Por José Pablo Feinmann
Mariano Moreno es la figura egregia del periodismo argentino. En un pasaje de su Plan de operaciones dice: “Los pueblos nunca saben, ni ven, sino lo que se les enseña y muestra, ni oyen más que lo que se les dice”. Que uno adhiera –cada vez más– a esta afirmación moreniana no significa que descrea de la lucidez de los pueblos. O de la lúcida búsqueda de su felicidad y de su bienestar en el paso agitado que llevan a cabo sobre este mundo. Algo de lo que tampoco quieren enterarse. Los pueblos están dispuestos a creer. Creen porque quieren creer. Cuando creen lo que les piden que crean se sienten seguros. Nada grave pasará. Lo que todos dicen ha de ser sin duda lo mejor para todos.
Es remarcable la confianza que Moreno tenía ya en los medios cuando en rigor tenía tan pocos. A lo largo de los años, las decenas y hasta las centurias se han perfeccionado los modos de conseguir que los pueblos vean lo que tienen que ver y crean en lo que hay que creer. Todo el esquema de interpretación del primer gobierno de Perón se basó en “los mecanismos de integración”. Que eran el sindicalismo y el partido de masas. Pero también en los medios de concientización. En el monopolio de la radio. Ese monopolio que el peronismo ejercía fue para algunos teóricos de la izquierda nietzscheana, como Ezequiel Martínez Estrada (creo que era el único extraviado que expresaba aquí una izquierda a la loco de Turín), y para muchos de la izquierda marxista (Milcíades Peña y otros más) el medio por el cual Perón seducía a las masas. Tal como Hitler. Hitler ensayaba sus poses oratorias. Luego daba sus poderosos discursos que enceguecían a sus auditorios y los arrojaban a la guerra y a las matanzas. Perón, sin duda, preparaba su sonora voz de orador de grandes concentraciones en la Plaza Mayor y se lucía y cautivaba a su pueblo, logrando atraerlo; “manipularlo”, como decían sus adversarios. Que lo haya seguido haciendo desde fuera del país tiene otras explicaciones. Hoy, para cautivar a los votantes, para seducirlos, Mauricio Macri ensaya canciones de Freddie Mercury. Va a lo de Tinelli y las canta con su doble. Algunos se largaron a decir que las cantó mal. Pero, ¿importa? Por ahí es justamente lo que cayó bien. Lo vi esa noche. Flaco, canchero, piola, suelto, ganador. “Este tipo ya se ganó toda la guita, ahora no va a robar”, se dice. “Este tipo sí que sabe hacer la guita, seguro que llena de guita el país”, se dice. “Se dice” era la modalidad que Heidegger había elegido para expresar cuando alguien “dice” algo que dicen todos pero no dice algo propio. Cuando alguien, en lugar de hablar desde sí, habla desde el “se dice”, o sea: no habla, es hablado. No dice, es dicho. No piensa, es pensado. Esta es –precisamente– la función de los medios: conseguir que todos piensen lo que piensan ellos, los que tienen los medios y difunden las ideas que les van a permitir continuar teniéndolos. A veces el mundo no parece tan complejo. Tal vez no lo sea: todo consiste en tener el capital suficiente para apoderarse del aparato comunicacional, el que más desarrollo ha tenido, la verdadera revolución de nuestro tiempo. Esa revolución es profundamente colonialista: se dedica a colonizar la subjetividad de los demás, a apropiársela. Una vez que la posee, ha triunfado. De aquí la férrea defensa del monopolio comunicacional. Cuantos más medios tengas, más mentes colonizarás. Cuantas más colonices más serán tuyas. Cuantas más sean tuyas, más te harán caso y votarán por quién les digas y odiarán a quien les señales.
Hubo tres hechos paralelos: la caída del comunismo y la afirmación mundial de la derecha. El desarrollo vertiginoso de los medios de comunicación. Y el triunfo de Menem en la Argentina, el presidente-espectáculo. El presidente-farándula. El presidente-show. La política –luego de un interregno ajeno a esta estética– se ha vuelto a entreverar con el espectáculo. No es que Kirchner no haya incurrido en esa modalidad. Hacerlo entrar al tipo ése que imita a De la Rúa al despacho presidencial, dejarlo sentar en el sillón y dejarlo encontrar el Viagra de De la Rúa, no era la imagen clara de un presidente dispuesto a terminar con la estética de Menem. Es posible que no se pueda. Que no se pueda nada. Acabo de ver un documental que se llama “La ilusión del siglo”. El siglo fue el XX. Y la ilusión el socialismo. ¡Cómo la gozan los tipos que lo hicieron! Todo se hizo trizas. Los soviéticos ni hablar. Después la Revolución Cubana y los intentos guerrilleros en América latina. De Allende no hablan. Porque no pueden demostrar “que fracasó”. Ellos lo pulverizaron. Después, Vietnam. Porque los del sur se escapaban llorando y tristes deducen que Ho Chi Minh fracasó. Después Mao y los Guardias Rojos y la Revolución Cultural. Lo único que no fracasó es el capitalismo. Tienen razón. El capitalismo o el neoliberalismo (la derecha o eso a lo que se solía llamar así) ha triunfado en todas partes. Sin embargo, ¡qué triunfo extraño! Hace poco la Organización Mundial de la Salud informó que nunca en toda la historia de la Humanidad hubo más hambre en el mundo. Además, ¿alimentar a quién, a quiénes? Africa será un desierto. Harán campos de golf ahí. China no necesita nada. Salvo que la controlen, que la detengan, que la hagan entrar en razón (occidental). Los rusos, cuidado. Pero se están acostumbrando a ellos. Además, los conocen, aunque ahora vengan con otra máscara: son siempre los rusos. Corea del Norte, ése es un problema. Irán, otro. Pero no son la izquierda, sino lo Otro. Que no es lo mismo. Bin Laden no es la izquierda. Es un fundamentalista que podrá hacer cosas terribles pero no tiene ni idea sobre cómo reemplazar a la derecha capitalista. Sólo sabe golpearla. Duramente a veces, pero no más. Israel, de izquierda nada. Sabe bien cómo sobrevivir.
Y América latina. ¡Ah, sí, los populismos latinoamericanos! No andan muy bien. Si Chávez piensa en el socialismo del siglo XXI se le deberá informar que “socialismo” y “siglo XXI” son antagónicos. El siglo XXI ha matado a la política. Existe la representación. El show. Lo mediático. Y lo virtual. Se gana con el dinero y con el poder de los medios de comunicación. Ahora, nuestra gente quiere olvidar. “Basta de odios.” Admiran a Berlusconi. Les recuerda a Menem y a los ’90. Admiran a Sarkozy. Un piola ese francés y ¡qué mujer tiene! Carla Bruni, qué fina, qué elegante. Esa sí tiene derecho a usar la cartera que le guste más. A vestirse bien. A cambiar de vestido todos los días. Además, por si fuera poco, hasta Woody Allen la está persiguiendo para que le protagonice una película. Qué bien la entendió Woody. Arreglá bien con alguien con mucho dinero y tendrás otra película, vos, neurótico compulsivo de la acumulación de una tras otro, bulímico, aunque flaco, de films infinitos. Gran idea la de Carla. Que el presidente de Francia sea un perseguidor de inmigrantes ilegales (como su amigo Berlusconi) y esté casado con una mujer como la Bruni, farandulizándose como corresponde a los tiempos, y que el “geniecillo de Manhattan” diga “Dámela, haré de ella la nueva Garbo y también reventará la taquilla porque la idea es buenísima. Si no sabe actuar, yo le enseño” es el mundo de hoy. Un mundo-espectáculo. Exterior, ligado al show, a lo que se ve. A la díada ver-ser visto, típica de los noventa que ahora ha retornado. ¿Qué piensa De Narváez? Nadie lo sabe. Dice que va a estatizar, al rato privatiza y al rato algo todavía más inesperado. Pero es nuevo, fresco, sonríe, es coloradito, simpático, aparece en miles de carteles, de comerciales y es amigo de Macri y seguro que de Freddie Mercury, mirá si no.
No podemos ir en contra del mundo. El mundo derrotó a la izquierda y se olvidó de ella. La izquierda da triste. ¿Notaron algo? El estado espiritual de la izquierda es llorar a sus mártires. Esto la ha llevado a un culto por la muerte: los que mueren por una causa son puros y viven eternamente. Al Che se lo tolera porque es lindo y lo hace Benicio del Toro. Pero después te refriegan todos los demás. No hay uno que no haya muerto luchando. ¿Alguno quedó vivo? Cuando ganan son terribles dictadores. La derecha. en cambio, siempre gana. Su estado espiritual es honrar a sus héroes. Levantarles estatuas. Todos son ganadores. Mitre, Sarmiento, Roca, Aramburu y Rojas, Videla y los suyos, Menem, todos ganaron. Ninguno llora.
En cuanto al populismo: es estatista y también de izquierda y de la más ordinaria. Recuerda, además, toda esa historia bajoneante de los desaparecidos que las Madres insisten en refregarnos. Basta. Nos alegra el campo. Gente de bien. Gente honrada. Hicieron el país. Todos quieren ser como ellos. O estar del lado donde se pongan.
Para los que perdieron. Para los que vieron que se aleja otra tibia esperanza de algo más digno hay un consuelo: cuando suban a un taxi el taxista ya no les va a reventar las orejas hablándole mal del Gobierno. Pero ya va a ver. En el 2011, cuando ganen los que todos los fachos nacionales (que son como los de Francia y los de Italia) quieren que ganen, a los dos meses va a ser un placer subir a un taxi: nos van a hablar pestes de Macri o de Reutemann o nos van a contar ahogándose de risa los últimos chistes de Cobos. No obstante, uno se siente cada vez más raro en este país y hasta en este mundo. Se mete para adentro, se guarda, escribe y dice algunas cosas. Habla para los que ya están convencidos, unos pocos nomás. No va a reuniones porque se va a encontrar con ese infaltable ejemplar de facho-salame o basurero de medios que nunca falta y, lógico, no va a discutir con semejante almeja. Agarra y se va. Pero si no va antes, no tendrá que irse después. De modo que a comprarse unos buenos videos y a protegerse de la gripe A y de los tele-fachos o de los radio-idiotas o de los Internet-caca. Y a esperar un poco. O un poco más que un poco: puede ser para siempre. Igual, como grandes obstinados, haremos lo que hicimos a lo largo de todos estos años de alegrías y utopías realizadas: escribir, pensar, dar clases. Con el optimismo de la voluntad. O con la esperanza que nos da nuestro amor a los desesperados. Los otros, los que sean felices siendo gobernados por émulos menores de Sarkozy o Berlusconi, adelante, el siglo XXI les sonríe.
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