LISANDRO MOGLIATI
La crisis financiera mundial tuvo su mayor impacto en 2.009, en el epicentro del poder de los países centrales, más precisamente en el corazón financiero mundial, los EE.UU, como correlato ineludible de haber insuflado por años una “burbuja” de activos financieros artificiosos que poco tenían que ver con las variables de una economía real.
En los países centrales, en particular la Unión Europea y los EE.UU, la crisis parece ya de ribetes estructurales, están embretados en una escenario del que no logran despegar y esto se traduce en conflictividad social, como los que vemos en algunos estados de la UE como las protestas sociales en Grecia, una España sumida en la desocupación y la desesperanza, Francia sufriendo violentas manifestaciones por la una nueva ley jubilatoria y así una decena de conflictos que corren como reguero de pólvora, por una Europa que no encuentra su destino final en la unidad que ofrece el mercado común y con una moneda cada vez más apreciada en su valor y menos competitiva para sus exportaciones.
Esta coyuntura tiene directa relación con la crisis financiera mundial, que derivó en lo económico y de lo económico decantó en lo social, alcanzando rápidamente a la política, siendo el caso más paradigmático y reciente de esta descripción, la dura derrota del Partido Demócrata en EE.UU en las elecciones legislativas, llevando un contundente mensaje a Obama de que las cosas andan mal.
Esta semana el G- 20, de heterogénea composición e intereses, debatió la crisis mundial (en realidad la que provocaron y sufren en mayor medida los países centrales) discutiendo como evitar profundizar la crisis, con la mal llamada “guerra de monedas”, que en verdad se trata de una estrategia de las potencias de exhortar a que los países emergentes, especialmente China, revaloricen sus monedas, de modo tal que los productos europeos y estadounidenses, por ejemplo, tengan mejores chances de ser globalmente competitivos, respecto de las exportaciones chinas, que producto del crecimiento económico y la industrialización incipiente que vive este país (experimentando tibiamente algunas estrategias capitalistas) comienza a despertarse y el “primer mundo” tiembla.
El Presidente chino, Hu Jintao fue categórico, de momento no piensan sobrevaluar el yuan (la moneda china) y las exportaciones seguirán ampliándose, pero las consecuencias no solo se notarán en el crecimiento del sector externo chino, los más de mil doscientos millones de habitantes de China, comienzan muy de a poco a occidentalizar sus hábitos y a consumir, traccionando la demanda de alimentos de todo el mundo (no es casual el exponencial aumento de la cotización de la soja, los aceites, el maíz y todo el complejo de los comodities agropecuarios), también el petróleo acrecienta su valor, como consecuencia de la demanda energética industrial, doméstica y automotriz, en particular que experimenta China y en parte también la India y varios países más en vías de desarrollo.
Este contexto internacional es auspicioso para la Argentina, porque la demanda de alimentos se mantendrá en estos términos, seguramente por los próximos diez o quince años, además el principal socio estratégico de nuestro país en el MERCOSUR, Brasil, consolida su integración en el BRIC (países de gran extensión territorial, población y participación en el comercio mundial) junto a Rusia, India y China, que son los principales mercados de destino de agroalimentos de nuestro país.
Por otra parte la Argentina atraviesa un período de estabilidad política y económica, apoyado en un proceso de recuperación de la industria local y de promoción de las exportaciones, que dan un marco de previsibilidad para potenciar el desarrollo nacional.
Es indudable que como ha ocurrido históricamente, las potencias mundiales nuevamente quieran hacer pagar los costos de la crisis, que ellos mismos generaron artificialmente, a las naciones emergentes, esto no resulta novedoso, lo vimos en la década del ´80 con la crisis de la deuda externa, que enterró las aspiraciones de los países en vías de desarrollo, en especial de América Latina, que había sido la región con mayor porcentual de deuda tomada.
Pero las coyunturas no siempre son idénticas, hoy la Argentina y varios países más antes considerados periféricos, tienen voz y voto en los foros internacionales y peso específico en las decisiones de las finanzas y la economía mundial, de modo que podemos pensar que esta batalla está ganada, pero la guerra será larga y extenuante.-
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