La crisis internacional y la perspectiva nacional

Por Rubén L. Guillén

La crisis actual que sufre el capitalismo es consecuencia de un proceso profundo y complejo propio de ese modo de organización de la economía y de la sociedad misma. Hablar de crisis “financiera”, como lo hacen los grandes medios de (in)comunicación, es intencional, porque contribuye a ocultar que el rey está irremisiblemente desnudo.


Toda crisis sistémica, como la actual, se resuelve mediante una redefinición del capitalismo mismo y de la estructura del poder mundial. Está en nosotros interesarnos por saber qué es lo que realmente pasa y actuar de manera tal que podamos construirnos un lugar en el mundo que preserve nuestro interés nacional.

El pensamiento económico siempre ha sido un terreno de disputa, porque la economía hace al poder y a la dominación de un sector de la sociedad sobre otro. Por eso quienes dominan siempre se han preocupado por tener el control de las usinas de pensamiento económico (desde los diarios y publicaciones “especializadas” hasta los centros de estudio y las universidades) tratando de que lo que emane de allí no sólo no vaya en contra de sus intereses, sino que además los afirmen y defiendan. Por eso se ocupan de financiar generosamente a los economistas del establishment y a sus instituciones.

Por el contrario, quienes adscriben a las distintas vertientes del pensamiento nacional no lo tuvieron suficientemente en claro y dejaron ese terreno mayoritariamente yermo. Sólo afloran algunas voces individuales y unos pocos núcleos, siempre débiles, que tratan de pensar lo económico desde la perspectiva nacional. En consecuencia, el establishment no sólo fija la agenda de la discusión económica, sino que además ha instalado como de sentido común cuestiones que sólo son axiomas y argumentos formulados para defender sus intereses; versiones contemporáneas de las zonceras de las que hablaba Jauretche.

En la problemática económica convergen algunas cuestiones sencillas y de fácil acceso para todos y otras que son extremadamente complejas y difíciles de comprender sin la ayuda de un aparato conceptual que no carece de aridez.

La cuestión económica clave en esta hora es la crisis que afecta al capitalismo en su conjunto y a nosotros con él. Y lo es porque no sólo involucra a la crisis misma, sino a la lógica de reproducción del capitalismo y a su talón de Aquiles. Si se entiende de qué se trata la crisis se entiende cuál es el nudo gordiano del capitalismo, lo que permite tener una base sólida para plantearse qué políticas son conducentes y cuáles no para alcanzar “la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación”.

Sobre la crisis, hay una primera cuestión a tener en cuenta para no comprar un verdadero caballo de Troya: la crisis que nos toca vivir en estos momentos no es “financiera”, sino estructural. La caracterización de “financiera” que han instalado es ideológica y su cometido fundamental es ocultar las verdaderas causas; si bien muchos se hacen eco de ese término, no por mala intención, sino por desconocimiento.



Es cierto que la primera manifestación de la crisis ha sido financiera. Pero eso es algo típico de las crisis estructurales del capitalismo. La crisis siempre estalla en el ámbito financiero, como sucedió con la gran crisis mundial que se iniciara en 1929 a partir del derrumbe de Wall Street, la bolsa de Nueva York. Pero su raíz no es financiera, sino económica Utilizando una frase trillada hay que decir que la rama no nos debe ocultar el bosque.

Producción capitalista y etiología de la crisis


La producción

La producción económica capitalista es producción de mercancías (bienes ó servicios) mediante la aplicación de máquinas y herramientas, materias primas, insumos, mano de obra y la organización y comercialización de la producción por los empresarios. Las máquinas, herramientas, materias primas e insumos necesariamente deben existir antes de la producción de una mercancía. Mientras lo nuevo, lo que se agrega en el proceso productivo, es el trabajo de los trabajadores y de los empresarios, conocido como valor agregado. De allí surgen los salarios y las ganancias capitalistas.

Pero los empresarios no perciben la ganancia por su actividad, sino por ser los dueños del capital, con el que adquieren todo lo necesario para producir, incluyendo el trabajo humano. Son ellos quienes deciden qué, cómo y cuándo se produce, y a quién, a cuánto y cómo se venden los productos. Más aún, por ser los dueños del capital, son quienes deciden si se ha de producir o no.

Los salarios y las ganancias son los ingresos fundamentales de la economía. Cuando se habla de distribuirlo se habla, precisamente, de distribuir el valor agregado entre los trabajadores, a través del salario, y los empresarios, a través de la ganancia. La distribución es el resultado de una puja entre ambos, en la que los empresarios llevan las de ganar porque poseen el capital y el poder de decisión que les otorga.

Los asalariados necesariamente deben trabajar; si no, no pueden adquirir lo necesario para vivir ellos y sus familias. Los capitalistas, en tanto, disponen del capital y no están urgidos para aplicarlo en la producción. Sólo lo harán si la magnitud de la ganancia que obtienen les parece conveniente. Si no, pueden abstenerse, lo que impediría que la economía se reproduzca normalmente.

En la reproducción normal los asalariados utilizan sus ingresos para sufragar sus consumos y los empresarios para invertir en la producción, además de consumir. Lo que no se consume, o lo que es lo mismo, lo que se ahorra, debe aplicarse a la producción; es decir: debe invertirse. Es lo que permite que la economía crezca de manera sostenida, garantizando una mayor producción de mercancías y mayores oportunidades de empleo. Así como también permite obtener mayores ganancias. En suma, si el ahorro se iguala a la inversión cada nuevo ciclo productivo insumirá más capital y más trabajo y será la fuente de mayores ganancias.

Las finanzas

Pero la economía no se reduce a la producción de mercancías. Hay otras actividades y otros actores económicos, como el Estado y los especuladores financieros. Los especuladores son quienes poseen un capital líquido que aplican en las finanzas, de acuerdo con la tasa de interés que se les ofrezca en cada caso. Cada uno actuará de acuerdo con su mayor o menor aversión al riesgo, seducido por los distintos rendimientos financieros que puede obtener (en general, los mayores rendimientos los ofrecen las operaciones más riesgosas).

Quien posee un capital líquido puede aplicarlo en la especulación. Incluso los empresarios, si deciden que les resulta más conveniente aplicar sus ganancias allí en lugar de destinarlas a ampliar la producción.

La actividad financiera fundamental es el crédito. En ella, quienes tienen capitales líquidos ociosos los prestan a quienes los necesitan, a cambio del pago de un interés y la entrega de garantías. Los préstamos se pueden efectuar mediante un contrato privado entre el dueño del dinero y quien lo toma, o a través del sistema bancario. En este caso la actividad está regulada por la banca central, que trata de minimizar el riesgo de incobrabilidad de los créditos para garantizar la salud del sistema. Por el contrario, en los contratos privados todo queda librado al buen tino de sus actores.

Por otra parte, hay que subrayar que en una economía capitalista la única fuente genuina para el interés es la masa de ganancias que genera la producción. De allí deben salir los recursos para pagar los intereses ¿Cómo se entiende esto? Vamos de a poco.

Si el ahorro debe igualar a la inversión para que cada nuevo ciclo productivo insuma más capital y más trabajo y sea la fuente de mayores salarios y mayores ganancias, el “mercado de capitales” debería estar abocado a financiar la inversión.

Cuando el capital líquido ahorrado, crédito mediante, se destina a la inversión, se genera el círculo virtuoso antedicho. La inversión permitirá incorporar más capital fijo a la economía y, con él, ampliar y/o mejorar la producción y, de suyo, incrementar la masa de salarios y la de ganancias. Si esto se reitera una y otra vez, ciclo tras ciclo, la rueda de la economía gira sin interrupciones, y en cada ciclo se obtiene una producción mayor, con los beneficios antedichos.

Pero además, la masa de intereses que se han de pagar por los créditos que se han utilizado para invertir no debe ser mayor que la masa de ganancia que se obtiene en la producción. De no ser así, para pagarlos habría que utilizar el capital de las empresas.



Producción y tasa de ganancia

Uno de los rasgos determinantes del capitalismo es la necesidad de que se puedan obtener ganancias. Sin ellas, el acto de la producción capitalista no tiene sentido: los empresarios producen para ganar, ese es su móvil.

Por otra parte, en cada época del capitalismo la producción y el consumo se organiza en torno de cierto conjunto de bienes y servicios conocido como patrón de consumo. El fin de una época y el comienzo de otra se debe a una crisis estructural, y de una a otra el patrón de consumo cambia. Pero no es lo único. También cambia la forma en que se organiza la producción, así como las características y la forma en que se determinan los salarios, las características y el papel del Estado, las características de la moneda, etc. En una palabra, se redefine todo el sistema.

Así, antes de la crisis iniciada en 1929 el consumo se centraba en los alimentos y la vestimenta y en muy pocos artefactos. La producción se organizaba en torno del acople entre el obrero y la máquina en jornadas de trabajo dilatadas, y el uso de la línea de producción era limitado. Los salarios eran bajos. Se pagaba por hora y salvo excepciones no existían beneficios como las vacaciones pagas. Los sindicatos eran combatidos. El mundo se regía por el patrón oro y el Estado no intervenía en la economía. Pero luego todo cambió. El consumo masivo incluyó los electrodomésticos y los automóviles, la producción se organizó en línea y se generó un círculo virtuoso por el cual los incrementos de productividad se trasladaban a los salarios, acompañado de un conjunto de beneficios, incluyendo la generalización de la jornada de 8 horas. Y esto se hizo negociando con los sindicatos, que de allí en más fueron considerados interlocutores válidos. Cesó el patrón oro y el dólar de los EE.UU. pasó a ser la moneda de reserva internacional, mientras surgía el Estado benefactor.

La difusión de un patrón de consumo tiene dos fases. En la primera, el patrón se difunde y mientras más y más consumidores lo adopta la producción se incrementa. Con ella, aumenta la demanda de trabajo, los salarios y las ganancias. Cuando el patrón de consumo se ha generalizado comienza la segunda fase, la de estancamiento (porque, por ejemplo, una vez que todos quienes pueden tener un automóvil lo tienen, se puede aumentar su venta reduciendo el tiempo en que se renuevan las unidades, pero eso tiene un límite). Cuando se estanca el consumo se estanca la producción, y con ella la demanda de trabajo, los salarios y las ganancias. Más aún, se incrementan los costos fijos y se erosionan las ganancias. Mucho más si los trabajadores pujan por mayores salarios.

Producción, especulación y crisis

Cuando se llega a una situación de estancamiento, la inversión en la producción cesa: si no hay posibilidad de vender más ¿qué sentido tiene aumentar la capacidad de producción? Lo que equivale a decir que perdió sentido aplicar las ganancias en la producción. Y cuando esto es así, el ahorro deja de ser igual a la inversión. ¿Pero qué hacen los empresarios con sus ganancias?

Si lo que les ingresa como ganancias lo conservaran como mero capital líquido sin aplicarlo en nada, sufrirían dos tipos de perjuicios. El primero, es la pérdida de la oportunidad de ganar algo, que es abstracta en tanto no exista un negocio en el que se pueda ganar. El segundo es concreto y se debe a la desvalorización del dinero por el mero aumento de los precios de una economía -la inflación-.

Por lo tanto, si hay activos financieros -incluyendo activos inmobiliarios que se adquieren con criterio especulativo- que ofrecen un rendimiento mayor que el que se obtiene en la producción, los empresarios colocarán sus capitales líquidos allí, asumiendo el papel de especuladores.

Una vez que se inicia este proceso comienza una bola de nieve. El capital líquido especulativo crece más y más y cuanto más crece más se distancia de las necesidades que tiene la producción. El capital especulativo se autonomiza y adquiere su propia lógica, por fuera de la inversión y de la producción.

Cuando esto sucede, los mercados financieros se convierten en una sala de apuestas (como decía Keynes) donde, de acuerdo con la información disponible, cada uno compra y vende según sus pálpitos. Así, los valores de los activos financieros -títulos, acciones, etc.- se desacoplan de aquello que hace a su naturaleza (por ejemplo, en el caso de una acción, de la rentabilidad de la empresa que la emitió) y comienzan a depender de esas apuestas.

Es lo que sucedió en el proceso que desembocó en el derrumbe de Wall Street, en octubre de 1929. En él contribuyeron dos causas. Una, fue que a lo largo de la década del 20, mientras la economía de los EE.UU. se expandía más y más su consumo crecía a un ritmo menor, dando lugar a lo que acabamos de describir: la porción del excedente de las empresas que no se podía aplicar en la inversión se destinaba a la compra de propiedades o de activos financieros. La otra causa fue que, con las economías europeas pauperizadas y la alemana, en particular, desvastada como consecuencia de la Primera Guerra Mundial, los excedentes económicos generados allí, sin posibilidad de aplicación rentable, cruzaban el Atlántico e iban al corazón del mercado de capitales de los prósperos EE.UU.: la bolsa de Nueva York. Ambas causas dieron lugar a una enorme demanda de títulos y acciones estadounidenses, disparando sus precios a un punto tal que no guardaban correspondencia con el valor ni con los negocios de sus emisores. Y cuando los especuladores cayeron en cuenta de que el rey estaba desnudo, sobrevino el colapso de Wall Street, de la economía de los EE.UU. y de la del mundo capitalista.

El disparador de la crisis fue el estallido de la descomunal burbuja financiera a la que había dado lugar la especulación. Pero no fue una crisis financiera. Fue una crisis económica debida al desacople entre el ahorro y la inversión.



Las burbujas y la regulación del capitalismo

Normalmente, cuando la difusión del patrón de consumo ingresa en su fase de estancamiento la economía capitalista comienza a desarrollar diversas burbujas financieras, que van a ir in crescendo en la medida en que el estancamiento avanza, hasta que se conforma una burbuja totalizadora que dispara la crisis.

Esas burbujas van estallando una tras otra generando turbulencias pero sin precipitar la crisis económica. Con cada estallido se produce la devaluación de los valores de los activos que estaban “inflados” por la especulación y sus efectos pueden afectar a algún que otro banco, según el grado de exposición que tenga cada uno respecto de esos activos. Los grandes perdedores de estos estallidos localizados y restringidos (recordemos los que hace unos años se dieron en llamar Vodka o Tequila) son los tenedores de los activos financieros que se devalúan, que no son todos los activos financieros sino sólo los que están comprendidos por esa crisis. Asimismo, de ninguna manera se ve afectado el sistema en sí mismo, porque esos estallidos son crisis financieras, no crisis económicas.

Distinto es lo que sucede cuando estalla la gran burbuja, la final. En este caso se trata de una crisis económica, que siempre se debe al agotamiento del patrón de consumo. Aquí, además de las pérdidas de valor de los activos financieros, se produce la quiebra de aquellas empresas y aquellos sectores de la producción que están ligados a la oferta de los bienes y servicios más vinculados al estancamiento del patrón de consumo colapsado. Y esas quiebras lo son en todo el sentido del término, porque ya es imposible recrear la producción de esos bienes en niveles tales que tenga sentido invertir capital allí (y contribuir a que la inversión se corresponda con el ahorro). Lo que se requiere es fundar un nuevo patrón de consumo, con nuevos bienes sobre la base de nuevas cadenas de producción. Se trata de un cambio de época.

Los quebrantos -unos de activos financieros, otros de empresas- son la manera que tiene el sistema capitalista para desprenderse por sí mismo de aquello que ha dejado de cumplir un papel funcional; de lo que -recurriendo a una analogía biológica- en unos casos ha pasado a constituir una forma tumoral, o en otros directamente se ha necrosado. Las crisis no son anomalías del capitalismo. Son procesos regulares que hacen a su regulación y a su auto depuración. Si no sufriera crisis, este sistema se desorganizaría, porque el estancamiento sostenido de la difusión del patrón de consumo lo llevaría a un punto tal en que las posibilidades de extraer ganancias en la producción se extinguen y con ellas la lógica misma que es el quid del espíritu capitalista. Si no hay creación real de valor, que sólo tiene lugar en la producción, el sistema capitalista no puede funcionar. Los rendimientos que obtiene el capital en las finanzas no son tales en tanto no hay una creación real de riqueza que respalde el valor incremental de los activos financieros.

Cambio de época

Las crisis estructurales son bisagras entre épocas y de una época a otra todo cambia. Cambia el patrón de consumo y con él la forma en que se produce (con nuevas tecnologías, nuevas maneras de organizar la producción, nuevas relaciones entre el capital y el trabajo, etc.), la forma en que se consume (con nuevos bienes y servicios, nuevos tipos de consumo, etc.), el tipo de regulación que ejerce el Estado sobre la economía y la organización de las relaciones económicas internacionales, así como las instituciones internacionales y sus características funcionales. También cambia la organización monetario-financiera, en cada Estado nacional y en el mundo en su conjunto, y muchas cosas más.

Junto con todos esos cambios también se transforman las relaciones de poder mundiales. Cada época es una organización del mundo, en la que hay una potencia dominante que le da su impronta y a la cual algunos tratan de emular y otros de parodiar. Por lo tanto, cuando termina una época es porque ha entrado en crisis el sistema, pero con él también ha entrado en crisis la vieja potencia dominante y el orden internacional construido a su imagen y semejanza. En su lugar vendrá otra u otras, y un orden internacional de otro tipo.

Pero también cambia la vida cotidiana y, sobre todo, cambia el pensamiento y la ideología. Una nueva época implica un nuevo mundo, y un cambio tan radical hace que el género humano necesite explicarse qué pasó, por qué se desmoronó el mundo tal cual era, cómo es lo nuevo que emerge, por qué lo nuevo es bueno y lo otro era malo. Y se explicará ambas cosas. Pero no por sí mismo, sino por boca de las usinas que responden a los intereses que habrán de cambiar la configuración del mundo.

El sistema, como tal, jamás se cuestiona a sí mismo, o lo que es lo mismo, sus beneficiarios jamás se cuestionan a sí mismos ni cuestionan la lógica que los instala en ese lugar. Por ello, una vez que sucede el colapso todas las usinas políticas e ideológicas se abocan a buscar la falla, la anomalía, lo patológico en aquello que se desmoronó. De la misma manera en que se abocan a encontrar las bondades y la sanidad en lo nuevo que surge (si bien lo nuevo también cumplirá su ciclo y en su momento colapsará, como todo). No debe extrañar entonces que hoy escuchemos hablar de la necesidad de que el Estado no deje al capital librado a su propia voluntad, a los mismos que hace poco escuchábamos hablar de las bondades de la libertad irrestricta de mercado. Y en algún tiempo futuro, cuando se consolide un nuevo patrón de consumo y un nuevo orden internacional, esos mismos nos dirán qué bueno es el nuevo mundo y cómo todos -respetando sus intereses- caminamos rumbo al paraíso.



Un lugar en el mundo

Lo que acabamos de describir de ninguna manera implica que debemos sentarnos a un costado del camino esperando el desfile de los acontecimientos, sujetos a un destino inexorable. Las naciones y los Estados pueden ingresar en el nuevo orden de manera pasiva, librados a la voluntad de las nuevas potencias; o bien pueden ser activos y tratar no sólo de encontrar un lugar en el mundo que no sea el que le quieren asignar otros, sino además cambiar su propia realidad de acuerdo con los intereses de sus pueblos.

Sobre la base de sus propias fuerzas -productivas, culturales, políticas, etc.- su lugar y su desempeño en el futuro dependerán de su propia voluntad nacional y de su inteligencia. Nadie está obligado a sufrir la Historia. Nadie está obligado a padecerla.

Si durante la Segunda Guerra Mundial en la Argentina no hubiera sucedido nada y se hubiera mantenido el orden oligárquico de la Década Infame, muy probablemente hubiera terminado siendo un país paupérrimo sin una mínima chance de futuro. Pero la voluntad de los hombres del GOU y la inteligencia y la astucia de Perón hicieron que para nosotros la Historia haya sido otra.

La Argentina de Perón no se sometió al orden económico y político que por entonces imponían los EE.UU. desde Bretton Woods, para sujetar al dólar a lo que sería el campo capitalista durante la Guerra Fría que estaba por venir. Por el contrario, esa Argentina no adhirió al Fondo Monetario Internacional (FMI) ni se alineó detrás de los EE.UU. En su lugar defendió la independencia económica y la soberanía política, sobre la base de un proyecto industrial autónomo y la “tercera posición”, que incluía la unidad de América del Sur.

Después, en el 55, cayeron las bombas homicidas sobre la Plaza de Mayo y cambió la historia. Y entre tantas cosas vergonzantes que hicieron los golpistas que reinstalaron el orden oligárquico, estuvo la adhesión de la Argentina al FMI. Lo que vino después es historia conocida.

Sabemos que hoy el mundo se va a redefinir y que en ese cambio tenemos dos opciones excluyentes: o nos redefinimos de acuerdo con nuestros propios intereses, buscando garantizar la felicidad de nuestro pueblo y la grandeza de nuestra nación, o nos redefinen otros, de acuerdo con sus propios intereses.

Ojalá estemos a la altura de nuestros mayores.

Rubén L. Guillén
Economista especialista en Planificación

No hay comentarios:

Foro en defensa del Proyecto Nacional y Popular

El Secretario General de la Presidencia, Oscar Parrilli, fue el invitado especial del primer Foro en Defensa del Proyecto Nacional y Popular, que contó con más de 250 militantes.