La despolitización *

Por Enrique Lacolla

La despolitización argentina, derivada en gran parte del lavado de
cerebro practicado por los medios masivos desde hace décadas, tiene en
anchos sectores la clase media a su expresión más desagradable y
paralizante.


El campo de visión en la política argentina suele estar acotado por el
lugar común instituido por los medios, pero también, y en no escasa
medida, por el prejuicio de parte de la clase media en contra del
peronismo, cuyos elementos turbios y contradictorios la rechazan. Este
rechazo, sin embargo, no suele ser exteriorizado por ella en la misma
medida respecto de fenómenos similares que han caracterizado y
caracterizan al /establishment/ económico y a otras fuerzas partidarias
presentes en nuestra sociedad. Ese prejuicio es el reflejo ?que varía
en sus matices a través del tiempo, pero que traduce una misma
hostilidad-, de una opinión condicionada por la presión que ejerce un
aparato cultural que va de la solemnidad de la historia oficial forjada
por la oligarquía, a la aparente independencia de esta proveniente de un
progresismo que tiende a coincidir empero con aquella en su común
rechazo a ese movimiento popular. Coincidencia que se hace más evidente
que nunca en los momentos críticos, en los cuales derechas e izquierdas
embisten, desde los dos costados del espectro político, contra el
peronismo cuando este se encuentra en apuros.

No desearía hablar en primera persona, pero en este caso no hacerlo así
sería artificial: que quede claro que yo no soy peronista. Para mí, sin
embargo, como para muchos otros, ese movimiento, con sus altibajos, sus
errores, sus corrupciones y su a veces inconmensurable torpeza, fue el
hecho que más profundamente agitó a la sociedad argentina en el último
medio siglo y que merece, por lo tanto, una visión más precisa,
sistemática y comprensiva de sus aciertos y fracasos. La izquierda
nacional[1] explicó en forma reiterada desde 1945 para acá, la
naturaleza del fenómeno: un movimiento popular puesto bajo la advocación
de una dirección bonapartista ?o populista, si se quiere- que venía a
desempeñar la función vicaria de una burguesía nacional que no se veía
ni se ve por ningún lado.

Para llenar esa misión llamó a las masas, hasta entonces desprovistas de
una dirección estratégica, les otorgó un estatus social y, en
consecuencia, las nacionalizó en una medida en que nunca lo habían
estado antes. El movimiento no pudo llevar adelante su proyecto en su
totalidad por la feroz hostilidad que despertó en los sectores
vinculados al imperialismo o influidos por este, y por razones que
hacían a sus propios problemas internos y a la incapacidad de
resolverlos como no fuera a través de la presencia autoritaria de un
líder carismático que no se proponía tener iguales y que, cuando sus
fuerzas se agotaron, fue incapaz de controlar la crisis intestina de su
partido. Pero este conflicto interno en definitiva no era otra cosa que
la evidencia, en el seno del movimiento nacional, de la insuficiencia de
este para darse una ideología coherente y persistir en su propio
proyecto. Esto es, de romper con una tradición intelectual dependiente
concebida a la medida de los intereses de los grupos económicamente
dominantes y forjar una nueva, orientada a una transformación
revolucionaria de la sociedad.

Convengamos en que el peronismo de los orígenes, con sus méritos y sus
deméritos, es hoy un fantasma del pasado. Sus estructuras fueron minadas
de manera irreversible por el menemismo, que lo traicionó y saboteó por
dentro y logró lo que sus enemigos externos nunca habían conseguido,
esto es, abolir sus banderas tradicionales y liquidar el patrimonio
físico e ideológico que, mal que bien, había hasta entonces custodiado.

Lo que tenemos ahora en el panorama político es un conglomerado de
facciones movidas por apetitos mezquinos, frente a un gobierno que
expresa demasiado tímidamente la vocación nacional y popular de los
inicios del peronismo y que sólo hoy, cuando se le ha hecho evidente que
es imposible pactar con el enemigo y que este no le va a perdonar ni
siquiera los atisbos de una acción contra el sistema, se decide
tardíamente a tomar impulso y a atacarlo en los frentes que le duelen.
En especial en la cuestión de las AFJP, de las retenciones al agro y de
los monopolios de la comunicación que ejercen una virtual dictadura,
disfrazada de pluralismo, sobre una opinión a la que bombardean con un
discurso unívoco que se desploma desde la prensa gráfica, la radio y la
televisión, discurso hábil para aprovechar los errores de imagen, reales
o inventados, cometidos por el gobierno.

/Alergias/

Y bien, en este momento crítico de pronto vuelve a manifestarse esa
repulsa de piel, en buena medida inducida pero de fácil penetración, en
un amplio espectro de la clase media, respecto de esa ?obstinación
argentina?, como llama José Pablo Feinmann al peronismo. Un dato ha
hecho patente esa animadversión por estos días. La famosa ley de medios.
La ley de medios ha sido bombardeada desde todos los ángulos sin que se
exhiba ni la sombra de una recusación legal o conceptual seria. Pero,
como en el caso de la frustrada ley de retenciones al campo, ha servido
como catalizador de la difusa antipatía que genera el gobierno en
amplios sectores de la sociedad que no tienen intereses creados en los
medios de comunicación, como no los tuvieron antes respecto de la renta
agraria. La cuestión para ellos parece pasar más bien en la oportunidad
que se les brinda para exteriorizar su antipatía para con un Poder
Ejecutivo que, en verdad, no la merece, al menos de parte de quienes la
profesan desde el rango social al que nos referimos. Que este ha sido un
gobierno insuficiente en lo que hace a un proyecto nacional de
desarrollo lo dijimos más arriba y lo hemos mentado en repetidas
ocasiones. Pero si evaluamos a los gobiernos que lo han antecedido, esa
deficiencia empalidece.

Para algunos observadores, como Torcuato di Tella, por ejemplo, este es
el mejor gobierno que ha tenido el país desde 1930. Se trata de una
apreciación más que discutible en lo referido a su accionar general,
pero sin duda en lo vinculado a la calidad institucional e incluso a la
transparencia administrativa esa aserción puede tomarse como cierta.
¿Qué tuvimos después del derrocamiento de Irigoyen? Una alternancia de
gobiernos de facto con gobiernos constitucionales que rengueaban de una
u otra pierna cuando de examinar su Curriculum cívico se trata. Los
gobiernos del general Agustín P. Justo y del doctor Roberto M. Ortiz
ascendieron al poder en base a la proscripción del radicalismo
yrigoyenista o al fraude. No puede decirse lo mismo del peronismo,
salido del pronunciamiento militar de 1943 y que revalidó sus legítimos
títulos democráticos en las elecciones de 1946 y 1952; pero el estilo
personalista, el acoso a la oposición y el control de la prensa no
crearon un clima precisamente ideal para la instauración de un clima de
debate público y originaron crispación en un sector muy grande de la
ciudadanía, convirtiéndola en el basamento civil del golpe militar
reaccionario que en Junio y Septiembre de 1955 se lanzó a demoler lo
construido desde 1943. Siguieron otros 18 años signados por golpes
militares e interregnos civiles, pero en todo momento estos últimos
estuvieron deslegitimados por la proscripción del peronismo, situación
que acabó en una convulsión nacional rematada por los ?años de plomo?:
los de la guerrilla, la represión y la dictadura.

En cuanto a los gobiernos que se sucedieron después de 1983, fueron
democráticos en su forma, en la medida en que se basaron en elecciones
libres, pero estuvieron informados por una unanimidad en la conducción
de la política económica que venía a desmentir las plataformas
propuestas durante las campañas electorales, hasta terminar en la orgía
de corrupción de la década de los ?90. Comparado a estos antecedentes,
los gobiernos de Cristina Fernández y Néstor Kirchner se proyectan como
modélicos, pues hay la libertad de prensa más irrestricta ?que permite
incluso afirmar que esta no existe- mientras se impulsan iniciativas
como la reforma del Poder Judicial, se esbozan algunas políticas de
recuperación industrial y se corrigen las injusticias pendientes como
consecuencia de la ley de Obediencia Debida.

/Zonceras argentinas/

Nada de esto basta sin embargo para moderar a los críticos. Los epítetos
más increíbles como autoritario o fascista, por ejemplo, caen de la boca
de Elisa Carrió, cuando concurre a la televisión ostentando su bronceado
caribe y desgranando profecías apocalípticas. Como pronosticarle a la
?pareja presidencial? un final equiparable a la del matrimonio Ceasescu
en Rumania. La exagerada actitud no confrontativa del actual gobierno
contrasta con las afirmaciones de este tenor. La corriente de opinión
superficial que exterioriza su rechazo a los Kirchner, empero, parece
aprobar esos dislates y no tomar conciencia de que este gobierno, pese a
su falta de proyecto estratégico, a su propensión de proclamar
iniciativas que luego quedan en agua de borrajas, a la presunta falta de
probidad en las estadísticas del INDEC y a los casos de corrupción que
se sospechan en algunas áreas, ha tenido iniciativas de carácter popular
y progresista que han ido en el buen sentido, como en el caso de la
sostenida actualización de las jubilaciones, una política exterior
atenta a dar prioridad a las relaciones latinoamericanas, el intento
fallido de gravar la renta agraria y el empeño por democratizar la
comunicación rompiendo el monolito de las dos o tres grandes cadenas que
concentran la información y el espectáculo en Argentina.

Frente a este manojo de realidades, sin embargo, parece pesar más el
prejuicio (entintado de racismo, en muchas ocasiones) de un sector de la
clase media que no atiende a razones. Se siente ofendida no se sabe bien
porqué. En un ejercicio de realismo mágico tiende a atribuir a todos los
gobiernos de turno (pero en especial a los peronistas) la culpa de las
miserias (que no son tantas) que la agobian. No desarrolla el más mínimo
esfuerzo por comprender los móviles que subyacen a las cosas que ocurren
y se deja llevar por los humores coyunturales que la mueven. ¿Qué
diablos quiere la clase media cacerolera que se obnubila rencorosamente
por las carteras que porta la Presidenta o se hincha de indignación ante
la inseguridad física que se deriva del aumento de la delincuencia?
Quiere desahogar el berrinche que le provoca la vaga noción que tiene en
el sentido de flotar en el vacío; es decir, quiere exorcizar su propia
confusión, su haraganería intelectual para tratar de explicarse su
desconcierto averiguando por qué suceden las cosas que suceden. Es más
fácil propinar epítetos antes que ponerse a indagar sobre las cosas que
nos molestan.

¿Percibirá esa masa amorfa las raíces de la crisis en que el país se
debate? ¿Es capaz de tener memoria de los hechos que condujeron a esta?
Los créditos internacionales transformados en deuda externa impaga y
henchida de intereses acumulados contraída por un gobierno al que no
eligió nadie, estuvieron en la base de este deterioro, al igual que el
desguace del Estado por obra del consenso de Washington, del que fueron
personeros muchos individuos que están hoy en la oposición y gran parte
de los cuadros ?disidentes? del peronismo. La tabla rasa que se hizo con
la industria nacional en la época de la dupla Menem-Cavallo o De la
Rúa-Cavallo fue el principio motor que expulsó a la periferia social a
millones de personas, generando las condiciones de deterioro social que
hoy se exteriorizan en ese aumento de la delincuencia que enfurece a la
clase media. ¿Qué puede esperarse entonces de esa runfla de oportunistas
y aprovechados si vuelven al gobierno? Se dice que los gatos escaldados
no vuelven a probar la leche hirviendo. Pero pareciera que en nuestro
país esa capacidad de aprender a través de una experiencia sensible no
existe porque no hay memoria?

La oposición irracional al actual gobierno proviene asimismo de los
grupúsculos de la ultraizquierda, que concurren a agitar las aguas (¡con
gran sentido de la oportunidad!) justo cuando el ejecutivo se encuentra
embarcado en un proyecto como la ley de medios que todos, estén a favor
o en contra, juzgan estratégico. El conflicto de Kraft es, en efecto,
una prueba de fuerza de una firma transnacional para forzarle la mano a
los sindicatos y al Ejecutivo y para tantear los límites de este para
conciliar entre las partes. En estas circunstancias, buscar el choque
con la empresa más allá del marco de la protesta pacífica y ajustada a
los cánones de la ley puede ser, en /esta/ instancia, otra forma de
apretar al gobierno. La incapacidad de mensurar las relaciones de fuerza
en un momento dado ha sido el signo distintivo de la ultraizquierda en
Argentina, y ha sido expresivo no sólo del accionar de núcleos muy
minoritarios sino también de esos desprendimientos iluminados de la
clase media que conformaron a la guerrilla en los años de plomo. Sin que
esto suponga negar su coraje ni la magnitud del sacrificio que ellos
hubieron de afrontar.

/Una cuestión de enfoque/

El problema central de la Argentina es la dependencia económica y las
sucesivas subordinaciones que esta impone en el plano intelectual,
social y político. Pero si la primera no puede revertirse a partir de un
voluntarismo que pretenda copar el poder contra viento y marea ?como
quedó demostrado en los ?70- entonces se hace evidente que el esfuerzo
debe pasar por esa pesada y lerda batalla dirigida a modificar las
pautas conceptuales que los cuadros medios aplican a la realidad
política. Pasa por una tarea educativa o autoeducativa, en una palabra.
Después de todo la generación de la JotaPé surgió en gran parte de
hogares gorilas de clase media, a través de una rebelión que compaginaba
la natural ruptura con los padres y el descubrimiento por los hijos de
una realidad distinta de la que les habían enseñado. Al revés de lo que
ocurrió por entonces, por lo tanto, bueno será comprender que ni los
criterios autoritarios ni los dogmatismos de capilla pueden ayudar a
crear esa base intelectiva que es necesaria para comprender el presente
y preparar el futuro.

En ese momento la inmadurez de las nuevas generaciones que descubrían al
peronismo se dio de patadas con la realidad de un movimiento
multifacético en el cual su jefe hacía difíciles equilibrios para llevar
adelante un proyecto de revolución nacional que, de momento, tenía poco
o nada de socialista. Los jóvenes querían rodear a Perón e imponerle su
particular idea del cambio. Pero tropezaron con alguien que no tenía
intención alguna de renunciar a sus poderes y que, además, como astuto
realista de la política que era, sabía que el proyecto de los Montoneros
no sólo iba contra él sino contra los componentes profundos de la
sociedad argentina, que es individualista, más bien conservadora y para
nada afecta a las aventuras colectivas. Al sentirse atacado, Perón
reaccionó con la torpeza de un hombre viejo, agravada por la mediocridad
siniestra del entorno del que se había rodeado. Cuando desapareció se
hundió el último puente que restaba sobre un vacío anárquico que
demandaba a gritos un ordenamiento. Este llegó, como era de prever, de
las peores manos de las cuales podía salir: unas fuerzas armadas que se
habían concebido a sí mismas como baluartes del antiperonismo y del
anticomunismo a partir de 1955 y habían sido adoctrinadas en la Escuela
de las Américas, pero que además estaban exasperadas por los continuos
ataques de la guerrilla, que terminaron silenciando las diferencias de
criterio que podía haber dentro de ellas, soldándolas en un solo bloque
en el cual la capacidad de discernimiento era eclipsada por la
arrogancia y la sed de venganza.

Nos pese o no, las vertientes nacionales del pensamiento, cualquiera sea
su origen, han de estar preparadas para convivir unas con otras, sin
pretender (por difícil que esto sea) una prelación que daría a unas más
que a otras el rol de depositarias de las cartas de nobleza para mejor
combatir al sistema.

No es fácil conseguir esta síntesis. Pero es el único camino que queda
ante la amenaza de una eventual restauración oligárquica, que volvería a
tensar las relaciones sociales en un país donde la gente pierde cada vez
más la paciencia y la cabeza y, por consiguiente, la capacidad para
comprender las cosas. La re-politización de la sociedad en el buen
sentido del término es un expediente indispensable para salir de la crisis.

N O T A

[1] La izquierda nacional es una corriente de pensamiento no vinculable
al nacionalismo de matiz oligárquico, aunque no desdeñe las aportaciones
de este al revisionismo. En buena medida deviene de FORJA, del
trotskismo y del comunismo, y fue la primera en aplicar al populismo un
análisis marxista capaz de ver a la Argentina como el producto de una
deformación generada por su situación semicolonial y culturalmente
dependiente de los grandes centros de poder global. Arturo Jauretche,
Raúl Scalabrini Ortiz, Aurelio Narvaja, Jorge Abelardo Ramos, Juan José
Hernández Arregui, Norberto Galasso, Rodolfo Puiggrós, Alfredo Terzaga,
Jorge Enea Spilimbergo, Roberto Ferrero, José María Rosa, Fermín Chávez
y muchos otros se contaron entre quienes realizaron las mayores
aportaciones a la corriente. A pesar de haber ejercido una decisiva
influencia intelectual en la nacionalización de los sectores medios y
haber producido un corpus literario de gran magnitud, no goza de prensa,
sus libros hoy no son fáciles de conseguir y su prestigio en la academia
universitaria es nulo. Más que recusada, la corriente fue ninguneada con
el silencio. De su reconocimiento o, mejor dicho, del debate en torno de
sus postulados, cualesquiera sean las diferencias que se tengan con
ellos, debería nacer la oportunidad para una nueva síntesis que sea
capaz de operar sobre el cuerpo vivo de la Argentina de hoy.

(www.enriquelacolla.com)

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