El pasado en el que se basa esa pregunta
entre melancólica y catastrófica es el Perú del dictador Manuel Odría, que
gobernó Perú entre 1948 y 1956. Cuenta Vargas Llosa, en el prólogo de la
novela: "En esos ocho años, en una sociedad embotellada, en la que estaban
prohibidos los partidos y las actividades cívicas, había numerosos presos políticos
y centenares de exiliados, los peruanos de mi generación pasamos de niños a
jóvenes, y de jóvenes a hombres. Todavía peor que los crímenes y atropellos que
el régimen cometía con impunidad era la profunda corrupción que, desde el
centro del poder, irradiaba hacia todos los sectores e instituciones,
envileciendo la vida entera".
Y por
casa….?
Esa misma pregunta podríamos hacernos los
argentinos.
Y en realidad nos la hacemos. Partimos de la
base real o imaginaria que Argentina tenía en su “adn” un “destino manifiesto
de grandeza”, que “estábamos condenados al éxito”, como dijo en algún momento
Eduardo Duhalde.
Que paso ? Que hicimos mal? Donde nos equivocamos?
Algunos liberales, añoran la Argentina del
centenario, la Argentina agro exportadora de
fines del siglo XIX o primeras décadas del XX. El país floreciente, meca
de millones de inmigrantes europeos, gran granero del mundo, una oligarquía que
tiraba manteca al techo, pero con un pueblo sojuzgado, reprimido y mano de obra
barata para sostener el modelo exitoso. Mientras Inglaterra y algunos otros
países europeos eran demandante de
materias primas que acompañaran su proceso de industrialización Argentina tenía
un lugar en el mundo, dentro de la división internacional del trabajo.
Este Modelo hace crisis después de la primera
guerra mundial, donde Europa deja de ser esa aspiradora de los productos
argentinos, donde Inglaterra pierde su liderazgo mundial y este pasa a los
EEUU, que estaba en un proceso de industrialización acelerada después de su
guerra civil, pero que no necesitaba las materias primas que producíamos, ya
que nuestra economías eran y son competitivas.
El mundo en crisis llevo a la gran crisis del
capitalismo mundial en 1929 y está a la segunda guerra mundial, donde se
consolido el liderazgo económico político y militar de EEUU y la decadencia de
Inglaterra.
El modelo agro exportador dejo de ser viable.
Comienza así, primero casi espontáneamente un proceso industrialización basado
en la sustitución de importaciones, luego sobre todo durante el gobierno
peronista un proceso planificado de industrialización basado en la SI.
Es posible encontrar en los últimos años
numerosos artículos, trabajos académicos y ensayos que apuntan a desarrollar y
profundizar una historia de este proceso. Tal vez buscamos en ellos las claves
de un proceso rico y contradictorio que ocupó gran parte del siglo XX.
Siguiendo la definición de Mario
Rapoport “La Argentina ha tenido en su
historia económica, tres etapas bien definidas: el llamado modelo
agroexportador, el modelo de industrialización por sustitución de importaciones
y el modelo rentístico-financiero. Si llamamos modelo a un esquema simplificado
que pretende reflejar una realidad compleja en sus principales rasgos, nos
estamos refiriendo a tres etapas que representan los elementos sobresalientes
de distintos modelos de país, aunque en cada uno de ellos subsistieran trazos
de los otros.”
Es cierto que Argentina, a partir de la finalización de las guerras civiles hasta casi hasta fines de
la década del 20, pasó de ser un país
atrasado y marginal a figurar entre los primeros del mundo.
Sin embargo, y contrariamente a lo que
hicieron otras naciones agro exportadoras como
Canadá o Australia , la elite
gobernante en Argentina mantuvo a rajatabla el modelo de libre comercio, que
favorecía el modelo agro exportador y
por lo tanto impedía, por acción
u omisión cualquier intento de industrialización.
Solo cuando la crisis mundial del 29 puso de
golpe final al modelo se comenzó a pensar en un proceso de sustitución de
importaciones. Como decíamos
anteriormente países como Canadá y Australia, de economías similares, habían
iniciado el proceso de industrialización a principios de siglo cuando ya el
modelo agro exportador empezaba a mostrar signos de agotamiento.
Citando a Mario Rapoppot “Muchos
economistas e historiadores sostienen todavía que las riquezas de la época
agroexportadora fueron despilfarradas sin sentido a partir de los años 30, al
promoverse la industrialización y la intervención del Estado, conduciendo así a
la declinación económica del país, la inflación y la inestabilidad política que
habrían imperado bajo el modelo de sustitución de importaciones, pero el
análisis cuantitativo y cualitativo no les da la razón. El país fracasa, como veremos, porque no completa su ciclo de industrialización
no porque se industrializa.
El modelo de industrialización basado en la sustitución de
importaciones, permitió grandes logros durante el período 1930/75. Entre los
primeros se puede mencionar una elevada tasa de crecimiento económico, el desarrollo
de una clase media y un sector obrero con altos salarios, con bajos niveles de
indigencia y pobreza y con tasas de desocupación mínimas. En síntesis una
sociedad homogénea e integrada.
Pero el proceso industrializador
resultó incompleto debido a la falta de desarrollo de algunos eslabones
productivos claves. Esa industrialización trunca impidió una mayor
diversificación y complejización de la estructura industrial argentina,
generando una dinámica cíclica, conocida bajo el nombre de stop and go (pare y
arranque).
En la fase de expansión crecía
sustancialmente el mercado interno, aumentando las importaciones de bienes e
insumos intermedios destinados a la industria, y por ende, la necesidad de
divisas. Pero aumentaba también el consumo de bienes de origen agropecuario,
debido a los mayores salarios que pagaba la economía y a los niveles de mayor
empleo, con lo cual se reducían los saldos exportables. Cabe acotar que durante
todo ese período hubo, a nivel internacional, un aumento constante de los bienes
industriales y un estancamiento de los precios de las materias primas
exportables, produciendo en la economía local un proceso denominado “deterioro
de los términos de intercambio”.
Este desequilibrio en la balanza
de pagos traía aparejado un estrangulamiento externo que, según las teorías
clásicas, “obligaba” a un ajuste
recesivo que se desencadenaba vía una devaluación cambiaria. Se reducía el salario real y el consumo, los
saldos exportables crecían y las cuentas externas mejoraban porque crecían las
exportaciones y se reducían las importaciones. De esa manera, el ajuste
recesivo permitiría alcanzar un nuevo equilibrio y el ciclo se reanudaría nuevamente.
A pesar de las marchas y
contramarchas en estos ciclos económicos, siempre el crecimiento del sector
industrial fue positivo durante el período. Pero este proceso se cortó
bruscamente en 1976, impidiendo la consolidación del modelo y la superación de
las trabas estructurales.
La
industria entró en la crisis de 1975-76 en las mejores condiciones de su
historia. Venía de varias décadas de crecimiento continuo, signado por algunas
crisis coyunturales, y estaba en un proceso de expansión que la había llevado,
hacia 1974, al uso de toda su capacidad instalada, mientras se lanzaban los
nuevos proyectos de expansión de las ramas básicas.
La experiencia de otros países, caso Brasil, mostraron que el
proceso era viable y que Argentina sería otra, de no haberse aplicado una
política económica neoliberal que durante 25 años favoreció el sistema financiero, abrió los mercados, destruyó el mercado interno y
desmanteló la industria nacional,
tirando por la borda 45 años de un proceso contradictorio pero rico en experiencias individuales y colectivas.
La interrupción del ISI no sobrevino
por su agotamiento o fracaso, basta recordar que entre 1964 y 1974 el
crecimiento anual promedio fue del PBI fue del 5 %, mientras que la tasa
promedio del PBI industrial fue del 7 %. Otro dato significativo es que el
porcentaje en 1974 de exportaciones de productos manufacturados fue del 24 %
del total, contra un 3 % en 1960. Además en eso años se alcanza la mayor
participación de los asalariados en el ingreso nacional, casi el mítico 50/50.
En síntesis el
modelo de industrialización (ISI), permitió grandes logros durante el período
1930/76. Entre los primeros se puede mencionar una elevada tasa de crecimiento
económico, el desarrollo de una clase media y un sector obrero con altos
salarios, con bajos niveles de indigencia y pobreza y con tasas de desocupación
mínimas. En síntesis una sociedad homogénea e
integrada.
“Aceros o caramelos”.
Esta frase, tan poco feliz, del
entonces Ministro de Economía Alfredo Martínez de Hoz, sobre que el mercado
decidiría si Argentina producía aceros o
caramelos, marcaba cual sería la tendencia del nuevo programa económica: la
renuncia a una Argentina industrial.
El golpe militar de 1976, tenía como
objetivo modificar la compleja estructura
económica, política y social, generada
luego de 1930 y más concreto a partir de 1945 con la impronta que le dio
el peronismo. El objetivo fue modificar en
forma irreversible las bases de una Argentina industrial.
Por supuesto que esta política se basó
en una feroz represión de los sectores populares a través de 30.000
desaparecidos, la mayoría de ellos, trabajadores con activa participación
gremial.
La persistencia de las elevadas tasas
de interés, la apertura indiscriminada
a las importaciones, el atraso cambiario fueron cambiando la
economía Argentina. Esos factores, junto con los cambios en la demanda local,
sorprendieron a la industria y, rápidamente se vio el resultado.
En el periodo 76/83 cerraron sus puertas más de
veinte mil establecimientos industriales , el PBI industrial cayó el 10 % y la
ocupación en el sector disminuyó un 35 %.
A partir de 1977 con la reforma del
sector financiero bancario el núcleo dinámico de la economía paso a ser el
sector rentístico - financiero.
Un gran número de empresas clásicas
desapareció en ese remolino. El mercado bursátil, donde se podía comprar el
paquete de control de algunas empresas a muy bajo precio, fue un ámbito
privilegiado de esas maniobras. Lo mismo ocurrió con muchas otras; con el
tiempo se convirtieron en depósitos, supermercados, shoppings, esperando caer
sobre la piqueta para dejar espacio libre a nuevas actividades.
Solo en algunos rubros: productos
petroquímicos, aluminio y siderurgia generada en las plantas promocionadas en
el período anterior que contaban con la dimensión y la eficiencia técnica
necesarias para salir al mercado mundial.
Su éxito es una consecuencia de la promoción anterior y no de la
apertura económica.
Y no hay que olvidar que la
desindustrialización continuó en las siguientes décadas, ya bajo gobiernos
democráticos.
El radicalismo, no supo, no quiso o no pudo
detener este proceso y que, si volvió con mucha fuerza durante la década del
noventa.
Indudablemente el modelo industrializador fue
derrotado en 1976. El golpe militar estuvo dirigido a destruir el aparato productivo, cultural,
educativo e ideológico de una Argentina industrial. La feroz represión a los
trabajadores en esos años, sobre todo a las comisiones internas de las grandes
empresas engrosan las listas de detenidos, desaparecidos o exiliados. No fue
casual, fue una política destinada a desmontar la sociedad argentina, hija del
peronismo. Fue un ataque a una sociedad igualitaria, solidaria, de salarios
altos, pleno empleo, con fuerte ascendencia social y económica. Fue una guerra
cultural y política del régimen militar oligárquico contra la argentina
integrada, moderna, contra las pymes, contra la clase media argentina y los
sectores obreros, con una feroz transferencia de ingresos de los sectores
populares hacia las clases altas y las empresa concentradas.
En ese sentido puede decirse que el proceso
cívico militar fue exitoso en el logro de esos objetivos. Todavía, 40 años
después, seguimos sufriendo las secuelas de aquellas políticas en la matriz
cultural, ideológica de la sociedad.
Hubo dos herramientas que el régimen uso para
desbaratar cualquier intento futuro de desarrollo industrial productivo,
el brutal endeudamiento que nos
condiciono por décadas y la corrupción en el manejo de la cosa pública que se
instala en nuestras instituciones y en
las empresas. Surge allí la tristemente recordadas “patria contratista”,
acuerdo entre el gobierno y las empresas contratistas para apropiarse de los recursos
del estado y fugarlos. Hay que recordar
que deuda externa, fuga de capitales y corrupción
son tres herramientas hermanas para saquear y dominar nuestro país. Este
esquema corrupto se repite a lo largo de nuestra historia reciente.
Si bien el modelo neoliberal entro en crisis en 2001, esto puso fin a ese proceso
desindustrilizador, iniciándose nuevamente un proceso de reindustrialización
que continuo hasta el 2015.
Sin
embargo las estructura gestadas durante el proceso siguen vigentes, los
gobiernos de 2003/15, si bien alentaron la industrialización y hubo políticas
de integración social y mejoras en
salarios, y fuerte desarrollo del mercado interno, no pudo desmontar el
aparato legal, económico y cultural del procesismo. Las leyes de entidades
financieras o la ley de inversiones extranjeras
que fueron piedra basal del neoliberalismo
siguen vigentes. El aparato monopólico cultural mediático surgido en los
noventas, marca la cancha y fija “un sentido común” liberal en lo económico y autoritario en los
político.
La derrota del FPV en las elecciones de
octubre de 2015, producto entre otras cosas por estas limitaciones políticas e ideológicas y el triunfo del candidato neoliberal Mauricio
Macri, marca un contra ataque de la derecha oligárquica. Abrió un nuevo periodo
de políticas anti industrialistas, y una vuelta al modelo rentístico financiero
de los noventa. En 15 meses de gobierno las políticas neoliberales llevan el
objetivo de reconvertir a la industria, hacer desaparecer rubros enteros como
el sector textil, indumentaria, cueros, plásticos y sectores de la metalmecánica, bajar salarios en dólares, achicar el mercado
interno, generar un piso de dos dígitos de personal desocupado, por supuesto
con niveles crecientes de pobreza e indigencia en los sectores populares.
El daño que está causando nuevamente en todo el entramado productivo, pero sobre
todo en lo institucional, social y cultural es tremendo, sumándole una corrupción
institucional que se extiende como una mancha de aceite sobre todas los
sectores sociales.
Un
verdadero genocidio sobre toda la sociedad argentina. Cuanto más puedan
profundizar sus políticas, mayores serán
sus consecuencias y mayor será el tiempo para reparar el daño hecho.
Es tarea fundante del movimiento nacional y
popular dar una pelea en todos los
frentes contra la restauración oligárquica, y aprender de la historia.
Argentina no tiene destino dentro del modelo rentístico financiero que quieren
imponernos. Que no tenemos futuro como país
sin un fuerte desarrollo industrial y que este, debe estar basado en salarios
altos, mercado interno, un fuerte apoyo del estado, a través de medidas como el
“compre argentino”, un banco de Desarrollo, etc., con una cultura basada en el trabajo
y la producción.
Abril,
2017
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