De la militancia electoral a la militancia revolucionaria: Un paso necesario.

“Hay que volver a ser militantes políticos y no solo militantes electorales”, dijo Cristina Fernández de Kirchner en  su intervención pública este 25 de mayo.

Por Antonio Muñiz


La frase, lejos de ser una consigna aislada, encierra una crítica profunda al estado actual de la política y la militancia en Argentina. Frente a una creciente profesionalización burocrática de la política, reducida muchas veces al marketing y la competencia por cargos, esta expresión nos interpela: ¿Qué significa realmente militar? ¿Y qué tipo de militancia exige el momento histórico actual?

La militancia electoral: límites y alcances

La militancia electoral es un componente legítimo y necesario de la democracia representativa. Se trata del trabajo político orientado a ganar elecciones, disputar espacios institucionales y promover plataformas partidarias. Sin embargo, cuando la acción política se reduce solo a este plano, pierde su potencia transformadora.

En palabras del politólogo Ernesto Laclau, la política es siempre una disputa por la construcción del sentido común y la hegemonía. Si la militancia se limita a reproducir slogans de campaña o administrar la coyuntura desde el poder institucional, sin disputar los sentidos que estructuran la vida social, entonces se convierte en mero operador electoral. El sujeto político se diluye, y el militante deja de ser agente de transformación para convertirse en engranaje de una maquinaria electoralista.

La militancia política: una recuperación necesaria

Cuando Cristina Kirchner llama a «volver a ser militantes políticos», está apelando a la recuperación de una práctica que articule la acción institucional con la organización territorial, el debate ideológico, la formación política y la intervención en los conflictos concretos de la sociedad. Esta forma de militancia supone una vocación transformadora que va más allá de las urnas.

Implica también reconocer que las elecciones son apenas un momento en una lucha más amplia. Como diría el historiador Norberto Galasso, los procesos de transformación en América Latina —del peronismo al sandinismo, del varguismo al chavismo— no nacieron de una estrategia electoral aislada, sino de la combinación entre una organización popular sólida, una narrativa histórica movilizadora y una voluntad política de ruptura con el orden establecido.

El militante revolucionario: una figura superadora

Frente a las limitaciones del electoralismo y la necesidad de una militancia con raíz política, se impone la figura del militante revolucionario. No se trata de una consigna nostálgica ni de un llamado abstracto a la insurrección, sino de una concepción integral de la militancia como práctica cotidiana, estratégica y estructuralmente transformadora.

Antonio Gramsci, en sus Cuadernos de la cárcel, habla del «intelectual orgánico»: aquel que, desde su lugar en la estructura social, contribuye a organizar y dar coherencia ideológica a la lucha popular. El militante revolucionario es, en ese sentido, un constructor de poder popular, no un operador en las elecciones. No espera que los cambios vengan de arriba, sino que los impulsa desde abajo, desde la organización barrial, sindical, educativa o cultural.

Nahuel Moreno, desde la tradición trotskista latinoamericana, planteaba la figura del “militante profesional”, no como un burócrata partidario, sino como un sujeto dispuesto a dedicar su vida a la transformación social. En otras palabras, alguien que comprende que las revoluciones no se improvisan, sino que se preparan pacientemente, con estrategia, formación y compromiso.

Ya  Arturo Jauretche  en 1959,  aconsejaba: “Hay que actuar en dirigente revolucionario y no en dirigente electoral, porque se trata de la disputa del poder. No importa dónde están los votos ahora. Importa dónde estarán para ejecutar un programa. El que esté atento sólo a lo que piensa la gente ahora, se quedará al margen de lo que pensará la gente mañana y aquí está la clave para saber quién es dirigente o no”.

Un llamado a la reconstrucción política

En el contexto argentino actual, atravesado por un proyecto libertario que promueve la destrucción del Estado y la fragmentación del tejido social, la militancia revolucionaria es más urgente que nunca. El desafío no es solo ganar elecciones, sino construir poder social. No es solo ocupar cargos, sino transformar la conciencia colectiva.

Recuperar el horizonte de la transformación implica formar cuadros políticos con conciencia histórica, con compromiso ético, con vocación de servicio y con disposición a luchar en todos los frentes: el cultural, el económico, el territorial, el digital. Significa disputar el sentido común desde una pedagogía de la esperanza, como planteaba Paulo Freire, para volver a creer que otro mundo es posible.

Más allá de las urnas

Volver a ser militantes políticos es solo el primer paso. El siguiente es animarse a ser militantes revolucionarios. No en el sentido dogmático o sectario, sino en el sentido histórico y ético del término: sujetos que comprenden que las estructuras de poder no caen con votos solamente, y que la construcción de un país justo, libre y soberano requiere de militancia, organización y lucha.

Hoy, más que nunca, el futuro no se gana solo en las urnas. Se gana en las calles, en las fábricas, en los barrios, en las redes, en las universidades. Se gana con conciencia, con amor al pueblo y con coraje político.

Porque lo que está en juego no es solo el resultado de una elección, sino el proyecto de país que dejaremos a las próximas generaciones. La militancia revolucionaria no es un anhelo del pasado, sino una urgencia del presente y una promesa de futuro. Una promesa de que podemos construir una Argentina más justa, más solidaria y más libre si somos capaces de organizar la esperanza y convertirla en poder popular. Ese es el desafío. Y también la oportunidad.

 

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