El desafío de construir una nueva sociedad.

Una renovación ética, teórica y práctica, que nos permita construir y ejercer nuevas formas de poder popular.

Antonio Muñiz

La crisis global.
Vivimos épocas de grandes transformaciones, venimos de un siglo XX donde el mundo cambio al ritmo de una revolución tecnológica nunca vista en la historia de la Humanidad. También fue un siglo violento, millones de muertos, grandes catástrofes sociales, experimentos políticos totalizadores fracasados, luchas populares contra la dominación imperialista, y luchas entre potencia imperiales por la posesión de territorios coloniales, con una secuela de guerras mundiales o regionales que asolaron el mundo.
Esta década y media del siglo XXI no parece ser distinta, solo se ha profundizado la crisis, sentimos que estamos a punto de tocar fondo.
“La historia se ha acelerado a un ritmo vertiginoso, que amenaza el futuro de la raza humana” nos dice el historiador Eric Hobsbawn. Hobsbawn también nos dice que ingresamos en una nueva etapa histórica, muy distinta a todas las anteriores. Los cambios tecnológicos y su impacto en los procesos productivos y sobre la vida cotidiana son evidentes y no siempre positivos. .
Después de la segunda guerra mundial co existieron, en forma siempre conflictiva, dos modelos antagónicos, el Bloque socialista y el bloque “occidental y cristiano” donde predominaban las ideas de una democracia burguesa de base capitalista.
El fracaso y crisis del socialismo real abrió paso a la hegemonía de liberalismo financiero globalizador que mostro y muestra todavía su faz destructiva. Lo efectos de la globalización financiera y la predominancia de la técnica sobre lo humano han generado una catástrofe social y política que asola al mundo y nos está llevando de guerras locales y regionales y estas hacia otra gran guerra mundial. El Papa Francisco viene hablando y denunciando esta crisis, pero hasta ahora habla a los oídos sordos de los líderes mundiales.
La civilización moderna está en crisis profunda, crisis que muestra múltiples facetas, desde la locura bélica de algunos líderes de los países centrales, pero también económica, la globalización está mostrando sus límites con un daño en el entramado social es difícil de mensurar, crisis de los recursos que agudiza las guerras para apropiarse de ellos, una crisis medio ambiental y una climática que está transformando el mundo y no para bien de la humanidad.
Estamos ante una crisis global que puede ser el final de la modernidad.
Construcción de una nueva sociedad.
Todo pareciera indicar que vamos, no sin dolor, muerte y destrucción, hacia un mundo distinto. ¿Mejor o peor? Nadie lo sabe. Las salidas de las crisis son impredecibles.
Sin embargo, si creemos que son los pueblos los que construyen su historia, debemos trabajar para, en principio, aminorar los daños sobre nuestros naciones y aprovechar esta crisis para construir una modelo político, social, económico y cultural distinto. Este modelo debe estar basado en nuestra historia, en las practicas política populares y la potencia revolucionaria de nuestros pueblos, para que nos permita lanzarnos hacia el futuro.
Debemos pensarnos “situados” en nuestra realidad y nuestra historia para comprender nuestra esencia y liberarnos de viejos prejuicios y dogmas, casi siempre impuestos por un aparato cultural de dominación.
Se trata de ponernos a tono con las grandes transformaciones que están viviendo los pueblos, mediante la construcción colectiva de una nueva teoría, una teoría que sea coherente con tales cambios y les de sustento. Esta nueva teoría, debe dejar atrás, superar, los paradigmas de la modernidad burguesa, capitalista, imperialista, colonialista de los últimos cinco siglos. Pero además debe superar también las viejas categorías del “socialismo real”.
El desafío es construir una sociedad “post capitalista”, más allá del liberalismo y del viejo socialismo real.
En esta modernidad moribunda donde los marcos y estructuras del poder son instrumentos de dominación, autoritarismo, represión, al servicio de los grupos hegemónicos, nuestro desafío es entrar en una decidida renovación ética, teórica y práctica, que nos permita construir y ejercer nuevas formas de poder.
No podemos engañarnos respecto a la dificultad de esa tarea, pues se trata de construir con formas participativas; sin vanguardismos, aprendiendo del pueblo, respetando su cultura milenaria, su relatos míticos, su historia, su praxis política, los viejos idearios de liberación que nuestros pueblos han ido forjando en estos siglos, sus instituciones; todo debe ser integrado en un nuevo proyecto de liberación nacional y popular.
Construir poder popular.
Hay que partir de una premisa fundamental. Todo ejercicio del poder tiene como referencia primera y última al poder de la comunidad política: el pueblo. El poder lo tiene siempre y sólo lo tiene, el pueblo.
Este es el punto de partida de cualquier reflexión o fundamentación de una construcción política como la que pretendemos.
Y por el contrario todo ejercicio del poder fuera o en contra de esta premisa es un poder ilegitimo, desnaturalizado, espurio, que se funda en la fuerza, la violencia. Es dominio y no hegemonía.
Debemos entender que el poder político “no se toma”, el “poder se construye”, en referencia al malentendido que subyace en la fórmula de cierta izquierda europeizada “cambiar el mundo sin tomar el poder”.
Si queremos construir un nuevo orden social, lo que podemos y debemos tomar son los instrumentos e instituciones que hacen al ejercicio del poder. Hay que tomar las herramientas e instituciones que hacen al poder estatal, y con esas herramientas construir poder popular, Sin ese poder no hay cambio posible.
Es cierto, hay muchos ejemplos en la historia, que se corre el peligro que las instituciones del poder absorban todas las energías revolucionarias, convirtiéndola en una burocracia administradora de lo existente, reemplazando una burocracia por otra sin tocar los reales resorte de la dominación. A pesar del riego hay que construir poder para transformar las estructuras e instituciones del poder.
Hay que tomar el poder para empoderar al pueblo. Ese es el único reaseguro.
La Comunidad Organizada.
Está claro que un proyecto nacional de liberación no puede reducirse a una eficaz administración del Estado al servicio del pueblo. Si bien esto puede demostrar los beneficios de un gobierno popular, no puede desarrollar el poder político necesario para hacer crecer sus propias instituciones y mantenerse en el tiempo. Para ello un Movimiento de liberación debe exceder los marcos participativos del estado liberal y debe motorizar la construcción de un modelo alternativo que enfrente e impugne a los viejos modelos en su totalidad. Debe concebir, generar y plasmar un modelo de democracia directa, abierta, social, intrínsecamente participativa. Esta concepción debe impregnar toda la estructura política, desde las comunidades de base hasta las más altas esferas del Estado. Desde luego que este nuevo modelo deberá necesariamente institucionalizarse, o sea expresarse mediante instituciones. Es el paso de la gente o la masa a la “comunidad organizada”.
Mandar obedeciendo.
Este paso necesario, al mismo tiempo muestra un peligro, pues es el origen de dos posibles líneas de vida política: la construcción de una comunidad organizada al servicio del hombre, o la de la corrupción y sostenimiento de nuevas estructuras de dominación.
Un reaseguro es la consigna zapatista “mandar obedeciendo”. Esta tiene un fuerte contenido político, además de raíces históricas y religiosas que la potencian como consigna política básica. Dussell la define como el poder obedencial, “el que manda es el representante que debe ejercer delegadamente el poder de la comunidad, debe hacerlo en función de las exigencias, reivindicaciones, necesidades de la comunidad”. El representante tiene una función de servicio político que ejerce como delegado el poder obediencial. Ya en el Evangelio hay rastros de esta máxima. El Mesías reclamaba de sus discípulos: 'el que quiere ser mayor entre ustedes, que se haga siervo de ustedes'”. Dussel se remite a la misma fuente: Marcos, el evangelista, “El que quiera ser autoridad hágase servidor [...] servidor de todos”.
Este concepto puede rastrearse en fuentes del pensamiento griego clásico y desde allí en gran parte de la filosofía política occidental: la política como servicio, el político como servidor publico “...si son los gobernantes dignos de ese nombre, igualmente sus auxiliares, estarán dispuestos unos a hacer lo que les mande y los otros a ordenar obedeciendo también ellos a las leyes o bien siguiendo el espíritu de ellas en cuanto aspectos les confiemos”. La Republica, Platón)
Hablando claramente, y siguiendo a Dussel, sin esta lógica en el ejercicio del poder no se puede cambiar factiblemente el mundo. Intentarlo es moralismo, idealismo, apoliticismo abstracto, que, en definitiva, se deriva de confusiones prácticas y teóricas.
La ética política como valor trascendental
Atado a esta máxima es necesario revalorar el concepto de la ética política. Citando a Dusell “Se ha olvidado frecuentemente que le toca al político, como representante, la obligación responsable de desarrollar la vida de todos los ciudadanos, en primer lugar de aquellos que han sido puestos fuera de esta posibilidad de cumplir con la satisfacción de sus necesidades, desde las más básicas hasta las superiores”. Y aclara “La política, en su sentido más noble, es esta responsabilidad por la vida de los más pobres.
Esta exigencia normativa fundamental revitalizara la moral del sistema democrático y, por ende, a una mejor defensa de la dignidad de la persona, siempre amenazada por la vorágine del poder de los grupos hegemónicos.
En ese marco la lucha contra la corrupción en todos sus niveles debe ser un objetivo central, no por moralina, ni por principios abstractos, sino que la corrupción mina, destruye, todo proceso de construcción de una nueva sociedad. Hay que entender que la corrupción es inherente a la condición humana y a todo proceso político, por lo que ningún régimen está exento de ella. Por lo que institucionalidad de mecanismo de prevención y de represión deben ser instaurados, junto a una justicia rápida y eficiente. Pero debe quedar claro que solo la participación activa de la ciudadanía podrá poner límites a los delitos de corrupción.
El hombre político, sujeto y actor de una política de liberación.
Toda construcción de una nueva democracia requiere también de un nuevo “ciudadano”. Un hombre político en el sentido aristotélico, el hombre que se ocupa de los asuntos de su comunidad.
Lo primero es aceptar que la política es un tema de todos, y cuando hablamos de política nos referimos a la creación de la misma. El ciudadano siendo sujeto y actor de la política, y no un mero espectador. Esta posibilidad de crear la política es inédita y debe primero dejar atrás el sentido verticalista de la etapa racionalista donde la “cosa pública” era un tema de los “políticos”, donde el ciudadano se limitaba a expresar con su voto su elección.
La formación de una ciudadanía activa, generadora de política es otra garantía de desarrollo de un poder que nos libere.
Hacia una convergencia cívica
Si bien está trillada la frase no deja de ser verdad, toda crisis genera también una oportunidad.
Latinoamérica inserta en un mundo en crisis, vive su propia crisis, producto del retroceso de los movimientos populares progresistas y el avance de la una derecha restauradora en la mayoría de los países. El avance destituyente sobre el gobierno bolivariano de Venezuela, es un paso más en esta ofensiva. Quedan Cuba y Bolivia, como países y pueblos resistiendo. Es claro que detrás de esta ofensiva de la derecha está el Departamento de estado de EEUU y la CIA. Lo cual es muestra de la envergadura del enemigo en danza. ¿Cómo enfrentamos esta ofensiva? ¿Cómo pasamos de una etapa de resistencia a una etapa de reagrupamiento y avance de las fuerzas populares? ¿Cómo construimos una fuerza política que imbuida de los principios que enunciábamos más arriba pueda ser un instrumento de liberación y construcción de poder popular?
En principio es indudable que ante la crisis que se avecina y pensando en el día después es necesario hacer converger en un espacio político a todos los sectores políticos, sociales, económicos, productivos, etc, agredidos por el modelo económico neoliberal.
Pero debe quedar claro que este espacio no puede ser solo una herramienta de resistencia coyuntural ni tampoco un simple frente electoral, no puede limitarse a ser un frente anti Macri. No solo lo limitaríamos sino que es probable que lo condenemos a muerte antes de nacer.
Debemos pensar esta convergencia como un espacio movimientista, superador de los frentes electorales o los partidos políticos tradicionales.
Este nuevo espacio debe ser un gran movimiento nacional, revolucionario, abierto, participativo, poli clasista, que nuclee a todos los que quieran una construir una sociedad nueva, unidos en un programa de acción común y un sueño y una mística compartidos.
Esta lógica de construcción movimientista encierra un cambio de paradigmas dentro de la dirigencia tradicional y sobre todo en la militancia. Es necesaria una renovación, pero no solo de personas, sino una renovación ética, teórica y práctica, que nos permita construir y ejercer nuevas formas de poder popular.
Para cerrar esta nota citamos a Alvaro Garcia Linera. Este sostiene que los procesos de cambio profundo nunca son lineales. Siempre vienen en oleadas. Al actual reflujo transformador en el continente lo sucederá otra ola contraria. Si bien este concepto abre una serie de discusiones sobre la linealidad o no de la historia, podemos aceptarlo como una premisa teórica valida:
“Lo que tenemos que hacer es prepararnos, debatiendo qué cosas hicimos mal en la primera oleada, en qué fallamos, dónde cometimos errores, qué faltó hacer, para que cuando se dé la segunda oleada, más pronto que tarde, los procesos transformadores continentales puedan llegar mucho más allá, mucho más arriba, que lo que hicimos en esta oleada”.
Esto no significa que la dirigencia popular deba esperar pasivamente la próxima ola. Es momento de debate, discusión y construcción dentro del movimiento nacional. La historia la construyen los pueblos, día a día, ladrillo a ladrillo, entonces comencemos a construir la “próxima ola” que cubra de dignidad y justicia social a nuestro país y a toda Latinoamérica.

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