Ricardo Forster
John William Cooke estampó una frase que dejó su impronta enigmática en la vida política e intelectual argentina al caracterizar al “peronismo como el hecho maldito del país burgués”. Frase explosiva, contundente y cargada de posibles y diversas interpretaciones que no han agotado, pasados los años y las vicisitudes nacionales, sus posibilidades y su dramatismo. Frase que dividió aguas no sólo en el interior, siempre tumultuoso y contradictorio, del movimiento creado por Juan Perón, sino que también conmovió a las izquierdas y a su relación difícil y laberíntica con ese corpus político decisivo de la vida argentina que, desde la lejana década del ’40 hasta nuestros días, ha sido y sigue siendo el eje vertebrador de los acontecimientos centrales y de las encrucijadas por las que ha seguido atravesando nuestro país.
Una frase que disparada por la sagacidad de Cooke intentaba conmover la tendencia, siempre presente en el peronismo, a su cooptación por el sistema, a ese proceso que parecía cristalizar en la transformación de su caudal popular y provocador en una fuerza capturada por las exigencias y las necesidades del propio mundo burgués contra el que se había rebelado, según la interpretación nada inocente de Cooke. Después del ’55 y en medio de la década del sesenta signada, entre nosotros, por el impacto de la revolución cubana y las fragilidades de democracias cada vez más condicionadas por la política de Estados Unidos hacia América latina, Cooke, hombre de ideas radicalizadas que intentaba convencer a Perón de acercarse al influjo para él fascinante de Fidel Castro y del Che, buscó dramatizar lo que para él constituía el núcleo duro y perturbador del peronismo: su condición plebeya –la figura de Evita como centro de esa condición jacobina y como norte de una permanente insubordinación–, su capacidad de cuestionar de modo directo y sin falsos ideologismos ni purismos teóricos el centro del poder real de nuestro país. Para Cooke el peronismo, su condición de “hecho maldito”, persistió allí incluso donde se lo quiso condicionar y adaptar a la partidocracia burguesa destacando, como no dejó de hacerlo en su extraordinaria y ardua correspondencia con Perón, que más allá de esos posibles giros adaptacionistas lo propio, lo original y lo intransferible de la experiencia del peronismo tenía que ver directamente con su carácter de “hecho maldito”, de transgresor de las formas y, sobre todo, de haber sido responsable de la aparición tumultuosa de las masas populares en la escena política. El peronismo como flujo de nuevas intensidades y de nuevas demandas, pero también como una tradición que le dio forma al autorreconocimiento de aquellos que habían permanecido olvidados e invisibilizados por el relato dominante. Pero también como catalizador de nuevas y viejas formas del prejuicio y el racismo emanados de las clases dominantes e irradiado sobre amplios sectores medios capturados por esa gramática de la exclusión que vieron en la irrupción de las masas (el famoso “aluvión zoológico”) lo insoportable y lo inaceptable, aquello que venía a cuestionar su poder y su visión del mundo.
Incomodidad, plebeyismo, irreverencia popular, cuestionamiento del poder y de sus lógicas intocables, impredecibilidad, ruptura de los protocolos establecidos y democratización de la vida social constituyeron algunas de esas marcas que, a los ojos de John W. Cooke, resultaron intolerables y malditos para el país burgués. ¿Sería mucho arriesgar que, una vez salidos de la noche prostibularia del menemismo que prácticamente había logrado convertir al peronismo en un partido del establishment financiero y en una farsa de su propia historia, la aparición inesperada y anómala de Néstor Kirchner recondujo a la tradición popular, de la que formó parte desde su juventud, de nuevo hacia su constitución “maldita”? ¿Sería justo señalar que la caída en picada del peronismo capturado en los años ’90 por el neoliberalismo pero como estación de cumplimiento de sus peores componentes y de las zonas oscuras de su travesía histórica, por lo prostibulario menemista y que parecía concluir con lo mejor de su tradición popular, fue transformada por la irrupción del kirchnerismo en una nueva oportunidad? ¿Que lo inaugurado por Kirchner y continuado por Cristina supone, en algún punto, un más allá del propio peronismo sobre todo allí donde reactualizó su componente “maldito”, su capacidad para interpelar, cuestionar y conmover al poder del establishment argentino? Preguntas que no podemos dejar de hacernos en este momento de calma en la que la marcha hacia el seguramente caudaloso triunfo de octubre vuelva a poner sobre el tapete los desafíos de la época y, sobre todo, la pregunta que se hace con insistencia: ¿qué significa profundizar?
Después del 14 de agosto el camino hacia octubre parece despejado y sin las turbulencias a las que nos tenía acostumbrados la realidad argentina. Las inquietudes, lejos de venir de nuestra propia geografía, provienen de un escenario mundial atravesado por una crisis de indescifrables consecuencias y que no hace otra cosa que reafirmar, a los ojos de una parte sustantiva de la sociedad, que los pasos seguidos por el gobierno nacional para impedir que sus consecuencias nos alcancen han sido los correctos. En todo caso, y más allá de los esfuerzos, a esta altura entre bizarros y amarillistas, de la oposición mediática (la única que parece contar a la hora de intentar fijar una agenda que no llega a suscitar demasiadas expectativas en la opinión pública) por reinstalar el tema “Schoklender” transformando, una vez más, a ciertas fuerzas políticas en títeres de una escenificación cuyo libreto resulta impresentable, lo que predomina es una calma que sigue prefigurando lo que todo el mundo descuenta: un triunfo más holgado todavía que el que se alcanzó en la primarias de agosto.
Entre perpleja y demudada, la oposición no alcanza a comprender qué sucedió entre las ilusiones desatadas por las elecciones de junio de 2009 y este presente aciago en el que la sensación de final anunciado la llena de una desilusión que anticipa un oscuro saldo de cuentas cuyas facturas serán muy gravosas. Tal vez debería haber recordado aquella frase de Cooke con la que iniciamos este artículo como un modo de intentar comprender la complejidad de un peronismo recargado bajo su impronta kirchnerista que vuelve a actualizar su componente maldito que, eso hay que decirlo para que se entienda, ha constituido, y lo sigue haciendo, lo intolerable para aquellos que estaban acostumbrados a ejercer con absoluta discrecionalidad el poder detrás del poder. Ellos, desde 1945, han comprendido por dónde pasa el desafío efectivo a ese poder en nuestro país. Néstor y Cristina Kirchner, por si lo tenían olvidado después del menemato, se lo hicieron recordar. Y, claro, eso no se perdona.
A Cristina no le hace falta hacer campaña, le basta con seguir gobernando y con amplificar la multiplicidad de obras y de intervenciones locales e internacionales que la siguen poniendo a años luz de una dirigencia opositora que nunca logró encontrar el tono ni los modos adecuados para enfrentar a quien apela a su indudable capacidad retórica asociada a su prolífica y variada construcción política (en unos pocos días se desplazó con absoluta soltura desde París a Merlo, desde el Gran Buenos Aires a Nueva York, pasando primero por ese magnífico acto en el que se premió la actividad infatigable de las Abuelas de Plaza de Mayo y terminando en la inauguración de una nueva universidad nacional en el Gran Buenos Aires, señalando, con actos y hechos elocuentes, qué significa inclusión e igualdad de oportunidades. Mientras esto hacia la Presidenta, la oposición representaba la comedia de la “visita” de Sergio Schoklender al Congreso).
Dicho de otro modo: mientras la mayoría de la oposición se pliega sumisa a los designios de la corporación mediática, Cristina gobierna y se desentiende de una agenda malsana que, sin ton ni son, intenta colocar quien profundiza el camino del autodescrédito. Pocas veces en la historia democrática argentina resultó más claro y evidente el proceso de desbarrancamiento de una oposición incapacitada para comprender los cambios decisivos que vienen desplegándose en el país y que simplemente ponen en evidencia lo rudimentario de sus estrategias que intentan dañar un proyecto que sigue su marcha amplificando su base de sustentación social (incluso los empresarios han dejado para otra oportunidad sus veleidades opositoras y hasta la propia Mesa de Enlace no parece ser otra cosa que un mal recuerdo mientras Biolcati no sabe cómo hacer para que nadie rememore su discurso de película de terror clase B en la Sociedad Rural). Tal vez una de las consecuencias de los resultados electorales de octubre sea la redefinición del mapa político desplazando de la escena a quienes no han logrado comprender que algo sustantivo viene ocurriendo en el país desde mayo de 2003. Es hora de que una democracia ampliada y profundizada se desprenda de sus rémoras habilitando un debate político entre actores que respondan no a una lógica de la catástrofe y la profecía autocumplida, sino que, aceptando sus discrepancias y sus diferentes concepciones, puedan litigar con altura en el interior de un espacio público atravesado por sujetos política, social y culturalmente activos.
El desafío, en todo caso, ya no proviene de la oposición (apenas si Binner intenta desmarcarse un poco de tanto grotesco buscando convertirse en una alternativa creíble y proyectando a su fuerza como la única que garantiza cierta racionalidad a la hora de abrir un debate político respecto del rumbo del país), sino, antes bien, de las distintas interpretaciones que en el interior del kirchnerismo buscan definir el hacia dónde de un modelo que hoy no encuentra adversarios de fuste y que por lo tanto acabará desplazando la discusión hacia sus propias fuerzas. De ahí que la pregunta que predomina gire, con insistencia, en las distintas significaciones de la supuestamente enigmática profundización del proyecto.
Están los que le temen a una suerte de radicalización y que, por lo tanto, buscan ponerles paños fríos a los ímpetus transformadores destacando que lo fundamental ya se hizo y que de lo que se trata es de mejorar el modelo sin lanzarse a nuevas aventuras que pueden ser peligrosas tomando en cuenta el difícil panorama de la economía mundial (son aquellos mismos que, bajo otras circunstancias históricas, tratarán de quitarle la condición “maldita” que hoy porta el kirchnerismo). Están lo que señalan que con el casi seguro triunfo de octubre se cierra una etapa que comenzó cuando la Mesa de Enlace se lanzó a su acción destituyente en marzo de 2008, que tuvo momentos arduos y complejos que lesionaron al Gobierno llevándolo a una situación delicada de la que salió doblando la apuesta y reconstruyendo base de apoyo electoral. El cierre de esa etapa supone, para esta interpretación, que ahora se abre un tiempo de consolidación y profundización que deberá girar alrededor de un concepto reiteradamente señalado por Cristina: la igualdad entendida como un entrelazamiento de ampliación de derechos (sociales, culturales, económicos y civiles) y de mejoramiento sustantivo en la distribución de los ingresos achicando el margen de desigualdad que sigue siendo la marca de origen del neoliberalismo.
Defender el concepto de igualdad supone dar un paso adelante en la arquitectura de una sociedad que vaya recuperando niveles de equidad que, en otro contexto de su historia, constituyeron la base de un país altamente inclusivo y caracterizado por la amplitud de su movilidad social ascendente (Néstor Kirchner solía repetir esta herencia malgastada en su momento y que él soñaba con recuperar reinstalando entre nosotros una nueva versión del Estado de Bienestar). Ambas posiciones saben que el tiempo que se abre será una época de interesantes conflictos (entendiendo siempre que esa palabra, lejos de implicar un peligro para la democracia, constituye su núcleo de renovación y reinvención) nacidos de una realidad que ha expandido el crecimiento económico, la recuperación del empleo junto con la consolidación del poder adquisitivo del salario y la ampliación de una política de derechos que redunda en la potencialización de sujetos social y políticamente activos. De ahí que el desafío de los próximos años se relacione directamente con estas tensiones creativas y con aquellos escenarios en los que estarán quienes buscarán reintroducir los frenos a esa recuperación de la parte que les corresponde a los asalariados del PBI y quienes buscarán amplificarla más y más. En el interior de estas tensiones se expresará el alcance o no de lo que hoy se llama “profundización”. Y, ayer como hoy, habrá que seguir dilucidando lo enigmático y potente de aquella frase magistral de John William Cooke.
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