El triunfo de Chavez en el espejo


Por Carlos Benítez

Las derechas latinoamericanas se quedaron sin posibilidad de festejar la derrota de Chávez. El SI ganó por amplio margen en Venezuela, y el comandante tiene el camino despejado para la reelección, así como también los otros candidatos que tenían el mismo impedimento.

¿Por qué todas las derechas ven en Chávez el mal de toda la región? Entre muchas razones, hay una en particular: haberle dado a la inmensa mayoría del pueblo venezolano sus derechos, haberlos incorporado a la vida política del país, haberle dado un lugar definitivo en la nueva nación bolivariana. Eso es lo que no se tolera. Y la desesperación de que ese efecto no se propague por la región (como lo fue Perón en el ‘46).

La derecha argentina esperaba la noche del domingo 15 la derrota de Chávez para asociarlo con el gobierno de Cristina. Así lo ansiaban Macri, Solá, De Narváez, Carrió, López Murphy y el socialismo conservador de Binner. Se quedaron con las ganas; además, conociendo el paño y viendo que son bastante remisos para proponer, esperaban estirar unas semanitas con ese tema, para posar de comentaristas de cuantos micrófonos se les pusieran enfrente.

¿Es posible comparar el proceso bolivariano con el de la Argentina?

La verdad que no, pero hay algunas similitudes. La concentración mediática es similar, y luego de un inicio de romance, cuando se volvieron políticamente incorrectos, los mandaron pa’ Caracas (parafraseando la canción de la guerra civil española), con actitudes golpistas o destituyentes.

Ambos sistemas de partidos políticos tradicionales están en una crisis. Terminal en el caso de Venezuela (Copei, Acción Democrática, Podemos; entre otros). En Argentina, vamos hacia ese camino. Aquí y allá, lo nuevo no está claro. Y las oposiciones son meramente mediáticas, sostenidas en base a figuras (los citados antes por estos pagos; Ismael García, secretario general del PODEMOS, Julio Borges y el estudiante Juan Pablo López, en el caso venezolano). Sus discursos se caracterizan por ser muy virulentos y descalificadores de la figura presidencial, sin propuestas y vacíos de contenidos.

Si nos metemos con las estadísticas, algunas semejanzas sorprenden y mueven a la reflexión. Un par de datos, de los varios que leímos acá:

La pobreza en Venezuela alcanzaba el 50,4% de su población en 1998. Hoy se redujo al 33,6%.

La indigencia pasó, en el mismo período, del 20,4% al actual 9,6%.

La desocupación abierta, que en la crisis de 2003 tocó el 19% tras el intento de golpe de estado, hoy es del 10,2%.

A pesar de todas estas cifras, la brecha entre el 20% más rico y más pobre de perceptores pasó de 11,7 veces en el año 1999 a 10,4 veces en 2008. Apenas una mejora de 1,3.

Esta mejora muy leve del patrón distributivo a nivel nacional es un fenómeno que se puede encontrar aquí y en casi toda Latinoamérica. Y en Venezuela se le superpone un notable crecimiento de las asimetrías sociales medidas por ingresos. El futuro es todo un desafío. El peso de las exportaciones en las arcas de ambos países es significativo y si los cereales argentos han visto decrecer su rentabilidad extraordinaria habrá que recordar que el barril de crudo pasó de valer alrededor de 140 dólares, hace menos de un año, a escasos 37 y chirolas por estos días.

La dos naciones hicieron sus reformas constitucionales y aquí la diferencia es clara. En una fue para dar vuelta la página e iniciar el camino al socialismo en un sistema democrático. En el otro, fue para reelegir a Menem y seguir entregando el país al neoliberalismo y dejar desprotegida a la inmensa mayoría del pueblo argentino de sus derechos.

Entre diferencias y semejanzas, a los dos países les falta recorrer un largo camino para que todos sus ciudadanos tengan una vida digna, cada uno con su impronta.

En el caso argentino, sin medias tintas, la discusión es cómo hacemos para que esa aun enorme cantidad de conciudadanos que están por debajo de la línea de pobreza se incorporen en pleno a sus derechos como ciudadanos. Tenemos una buena oportunidad, ya que la región no muestra retrocesos políticos sino todo lo contrario. Además, la crisis internacional dejó sin argumentos a los saqueadores de siempre.

Todavía es posible retomar la iniciativa. Ojalá la presidenta tome las riendas de este debate y lo lleve hasta el final. Ese momento llegará cuando los millones de pobres empiecen a percibir, efectivamente, los frutos de estas discusiones y encarnadas en decisiones redistributivas para dejar de ser ciudadanos de segunda.

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