Miami-adictos

Por Luis Bruschtein


Estos son los dos estereotipos de latinoamericano que los norteamericanos proyectan:el inmigrante pobre al que rechazan y el latino al que apadrinan por su servilismo y su falta de sentido nacional propio. El miami-adicto desprecia a su propio país, al que compara todo el tiempo con los Estados Unidos, y quisiera nacer otra vez como norteamericano. De la misma manera, menosprecian a cualquier gobierno de sus países que no exprese el mismo deslumbramiento que ellos sienten por los Estados Unidos. Todo lo que pasa en sus países les parece ridículo, producto de la ignorancia, de la falta de apego al trabajo o de la falta de educación. Algunos son tan elementales que escriben libros con pretensiones periodísticas o sociológicas con esa mirada.

Cuando la carga del avión de la Fuerza Aérea norteamericana fue retenida en Ezeiza la semana pasada, una parte del país pareció actuar como Miami-adicto y razonar con esas pautas. Como lo que piensan las personas en general no tiene difusión, esa categoría (una parte del país) abarca en realidad sólo a los grandes medios y algunos de sus periodistas, y a los políticos de la oposición. En Argentina, los Miami-adictos son una minoría que se siente superior al resto. Juzga que por vacacionar en Miami ha sido tocada por el aura del amo, frente a las mayorías que son despreciadas ya se sabe por qué.

Por su nivel socio-económico y sus intereses culturales, muchos de los Miami-adictos son lectores de La Nación, que fue el diario que difundió la primicia del avión norteamericano detenido en Ezeiza con una nota corta publicada en su edición del viernes pasado, y otra más completa el sábado, en las que daba cuenta del episodio en sintonía con la visión norteamericana de lo sucedido. La versión que transmitió La Nación dejaba muchos interrogantes abiertos que provocaban la curiosidad periodística. El domingo, en el artículo de tapa de Página/12, Horacio Verbitsky dio otra versión de los hechos, que finalmente fue la que se confirmó, porque el famoso listado de artículos que debían entrar a la Argentina no coincidía con los que traía el avión.

Pero lo más extraño del asunto es que periodistas que trabajan en los grandes medios calificaron de “prensa adicta” a Página/12 por publicar información que ellos también tendrían que haber conseguido y no lo hicieron. Fue más periodístico buscar esa información y publicarla, como hizo Página/12, que desjerarquizarla porque no se ajustaba a sus versiones, como hicieron ellos. Y lo más sorprendente de todo es que algunos periodistas “famosos” que usaron esa fórmula para calificar a Página/12 lo hicieron desde La Nación, que a partir de entonces publicó sin chistar ni cotejar las versiones que provenían, a todas luces, desde las posiciones estadounidenses. Habría que ver entonces a quién sería “adicta” La Nación o esos periodistas.

Sin aprender de los tropezones, la mayoría de la oposición aceptó nuevamente que los grandes medios le impusieran la agenda. Con la excepción de Ricardo Alfonsín, que aclaró que sin estar en conocimiento de los hechos, en cualquier caso, en territorio nacional, los Estados Unidos debían cumplir las leyes argentinas, todos los demás siguieron el libreto granmediático Miami-adicto. Se preocuparon por los intereses norteamericanos y cuestionaron duramente la decisión aduanera. Los grandes medios sobreactuaron la defensa de los intereses norteamericanos y acusaron al gobierno nacional de haber desatado una grave crisis con la potencia del Norte. Y los políticos de la oposición, encabezados por el Peronismo Federal, por el macrismo y el radical Ernesto Sanz, movieron la boca para decir lo mismo, como reviviendo las viejas épocas de las “relaciones carnales”. En todo caso, es previsible lo que harían si alguna vez llegan a la Casa Rosada.

Cuando fue evidente que el Departamento de Estado de los Estados Unidos no quería convertir el incidente en una crisis grave entre los dos países y le bajó el tono a la discusión, los grandes medios que habían sobreactuado el enojo norteamericano dijeron entonces que era el Gobierno el que había sobreactuado su posición. Fue una voltereta en el aire que también obligó a sus seguidores de la oposición a cambiar: de pronosticar hecatombes pasaron a acusar “sobreactuación”, un cargo muchísimo menos atractivo para la campaña electoral.

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