienza así, primero casi espontáneamente un proceso industrialización, luego sobre todo durante el gobierno peronista un proceso planificado de industrialización basado en la SI.
Es posible encontrar en los últimos años numerosos artículos, trabajos académicos y ensayos que apuntan a desarrollar y profundizar una historia de este proceso. Tal vez buscamos en ellos las claves de un proceso rico y contradictorio que ocupó gran parte del siglo XX.
Siguiendo la definición de Mario Rapoport “La Argentina ha tenido en su historia económica, tres etapas bien definidas: el llamado modelo agroexportador, el modelo de industrialización por sustitución de importaciones y el modelo rentístico-financiero. Si llamamos modelo a un esquema simplificado que pretende reflejar una realidad compleja en sus principales rasgos, nos estamos refiriendo a tres etapas que representan los elementos sobresalientes de distintos modelos de país, aunque en cada uno de ellos subsistieran trazos de los otros.”
Es cierto que Argentina, a partir de la finalización de las guerras civiles hasta casi hasta fines de la década del 20, pasó de ser un país atrasado y marginal a figurar entre los primeros del mundo.
Sin embargo, y contrariamente a lo que hicieron otras naciones agro exportadoras como Canadá o Australia , la elite gobernante en Argentina mantuvo a rajatabla el modelo de libre comercio, que favorecía el modelo agro exportador y por lo tanto impedía, por acción u omisión cualquier intento de industrialización.
Solo cuando la crisis mundial del 29 puso de golpe final al modelo se comenzó a pensar en un proceso de sustitución de importaciones. Como decíamos anteriormente países como Canadá y Australia, de economías similares, habían iniciado el proceso de industrialización a principios de siglo cuando ya el modelo agro exportador empezaba a mostrar signos de agotamiento.
Citando a Mario Rapoppot “Muchos economistas e historiadores sostienen todavía que las riquezas de la época agroexportadora fueron despilfarradas sin sentido a partir de los años 30, al promoverse la industrialización y la intervención del Estado, conduciendo así a la declinación económica del país, la inflación y la inestabilidad política que habrían imperado bajo el modelo de sustitución de importaciones, pero el análisis cuantitativo y cualitativo no les da la razón. El país fracasa, como veremos, porque no completa su ciclo de industrialización no porque se industrializa.
El modelo de industrialización basado en la sustitución de importaciones, permitió grandes logros durante el período 1930/75. Entre los primeros se puede mencionar una elevada tasa de crecimiento económico, el desarrollo de una clase media y un sector obrero con altos salarios, con bajos niveles de indigencia y pobreza y con tasas de desocupación mínimas. En síntesis una sociedad homogénea e integrada.
Pero el proceso industrializador resultó incompleto debido a la falta de desarrollo de algunos eslabones productivos claves. Esa industrialización trunca impidió una mayor diversificación y complejización de la estructura industrial argentina, generando una dinámica cíclica, conocida bajo el nombre de stop and go (pare y arranque).
En la fase de expansión crecía sustancialmente el mercado interno, aumentando las importaciones de bienes e insumos intermedios destinados a la industria, y por ende, la necesidad de divisas. Pero aumentaba también el consumo de bienes de origen agropecuario, debido a los mayores salarios que pagaba la economía y a los niveles de mayor empleo, con lo cual se reducían los saldos exportables. Cabe acotar que durante todo ese período hubo, a nivel internacional, un aumento constante de los bienes industriales y un estancamiento de los precios de las materias primas exportables, produciendo en la economía local un proceso denominado “deterioro de los términos de intercambio”.
Este desequilibrio en la balanza de pagos traía aparejado un estrangulamiento externo que, según las teorías clásicas, “obligaba” a un ajuste recesivo que se desencadenaba vía una devaluación cambiaria. Se reducía el salario real y el consumo, los saldos exportables crecían y las cuentas externas mejoraban porque crecían las exportaciones y se reducían las importaciones. De esa manera, el ajuste recesivo permitiría alcanzar un nuevo equilibrio y el ciclo se reanudaría nuevamente.
A pesar de las marchas y contramarchas en estos ciclos económicos, siempre el crecimiento del sector industrial fue positivo durante el período. Pero este proceso se cortó bruscamente en 1976, impidiendo la consolidación del modelo y la superación de las trabas estructurales.
La industria entró en la crisis de 1975-76 en las mejores condiciones de su historia. Venía de varias décadas de crecimiento continuo, signado por algunas crisis coyunturales, y estaba en un proceso de expansión que la había llevado, hacia 1974, al uso de toda su capacidad instalada, mientras se lanzaban los nuevos proyectos de expansión de las ramas básicas.
La experiencia de otros países, caso Brasil, mostraron que el proceso era viable y que Argentina sería otra, de no haberse aplicado una política económica neoliberal que durante 25 años favoreció el sistema financiero, abrió los mercados, destruyó el mercado interno y desmanteló la industria nacional, tirando por la borda 45 años de un proceso contradictorio pero rico en experiencias individuales y colectivas.
La interrupción del ISI no sobrevino por su agotamiento o fracaso, basta recordar que entre 1964 y 1974 el crecimiento anual promedio fue del PBI fue del 5 %, mientras que la tasa promedio del PBI industrial fue del 7 %. Otro dato significativo es que el porcentaje en 1974 de exportaciones de productos manufacturados fue del 24 % del total, contra un 3 % en 1960. Además en eso años se alcanza la mayor participación de los asalariados en el ingreso nacional, casi el mítico 50/50.
En síntesis el modelo de industrialización (ISI), permitió grandes logros durante el período 1930/76. Entre los primeros se puede mencionar una elevada tasa de crecimiento económico, el desarrollo de una clase media y un sector obrero con altos salarios, con bajos niveles de indigencia y pobreza y con tasas de desocupación mínimas. En síntesis una sociedad homogénea e integrada.
El modelo de industrialización basado en la sustitución de importaciones, permitió grandes logros durante el período 1930/75. Entre los primeros se puede mencionar una elevada tasa de crecimiento económico, el desarrollo de una clase media y un sector obrero con altos salarios, con bajos niveles de indigencia y pobreza y con tasas de desocupación mínimas. En síntesis una sociedad homogénea e integrada.
Pero el proceso industrializador resultó incompleto debido a la falta de desarrollo de algunos eslabones productivos claves. Esa industrialización trunca impidió una mayor diversificación y complejización de la estructura industrial argentina, generando una dinámica cíclica, conocida bajo el nombre de stop and go (pare y arranque).
En la fase de expansión crecía sustancialmente el mercado interno, aumentando las importaciones de bienes e insumos intermedios destinados a la industria, y por ende, la necesidad de divisas. Pero aumentaba también el consumo de bienes de origen agropecuario, debido a los mayores salarios que pagaba la economía y a los niveles de mayor empleo, con lo cual se reducían los saldos exportables. Cabe acotar que durante todo ese período hubo, a nivel internacional, un aumento constante de los bienes industriales y un estancamiento de los precios de las materias primas exportables, produciendo en la economía local un proceso denominado “deterioro de los términos de intercambio”.
Este desequilibrio en la balanza de pagos traía aparejado un estrangulamiento externo que, según las teorías clásicas, “obligaba” a un ajuste recesivo que se desencadenaba vía una devaluación cambiaria. Se reducía el salario real y el consumo, los saldos exportables crecían y las cuentas externas mejoraban porque crecían las exportaciones y se reducían las importaciones. De esa manera, el ajuste recesivo permitiría alcanzar un nuevo equilibrio y el ciclo se reanudaría nuevamente.
A pesar de las marchas y contramarchas en estos ciclos económicos, siempre el crecimiento del sector industrial fue positivo durante el período. Pero este proceso se cortó bruscamente en 1976, impidiendo la consolidación del modelo y la superación de las trabas estructurales.
La industria entró en la crisis de 1975-76 en las mejores condiciones de su historia. Venía de varias décadas de crecimiento continuo, signado por algunas crisis coyunturales, y estaba en un proceso de expansión que la había llevado, hacia 1974, al uso de toda su capacidad instalada, mientras se lanzaban los nuevos proyectos de expansión de las ramas básicas.
La experiencia de otros países, caso Brasil, mostraron que el proceso era viable y que Argentina sería otra, de no haberse aplicado una política económica neoliberal que durante 25 años favoreció el sistema financiero, abrió los mercados, destruyó el mercado interno y desmanteló la industria nacional, tirando por la borda 45 años de un proceso contradictorio pero rico en experiencias individuales y colectivas.
La interrupción del ISI no sobrevino por su agotamiento o fracaso, basta recordar que entre 1964 y 1974 el crecimiento anual promedio fue del PBI fue del 5 %, mientras que la tasa promedio del PBI industrial fue del 7 %. Otro dato significativo es que el porcentaje en 1974 de exportaciones de productos manufacturados fue del 24 % del total, contra un 3 % en 1960. Además en eso años se alcanza la mayor participación de los asalariados en el ingreso nacional, casi el mítico 50/50.
En síntesis el modelo de industrialización (ISI), permitió grandes logros durante el período 1930/76. Entre los primeros se puede mencionar una elevada tasa de crecimiento económico, el desarrollo de una clase media y un sector obrero con altos salarios, con bajos niveles de indigencia y pobreza y con tasas de desocupación mínimas. En síntesis una sociedad homogénea e integrada.
“Aceros o caramelos”.
En esos años del Proceso cívico militar se instauro una gran zoncera: decían que nos daba lo mismo producir aceros o caramelos,
Esta frase, tan poco feliz, sobre que el mercado decidiría si Argentina producía aceros o caramelos, marcaba cual sería la tendencia del nuevo programa económica: la renuncia a una Argentina industrial.
El golpe militar de 1976, tenía como objetivo modificar la compleja estructura económica, política y social, generada luego de 1930 y más concreto a partir de 1945 con la impronta que le dio el peronismo. El objetivo fue modificar en forma irreversible las bases de una Argentina industrial.
Por supuesto que esta política se basó en una feroz represión de los sectores populares a través de 30.000 desaparecidos, la mayoría de ellos, trabajadores con activa participación gremial.
La persistencia de las elevadas tasas de interés, la apertura indiscriminada
a las importaciones, el atraso cambiario fueron cambiando la economía Argentina. Esos factores, junto con los cambios en la demanda local, sorprendieron a la industria y, rápidamente se vio el resultado.
A partir de 1977 con la reforma del sector financiero bancario el núcleo dinámico de la economía paso a ser el sector rentístico - financiero.
Un gran número de empresas clásicas desapareció en ese remolino. El mercado bursátil, donde se podía comprar el paquete de control de algunas empresas a muy bajo precio, fue un ámbito privilegiado de esas maniobras. Lo mismo ocurrió con muchas otras; con el tiempo se convirtieron en depósitos, supermercados, shoppings, esperando caer sobre la piqueta para dejar espacio libre a nuevas actividades.
Aldo Ferrer en su libro “La Posguerra” un programa para la reconstrucción del desarrollo económico argentino”, escrito ya en el final del proceso, luego de la derrota de Malvinas, describe como saldo de la gestión, que, “el PBI por habitante en 1982 era 15% inferior al de 1975. La producción industrial había caído 25% con respecto a 1970, la capacidad ociosa de la infraestructura productiva era del 50 %. Los quebrantos y el endeudamiento han devorado el patrimonio neto del sector privado. Se ha producido una transferencia nominal del control del aparato productivo al sector financiero.”
“La deuda externa plantea un problema sin precedentes en la experiencia argentina, las amortizaciones e intereses en 1982 superan los 12.000 millones, esto es, representan 1,2 veces el valor de las exportaciones previstas para el año”
“Los gastos en personal cayeron en más del 30% como consecuencia de la reducción de los salarios reales. En ese texto Ferrer afirma que el ajuste socio económico de entonces, comandado por las Fuerzas Armadas, no cerraba sin una represión salvaje.
“Bajo la conducción liberal monetarista”, “la Argentina pasó de ser un país en proceso de desarrollo a otro en proceso de subdesarrollo”. (1982)
Está claro que todo ese proceso buscaba desmontar toda la industria nacional, ir hacia una Argentina pre industrial, pre peronista. Corregir y borrar esa aberración histórica que fue el peronismo para esa oligarquía neoliberal.
Indudablemente el modelo industrializador fue derrotado en 1976. El golpe militar estuvo dirigido a destruir el aparato productivo, cultural, educativo e ideológico de una Argentina industrial. La feroz represión a los trabajadores en esos años, sobre todo a las comisiones internas de las grandes empresas engrosan las listas de detenidos, desaparecidos o exiliados. No fue casual, fue una política destinada a desmontar la sociedad argentina, hija del peronismo. Fue un ataque a una sociedad igualitaria, solidaria, de salarios altos, pleno empleo, con fuerte ascendencia social y económica. Fue una guerra cultural y política del régimen militar oligárquico contra la argentina integrada, moderna, contra las pymes, contra la clase media argentina y los sectores obreros, con una feroz transferencia de ingresos de los sectores populares hacia las clases altas y las empresa concentradas.
En ese sentido puede decirse que el proceso cívico militar fue exitoso en el logro de esos objetivos. Todavía, 40 años después, seguimos sufriendo las secuelas de aquellas políticas en la matriz cultural, ideológica de la sociedad.
Hubo dos herramientas que el régimen uso para desbaratar cualquier intento futuro de desarrollo industrial productivo, el brutal endeudamiento que nos condiciono por décadas y la corrupción en el manejo de la cosa pública que se instala en nuestras instituciones y en las empresas. Surge allí la tristemente recordadas “patria contratista”, acuerdo entre el gobierno y las empresas contratistas para apropiarse de los recursos del estado y fugarlos. Hay que recordar que deuda externa, fuga de capitales y corrupción son tres herramientas hermanas para saquear y dominar nuestro país. Este esquema corrupto se repite a lo largo de nuestra historia reciente.
El modelo neo liberal siguió aplicándose con los gobiernos democráticos posteriores, con matices y contradicciones durante el gobierno radical, con mucha fuerza y convicción durante los noventa. Este modelo nos llevó a la crisis del 2001, que puso fin al proceso. A partir de allí y como respuesta a la crisis se comienza a instrumentar un programa industrializador, que continuó hasta el 2015.
Sin embargo las estructura gestadas durante el proceso siguen vigentes, los gobiernos de 2003/15, si bien alentaron la industrialización y hubo políticas de integración social y mejoras en salarios, y fuerte desarrollo del mercado interno, no pudo desmontar el aparato legal, económico y cultural del procesismo. Las leyes de entidades financieras o la ley de inversiones extranjeras que fueron piedra basal del neoliberalismo siguen vigentes. El aparato monopólico cultural mediático surgido en los noventas, marca la cancha y fija “un sentido común” liberal en lo económico y autoritario en los político.
La derrota del FPV en las elecciones de octubre de 2015, producto entre otras cosas por estas limitaciones políticas e ideológicas y el triunfo del candidato neoliberal Mauricio Macri, marca un contra ataque de la derecha oligárquica. Abrió un nuevo periodo de políticas anti industrialistas, y una vuelta al modelo rentístico financiero de los noventa. En casi 3 años de gobierno las políticas neoliberales llevan el objetivo de reconvertir a la industria, hacer desaparecer rubros enteros como el sector textil, indumentaria, cueros, plásticos y sectores de la metalmecánica, bajar salarios en dólares, achicar el mercado interno, generar un piso de dos dígitos de personal desocupado. El daño que está causando nuevamente en todo el entramado productivo, pero sobre todo en lo institucional, social y cultural es tremendo, sumándole una corrupción institucional que se extiende como una mancha de aceite sobre todas los sectores sociales.
Un verdadero genocidio sobre toda la sociedad argentina. Cuanto más puedan profundizar sus políticas, mayores serán sus consecuencias y mayor será el tiempo para reparar el daño hecho.
Es tarea fundante del movimiento nacional y popular dar una pelea en todos los frentes contra la restauración oligárquica, y aprender de la historia. Argentina no tiene destino dentro del modelo rentístico financiero que quieren imponernos. Que no tenemos futuro como país sin un fuerte desarrollo industrial y que este, debe estar basado en salarios altos, mercado interno, con un estado fuerte, activo, pero también, vamos a necesitar un estado empresario, que canalice la inversión publicas hacia los sectores planificados, que movilice la Investigación y el desarrollo tecnológico, en síntesis un modelo de país basado en una cultura en el trabajo y la producción.
Antonio Muñiz
En esos años del Proceso cívico militar se instauro una gran zoncera: decían que nos daba lo mismo producir aceros o caramelos,
Esta frase, tan poco feliz, sobre que el mercado decidiría si Argentina producía aceros o caramelos, marcaba cual sería la tendencia del nuevo programa económica: la renuncia a una Argentina industrial.
El golpe militar de 1976, tenía como objetivo modificar la compleja estructura económica, política y social, generada luego de 1930 y más concreto a partir de 1945 con la impronta que le dio el peronismo. El objetivo fue modificar en forma irreversible las bases de una Argentina industrial.
Por supuesto que esta política se basó en una feroz represión de los sectores populares a través de 30.000 desaparecidos, la mayoría de ellos, trabajadores con activa participación gremial.
La persistencia de las elevadas tasas de interés, la apertura indiscriminada
a las importaciones, el atraso cambiario fueron cambiando la economía Argentina. Esos factores, junto con los cambios en la demanda local, sorprendieron a la industria y, rápidamente se vio el resultado.
A partir de 1977 con la reforma del sector financiero bancario el núcleo dinámico de la economía paso a ser el sector rentístico - financiero.
Un gran número de empresas clásicas desapareció en ese remolino. El mercado bursátil, donde se podía comprar el paquete de control de algunas empresas a muy bajo precio, fue un ámbito privilegiado de esas maniobras. Lo mismo ocurrió con muchas otras; con el tiempo se convirtieron en depósitos, supermercados, shoppings, esperando caer sobre la piqueta para dejar espacio libre a nuevas actividades.
Aldo Ferrer en su libro “La Posguerra” un programa para la reconstrucción del desarrollo económico argentino”, escrito ya en el final del proceso, luego de la derrota de Malvinas, describe como saldo de la gestión, que, “el PBI por habitante en 1982 era 15% inferior al de 1975. La producción industrial había caído 25% con respecto a 1970, la capacidad ociosa de la infraestructura productiva era del 50 %. Los quebrantos y el endeudamiento han devorado el patrimonio neto del sector privado. Se ha producido una transferencia nominal del control del aparato productivo al sector financiero.”
“La deuda externa plantea un problema sin precedentes en la experiencia argentina, las amortizaciones e intereses en 1982 superan los 12.000 millones, esto es, representan 1,2 veces el valor de las exportaciones previstas para el año”
“Los gastos en personal cayeron en más del 30% como consecuencia de la reducción de los salarios reales. En ese texto Ferrer afirma que el ajuste socio económico de entonces, comandado por las Fuerzas Armadas, no cerraba sin una represión salvaje.
“Bajo la conducción liberal monetarista”, “la Argentina pasó de ser un país en proceso de desarrollo a otro en proceso de subdesarrollo”. (1982)
Está claro que todo ese proceso buscaba desmontar toda la industria nacional, ir hacia una Argentina pre industrial, pre peronista. Corregir y borrar esa aberración histórica que fue el peronismo para esa oligarquía neoliberal.
Indudablemente el modelo industrializador fue derrotado en 1976. El golpe militar estuvo dirigido a destruir el aparato productivo, cultural, educativo e ideológico de una Argentina industrial. La feroz represión a los trabajadores en esos años, sobre todo a las comisiones internas de las grandes empresas engrosan las listas de detenidos, desaparecidos o exiliados. No fue casual, fue una política destinada a desmontar la sociedad argentina, hija del peronismo. Fue un ataque a una sociedad igualitaria, solidaria, de salarios altos, pleno empleo, con fuerte ascendencia social y económica. Fue una guerra cultural y política del régimen militar oligárquico contra la argentina integrada, moderna, contra las pymes, contra la clase media argentina y los sectores obreros, con una feroz transferencia de ingresos de los sectores populares hacia las clases altas y las empresa concentradas.
En ese sentido puede decirse que el proceso cívico militar fue exitoso en el logro de esos objetivos. Todavía, 40 años después, seguimos sufriendo las secuelas de aquellas políticas en la matriz cultural, ideológica de la sociedad.
Hubo dos herramientas que el régimen uso para desbaratar cualquier intento futuro de desarrollo industrial productivo, el brutal endeudamiento que nos condiciono por décadas y la corrupción en el manejo de la cosa pública que se instala en nuestras instituciones y en las empresas. Surge allí la tristemente recordadas “patria contratista”, acuerdo entre el gobierno y las empresas contratistas para apropiarse de los recursos del estado y fugarlos. Hay que recordar que deuda externa, fuga de capitales y corrupción son tres herramientas hermanas para saquear y dominar nuestro país. Este esquema corrupto se repite a lo largo de nuestra historia reciente.
El modelo neo liberal siguió aplicándose con los gobiernos democráticos posteriores, con matices y contradicciones durante el gobierno radical, con mucha fuerza y convicción durante los noventa. Este modelo nos llevó a la crisis del 2001, que puso fin al proceso. A partir de allí y como respuesta a la crisis se comienza a instrumentar un programa industrializador, que continuó hasta el 2015.
Sin embargo las estructura gestadas durante el proceso siguen vigentes, los gobiernos de 2003/15, si bien alentaron la industrialización y hubo políticas de integración social y mejoras en salarios, y fuerte desarrollo del mercado interno, no pudo desmontar el aparato legal, económico y cultural del procesismo. Las leyes de entidades financieras o la ley de inversiones extranjeras que fueron piedra basal del neoliberalismo siguen vigentes. El aparato monopólico cultural mediático surgido en los noventas, marca la cancha y fija “un sentido común” liberal en lo económico y autoritario en los político.
La derrota del FPV en las elecciones de octubre de 2015, producto entre otras cosas por estas limitaciones políticas e ideológicas y el triunfo del candidato neoliberal Mauricio Macri, marca un contra ataque de la derecha oligárquica. Abrió un nuevo periodo de políticas anti industrialistas, y una vuelta al modelo rentístico financiero de los noventa. En casi 3 años de gobierno las políticas neoliberales llevan el objetivo de reconvertir a la industria, hacer desaparecer rubros enteros como el sector textil, indumentaria, cueros, plásticos y sectores de la metalmecánica, bajar salarios en dólares, achicar el mercado interno, generar un piso de dos dígitos de personal desocupado. El daño que está causando nuevamente en todo el entramado productivo, pero sobre todo en lo institucional, social y cultural es tremendo, sumándole una corrupción institucional que se extiende como una mancha de aceite sobre todas los sectores sociales.
Un verdadero genocidio sobre toda la sociedad argentina. Cuanto más puedan profundizar sus políticas, mayores serán sus consecuencias y mayor será el tiempo para reparar el daño hecho.
Es tarea fundante del movimiento nacional y popular dar una pelea en todos los frentes contra la restauración oligárquica, y aprender de la historia. Argentina no tiene destino dentro del modelo rentístico financiero que quieren imponernos. Que no tenemos futuro como país sin un fuerte desarrollo industrial y que este, debe estar basado en salarios altos, mercado interno, con un estado fuerte, activo, pero también, vamos a necesitar un estado empresario, que canalice la inversión publicas hacia los sectores planificados, que movilice la Investigación y el desarrollo tecnológico, en síntesis un modelo de país basado en una cultura en el trabajo y la producción.
Antonio Muñiz
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