El círculo rojo . Eduardo Aliverti
Convocados en la Universidad Católica Argentina, los mayores grupos económicos del país y los principales dirigentes de la oposición se dieron cita, el jueves pasado, para articular lo que uno de los participantes –Clarín– tituló como “inédito consenso” entre 900 líderes del gran mundo de los negocios corporativos. Se sugiere repasar la cobertura de Página/12, basada en fotos del acontecimiento que simbolizan por completo.
Técnicamente, de las crónicas del hecho no es posible inferir en qué habría consistido ese tal consenso. Tampoco hace falta mucha imaginación que digamos. Nuestros fogosos amantes de la dictadura del mercado pecan de conciencia culposa: sólo a regañadientes toleran que se los defina como de centroderecha. Se dicen republicanos, libreempresistas, demócratas liberales. Pero la mención de “derecha”, aun morigerada, les significa una patada al hígado. Y entonces, no. Se expresan narrativamente a través de vaguedades y lugares comunes. En el salón Juan Pablo II de la UCA, lo más demostrativo del establishment juntó a Sergio Massa, Mauricio Macri, Ernesto Sanz, Hermes Binner y Julio Cobos. En primera fila, sonrieron plácidos, hubo algunos chistes y se retrataron cómodos en forma conjunta. Del presidente de la Sociedad Rural, Luis Etchevehere, escucharon que, a pesar de los 30 años de democracia, subsisten problemas como la pobreza y el desempleo. De Claudio Cesario, titular de la Asociación de Bancos de la Argentina, habrán registrado el reconocimiento de que “fuera del sistema hay unos 220 mil millones de dólares en activos de argentinos”, a la espera de volver para financiar el desarrollo toda vez que concluya el despotismo populista. Juan Manuel Vaquer, en nombre de la Cámara de Comercio de los Estados Unidos, se plantó cual víctima del orden establecido y aseguró que “en un país sin instituciones sólidas, con funcionarios discrecionales, los exitosos son los que están cerca del poder; los aventureros”. Jaime Campos, de la Asociación Empresaria Argentina, blanqueó que los medios de prensa independientes deben disponer de “todo el poder para actuar”. Los asistentes contaron con la bendición del filósofo Santiago Kovadloff, quien arguyó que al presente hay que mirarlo desde el porvenir. Amerita recordar a Tulio Halperin Donghi, muerto hace muy poco. Un relevante historiador argentino que era tan gorila como corrosivo. Un provocador de aquellos, situado entre lo mejor, o lo más atendible, que haya producido el pensamiento de derecha de estas pampas. Donghi remarcaba que un argumento, cualquiera, sólo puede sostenerse de haber otro igualmente considerable en dirección exactamente inversa. Si alguien afirma a secas que le importa la unidad nacional, el desarrollo productivo, la felicidad del pueblo, el combate contra la inseguridad y la inflación, estamos hablando de un tonto estimabilísimo porque nadie en su sano juicio podría pretender lo contrario. Sin embargo, en política aunque no únicamente, lo insustancial de las vaguedades puede obrar como reafirmación de aquello que se quiere escuchar y, esencialmente, de lo que se desea exhibir. Lo trascendente es la construcción de sentido.
Massa, Macri & Cía. no fueron a la UCA para que les advirtieran sobre la necesidad de ajustar por abajo, achicar el gasto público, eliminar retenciones al agro, devaluar, volver a endeudarse para financiar negociados. Fueron a sacarse la foto que representa todo eso. No les hace falta detenerse en su explicación. No les conviene, y por algo será. Quienes presentaron el “consenso inédito” fueron sus patrones ideológicos y ellos, como políticos subalternos, hicieron saludo uno-saludo dos. Tuvieron un afán obligatorio de pleitesía, pero a la hora de los bifes sólo uno de ellos contará con la artillería mediática favorable y el resto será ninguneado. Es un dato que Scioli no haya ido, pero podría tenerse por seguro, o muy probable, que el establishment guarda varias fichas para apostar al gobernador bonaerense. El episodio, en su conjunto, no movió un pelo de repercusión popular. De hecho, este Foro de Convergencia Empresarial que nucleó a lo más espeso del poder económico concentrado no ganó, siquiera, la portada de sus diarios, la relevancia en sus portales, la atención prioritaria de los comunicadores que les sirven de amplificador. La información sobre el foro cayó después de la semifinal entre Boca y River, en medio de los cruces entre el Gobierno y uno de los jueces servilleta, relegada por el invariable predominio de las informaciones policiales. Ningún noticiero de tevé le dio notabilidad. Entre las audiencias atentas, la porción del electorado con solidez kirchnerista habrá renovado sus arcadas. El odio anti K se habrá reafirmado en sus presuntas convicciones de que al país debe conducirlo el mercado y no el Estado. Habría que ver qué sucedió, si es que algo sucedió, con ese (alrededor de) tercio voluble que no define para dónde enfilar y que muy probablemente decida su voto de acuerdo con la coyuntura económica vigente al momento de las urnas. La presunción del firmante es que esa foto de la oposición en la UCA, con sus dirigentes más figurados en carácter de vasallos ante esos referentes de la industria, el campo, los servicios, los bancos, fue más inadvertida que otra cosa. Uno cree tener la responsabilidad de comentarlo, pero de ahí a imaginar una sociedad ligeramente interesada por el asunto hay mucha diferencia. También es cierto que un suceso no requiere necesariamente de representatividad social para poder abordarlo. Basta con que sea significativo.
El paro de los gremios del transporte público, por ejemplo, entre la madrugada y el amanecer del jueves, representó bronca social desde las dificultades para llegar al trabajo. Nada más. Pero tiene la significación de que fue una medida de fuerza contra el Gobierno, exclusivamente, porque, como la inmensa mayoría de los paros que convocan las burocracias sindicales, no cuestionan a las patronales. En esos paros sectoriales de Moyano, Micheli, la UTA y sus etcéteras, en esas movilizaciones sin documento final ni oradores, a que cada tanto llaman desde sus kioscos gremiales, el patrón no existe como objeto de denuncia. Se educaron para vivir de las prebendas oficiales, hasta el punto de que sólo les cabe cuánto podrían arrancarle al capanga estatal que ora es amigo y ora enemigo. Con unos toques favorables en las arcas de sus obras sociales se les acaba la combatividad. Van contra el Gobierno, nunca contra la lógica del capital acumulado bajo las artimañas que fuere. Al enemigo, para el caso o llegado el caso, son capaces de representarlo en Cristina, y si les fuera necesario, hacen y harán alianzas tácticas con cuanta derecha les haga falta. Es un andar mucho antes extorsivo que ideológico. Cuando la 125 ya vimos a trotskistas en arrumacos con estancieros. Ahora vemos a jerarcas sindicales, otrora proclamadores de que el gobierno de Kirchner es lo mejor que pasó después de Perón, en amoríos con Macri. O Massa. No tienen otra ideología que los negocios del prebendarismo estatal, de los cargos o bancas en canje por bajar cambios de conflictividad, de que el poder económico asista a sus apetencias personales. A los burócratas sindicales les cuesta entender que el kirchnerismo podría ser una etapa superadora del peronismo. Y a los factores de poder empresariales, habituados a la fácil transa con aquéllos, mucho más. Así sea que no les han tocado el bolsillo gravemente, ni mucho menos, les cuesta asumir esta cosa de cierta efervescencia disruptiva, con porciones juveniles entusiasmadas; con sectores humildes en parte reparados, con que ya no bastan unas tapas periodísticas en contra para tumbar, dañar o chantajear a un gobierno.
Un gobierno que, ya se sabe, afronta el serio problema de no tener al candidato. Tiene mística. Tiene gestión redistributiva de casi doce años. Tiene la única capacidad de movilización realmente existente. Tiene la demostración progresista más acabada que haya conocido este país en, por lo menos, los últimos cuarenta años, incluyendo el impulso y concreción de libertades civiles que dejaron sin discurso ni destino histórico a los radicales y demases oradores sarmientinos: Alfonsín fue el último y gran constructor de la épica que les era probable. El kirchnerismo tiene además la aceptación mayoritaria a favor de Cristina, según lo que admiten las encuestas encargadas por la propia oposición a sus consultores amigos, a pesar de los corruptos o sospechosos oficiales que no serían menos si administraran los republicanos que Carrió representa en joda, Macri bajo el amparo de que roba pero hace, o Massa detrás de su eficiente alcaidía en Nordelta. Pero no tiene candidato, el kirchnerismo. Tiene a la líder del espacio, pero eso no se vota. Es un problema grande. Muy grande.
Lo que debería ser más seguro para seguir avanzando –este modelo– es una incógnita. Y la incógnita de lo que significa la oposición es lo seguro de la foto en la UCA.
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