"Unidad, doctrina y justicia social: claves para una contraofensiva popular"

Vivimos un tiempo de restauración conservadora, en el que la derecha —en su versión clásica, autoritaria y elitista— vuelve al poder con una retórica reciclada en un relato libertario pero una praxis brutal. No se trata de una "nueva derecha", como algunos insisten en definirla, sino de la misma de siempre: aquella que desarticula el estado nación, pero que usa los resortes del estado para sus negocios, desprecia al pueblo organizado, desarticula los lazos comunitarios y destruye derechos sociales.

Por Antonio Muñiz

   Frente  a esta avanzada, los movimientos nacionales y populares tienen una tarea ineludible: disputar el sentido común. En la calle y en las redes, en las universidades y en las fábricas, en los sindicatos, en los barrios, en las aulas, los medios, los parlamentos y en cada rincón donde haya una conciencia dispuesta a despertar.

La doctrina peronista —al igual que los grandes movimientos de liberación de América Latina— nos ofrece un marco político, ético y filosófico para encarar esta disputa. No como una pieza de museo, sino como una tradición viva, capaz de alimentar una nueva etapa de organización y esperanza. En ese camino, es clave también levantar con fuerza el pensamiento cristiano expresado en la Doctrina Social de la Iglesia, que encuentra en el Papa Francisco y ahora con León XIV, una clara defensa del bien común, la dignidad humana y la justicia social como pilares de una sociedad verdaderamente libre.

Pueblo o antipueblo

Decía Juan Perón: “La verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés: el del pueblo”. Esa definición, sencilla pero poderosa, contrasta con el cinismo tecnocrático que busca reducir la política a una mera gestión sin alma, sin historia, sin conflicto. Para el campo popular, en cambio, la política es amor al prójimo, justicia en movimiento, una herramienta para transformar la realidad.

La derecha, sin embargo, construye su poder negando la existencia del pueblo como sujeto político. Allí donde gobierna, lo vemos: ataques a sindicatos, criminalización de la protesta, demonización de la pobreza y represión al que piensa diferente. El método es siempre el mismo: miedo, ajuste, entrega y violencia. Lo vimos en Chile, en Bolivia, en Brasil y lo vivimos hoy en Argentina.

No es una novedad. Es parte de un libreto histórico. El neoliberalismo solo se impone con  violencia. Porque para aplicar un programa de saqueo, antes hay que quebrar las defensas del pueblo: sus organizaciones, su autoestima, su memoria.

La batalla cultural es ahora

Desde las bases doctrinarias del peronismo —que reconoce a la cultura como expresión de un proyecto nacional— entendemos que no se puede delegar el debate ideológico. Cada vez que el movimiento popular se replegó en la gestión o se refugió en el pragmatismo electoral, la derecha avanzó con su discurso único: meritocracia, egoísmo, odio de clase y la sumisión al "dios mercado".

Hoy, más que nunca, se impone la necesidad de recuperar un lenguaje que hable al corazón. Que no se limite a los tecnicismos, sino que convoque con palabras como dignidad, justicia, comunidad y soberanía. Un lenguaje que interpele a los humildes, que encienda la rebeldía de los jóvenes, que devuelva la fe en lo colectivo.

Ese lenguaje ya fue construido por el peronismo y los movimientos latinoamericanos cuando abrazaron la causa de los pueblos. Pero también está presente en la tradición cristiana que, desde las encíclicas Rerum Novarum (León XIII) y Fratelli Tutti (Francisco), promueve una visión humanista, comunitaria y solidaria del mundo. La justicia social, bandera central de la doctrina peronista y de la Iglesia en su expresión más comprometida, puede y debe ser un eje ideológico profundo dentro de la batalla cultural. Una guía espiritual y política que revalorice la dignidad del trabajo, el papel del Estado y la necesidad de construir una economía que no descarte a nadie.

La región como espejo

En toda América Latina, los ciclos se repiten: gobiernos populares que amplían derechos, recuperan soberanía y redistribuyen la riqueza, seguidos por restauraciones neoliberales violentas que buscan desmontar esos logros. Lo vimos en el golpe contra Evo en Bolivia, en el lawfare contra Lula en Brasil y contra Cristina en Argentina. Hoy, esa ofensiva toma la forma de gobiernos con estética libertaria pero núcleo reaccionario, como el que encabeza Javier Milei.

Pero también vimos a los pueblos resistir y volver. Con nuevas formas, nuevos liderazgos, pero con la misma raíz: la defensa de la Patria Grande. La articulación regional no es una opción, es una necesidad estratégica. Porque el proyecto neoliberal es global, y la resistencia también debe serlo. Desde Bolívar hasta San Martín, desde Martí hasta Perón, desde Sandino hasta Chávez, desde Evita hasta Berta Cáceres: hay un hilo de dignidad que atraviesa la historia de nuestra América.

 Hacia un nuevo Movimiento de Liberación Nacional

En este momento histórico, la unidad del campo popular no puede entenderse solo como una herramienta electoral o una respuesta táctica a la ofensiva de la derecha. Tiene que ser el punto de partida para construir un nuevo Movimiento de Liberación Nacional, capaz de articular a los diversos sectores sociales, políticos, sindicales, comunitarios, religiosos, culturales y territoriales que comparten una visión de justicia, dignidad y soberanía.

No hay posibilidad de enfrentar con éxito el proyecto neoliberal —globalizado, tecnocrático y deshumanizante— sin una fuerza nacional que levante una bandera propia, con raíz en el pueblo y vocación continental. Esa fuerza debe ser amplia pero con identidad, plural pero con rumbo. Debe nutrirse de las mejores tradiciones del peronismo, del radicalismo popular, del marxismo criollo, de los movimientos campesinos e indígenas, del pensamiento nacional, del feminismo popular, de la militancia ecologista, de las nuevas juventudes, y también del cristianismo comprometido con los pobres, como lo expresa con claridad la Doctrina Social de la Iglesia, hoy reivindicada por el nuevo Papa León XIV.

La justicia social no es una consigna del pasado: es un imperativo ético del presente. Y puede ser el motor ideológico de una nueva síntesis popular, profundamente humana, que vuelva a enamorar, a interpelar y a movilizar. Como en los tiempos fundacionales del peronismo o de los movimientos de liberación de la Patria Grande, la unidad no se construye sobre el marketing, sino sobre un proyecto común, un horizonte de país que ponga en el centro al pueblo trabajador, a los humildes, a los excluidos, y que defienda los bienes comunes frente al saqueo corporativo.

Esta unidad debe ser política, pero también cultural y espiritual. Necesitamos una comunidad de destino, no una suma de sectores que se toleran. Necesitamos volver a creer en algo más grande que uno mismo. Y eso requiere coraje moral, generosidad militante y claridad estratégica.

Unidad no significa unanimidad. Significa caminar juntos, con nuestras diferencias, hacia un objetivo superior: la liberación nacional y social de nuestro pueblo. Significa tejer nuevamente los lazos entre el movimiento obrero organizado y los movimientos sociales; entre las iglesias del pueblo y las juventudes populares; entre la academia crítica y las organizaciones de base; entre el Estado presente y la comunidad organizada.

Frente a una derecha que promueve la fragmentación, el sálvese quien pueda y el individualismo como dogma, el campo popular tiene que ofrecer comunidad, organización y esperanza. Solo así podremos volver a construir una Patria justa, libre y soberana. Y solo así podremos encender nuevamente, en el corazón del pueblo, la llama de un destino colectivo.

 

De la militancia electoral a la militancia revolucionaria: Un paso necesario.

“Hay que volver a ser militantes políticos y no solo militantes electorales”, dijo Cristina Fernández de Kirchner en  su intervención pública este 25 de mayo.

Por Antonio Muñiz


La frase, lejos de ser una consigna aislada, encierra una crítica profunda al estado actual de la política y la militancia en Argentina. Frente a una creciente profesionalización burocrática de la política, reducida muchas veces al marketing y la competencia por cargos, esta expresión nos interpela: ¿Qué significa realmente militar? ¿Y qué tipo de militancia exige el momento histórico actual?

La militancia electoral: límites y alcances

La militancia electoral es un componente legítimo y necesario de la democracia representativa. Se trata del trabajo político orientado a ganar elecciones, disputar espacios institucionales y promover plataformas partidarias. Sin embargo, cuando la acción política se reduce solo a este plano, pierde su potencia transformadora.

En palabras del politólogo Ernesto Laclau, la política es siempre una disputa por la construcción del sentido común y la hegemonía. Si la militancia se limita a reproducir slogans de campaña o administrar la coyuntura desde el poder institucional, sin disputar los sentidos que estructuran la vida social, entonces se convierte en mero operador electoral. El sujeto político se diluye, y el militante deja de ser agente de transformación para convertirse en engranaje de una maquinaria electoralista.

La militancia política: una recuperación necesaria

Cuando Cristina Kirchner llama a «volver a ser militantes políticos», está apelando a la recuperación de una práctica que articule la acción institucional con la organización territorial, el debate ideológico, la formación política y la intervención en los conflictos concretos de la sociedad. Esta forma de militancia supone una vocación transformadora que va más allá de las urnas.

Implica también reconocer que las elecciones son apenas un momento en una lucha más amplia. Como diría el historiador Norberto Galasso, los procesos de transformación en América Latina —del peronismo al sandinismo, del varguismo al chavismo— no nacieron de una estrategia electoral aislada, sino de la combinación entre una organización popular sólida, una narrativa histórica movilizadora y una voluntad política de ruptura con el orden establecido.

El militante revolucionario: una figura superadora

Frente a las limitaciones del electoralismo y la necesidad de una militancia con raíz política, se impone la figura del militante revolucionario. No se trata de una consigna nostálgica ni de un llamado abstracto a la insurrección, sino de una concepción integral de la militancia como práctica cotidiana, estratégica y estructuralmente transformadora.

Antonio Gramsci, en sus Cuadernos de la cárcel, habla del «intelectual orgánico»: aquel que, desde su lugar en la estructura social, contribuye a organizar y dar coherencia ideológica a la lucha popular. El militante revolucionario es, en ese sentido, un constructor de poder popular, no un operador en las elecciones. No espera que los cambios vengan de arriba, sino que los impulsa desde abajo, desde la organización barrial, sindical, educativa o cultural.

Nahuel Moreno, desde la tradición trotskista latinoamericana, planteaba la figura del “militante profesional”, no como un burócrata partidario, sino como un sujeto dispuesto a dedicar su vida a la transformación social. En otras palabras, alguien que comprende que las revoluciones no se improvisan, sino que se preparan pacientemente, con estrategia, formación y compromiso.

Ya  Arturo Jauretche  en 1959,  aconsejaba: “Hay que actuar en dirigente revolucionario y no en dirigente electoral, porque se trata de la disputa del poder. No importa dónde están los votos ahora. Importa dónde estarán para ejecutar un programa. El que esté atento sólo a lo que piensa la gente ahora, se quedará al margen de lo que pensará la gente mañana y aquí está la clave para saber quién es dirigente o no”.

Un llamado a la reconstrucción política

En el contexto argentino actual, atravesado por un proyecto libertario que promueve la destrucción del Estado y la fragmentación del tejido social, la militancia revolucionaria es más urgente que nunca. El desafío no es solo ganar elecciones, sino construir poder social. No es solo ocupar cargos, sino transformar la conciencia colectiva.

Recuperar el horizonte de la transformación implica formar cuadros políticos con conciencia histórica, con compromiso ético, con vocación de servicio y con disposición a luchar en todos los frentes: el cultural, el económico, el territorial, el digital. Significa disputar el sentido común desde una pedagogía de la esperanza, como planteaba Paulo Freire, para volver a creer que otro mundo es posible.

Más allá de las urnas

Volver a ser militantes políticos es solo el primer paso. El siguiente es animarse a ser militantes revolucionarios. No en el sentido dogmático o sectario, sino en el sentido histórico y ético del término: sujetos que comprenden que las estructuras de poder no caen con votos solamente, y que la construcción de un país justo, libre y soberano requiere de militancia, organización y lucha.

Hoy, más que nunca, el futuro no se gana solo en las urnas. Se gana en las calles, en las fábricas, en los barrios, en las redes, en las universidades. Se gana con conciencia, con amor al pueblo y con coraje político.

Porque lo que está en juego no es solo el resultado de una elección, sino el proyecto de país que dejaremos a las próximas generaciones. La militancia revolucionaria no es un anhelo del pasado, sino una urgencia del presente y una promesa de futuro. Una promesa de que podemos construir una Argentina más justa, más solidaria y más libre si somos capaces de organizar la esperanza y convertirla en poder popular. Ese es el desafío. Y también la oportunidad.

 

Cristina y Axel en la encrucijada de la Argentina postmileista.

El fracaso de la ley Ficha Limpia reubica a CFK en el centro de la escena  y redefine el tablero político nacional. Kicillof enfrenta un camino minado hacia la presidencia, mientras el peronismo libra una guerra interna que podría llevarlo a la fractura en beneficio de Milei.

Antonio  Muñiz


Como un terremoto político, el naufragio de la ley Ficha Limpia en el Senado —bloqueada por un supuesto acuerdo entre Milei y el misionero Carlos Rovira— no solo dejó en libertad de acción a Cristina Fernández de Kirchner (CFK) para competir electoralmente, sino que agudizó las peleas entre el PRO y la LLA  y pone en duda su alianza en la provincia de Buenos Aires. Además el nuevo escenario obliga a replantear la estrategia presidencial de Axel Kicillof. El gobernador bonaerense, otrora visto como el «heredero natural» del kirchnerismo, ahora navega en aguas mas turbulentas: debe equilibrar su autonomía política con la sombra de una líder que aún moviliza al núcleo duro peronista

El Efecto Mariposa de Ficha Limpia

El proyecto, impulsado por el PRO, y apoyado tímidamente por el oficialismo mileista, buscaba inhabilitar  para cargos nacionales, a figuras con condenas firmes, aunque tenia nombre propio, CFK. Su fracaso no solo evitó la proscripción de la expresidenta, sino que revitalizó su rol como uno de los ejes de la oposición. «Sin Ficha Limpia, Cristina recupera poder de negociación. Ya no es solo una amenaza latente: es una candidata real», explica un dirigente del conurbano con llegada a ambos sectores de la interna peronista.

Para Kicillof, esto implica repensar su  estrategia. Mientras su Movimiento Derecho al Futuro (MDF) promovía su perfil presidencial para el  2027, sectores cristinistas ya despliegan carteles con la leyenda «Cristina 2025» en municipios clave como Quilmes y La Matanza, donde La Cámpora —brazo político de Máximo Kirchner— fortalece su presencia. Mayra Mendoza, intendenta de Quilmes, fue clara: «Soñamos con volver a vivir en la Argentina de Cristina presidenta».

Las líneas medias fogonean la ruptura:

La relación entre Kicillof y CFK está fracturada. Desde que el gobernador no apoyó con el «entusiasmo requerido» la postulación a la presidencia del PJ, agravada luego cuando  decidió desdoblar las elecciones bonaerenses —separando comicios provinciales de los nacionales— contra los deseos de la expresidenta, el diálogo se redujo a comunicados fríos y reuniones fallidas. «Cuando quiso negociar, ella le dijo que hablara con Máximo. Todo está roto», confirmó una fuente del Instituto Patria.

Pero la interna peronista ya no es solo un pulseada entre Axel Kicillof y Cristina Kirchner, sino un campo minado donde sus propios aliados presionan por una ruptura definitiva. En el entorno del gobernador, figuras como el intendente de Avellaneda, Jorge Ferraresi o potenciales aliados como el intendente de Tigre, Julio Zamora, que condiciona el apoyo al gobernador si y solo si rompe con CFK  para construir un liderazgo autónomo, incluso si eso implica enfrentarla electoralmente.

Por el lado kirchnerista, La Cámpora —con Mayra Mendoza y Máximo Kirchner a la cabeza— acelera el operativo Cristina 2025 en municipios claves, desplegando carteles y estructuras paralelas en municipios axelistas.

Ambos líderes, sin embargo, dudan y esperan. Kicillof evita una confrontación directa, manteniendo un discurso ambiguo: criticó la ley Ficha Limpia como «persecución» a CFK, pero avanza en alianzas con con sectores gremiales, intendentes bonaerense, radicales disidentes, etc, convocando a un gran frente social y político. Dirigentes cercanos dicen que esta dispuesto a un acuerdo pero  su límite es «no ceder la lapicera en las listas ni el control territorial a La Cámpora«.

Cristina, por su parte, oscila entre gestos de distensión como aceptar el desdoblamiento en las elecciones y la insistencia en sostener su candidatura provincial, que tensa la cuerda.

Un dirigente kirchnerista lo resume: «Axel teme que Cristina y sobre todo La Cámpora, sean un obstáculo; ella teme que Axel la eclipse. Pero ambos juegan a no dar el primer golpe» .

El Peso de la Historia: ¿Maldición de los Gobernadores?

Ningún gobernador bonaerense ha llegado a la presidencia desde la federalización de la ciudad de Buenos Aires, con el fracaso de Dardo Rocha de saltar desde la gobernación a la presidencia.

La historia política argentina revela una constante: la llamada «maldición de los gobernadores bonaerenses», una suerte de impedimento estructural para que quienes gobiernan la provincia más poblada y económicamente poderosa del país accedan a la presidencia. Este fenómeno no es casual. La relación entre el gobernador bonaerense y el presidente suele estar marcada por la tensión: mientras el primero acumula poder territorial, recursos y control sobre una parte sustancial del electorado, el segundo lo percibe como un potencial rival. Por eso, desde el poder central, los presidentes tienden a boicotear cualquier intento de consolidación nacional del mandatario bonaerense, negándole fondos, visibilidad o respaldo político, para evitar que se transforme en un competidor con peso real en la arena presidencial. Así, la provincia más importante del país ha sido, paradójicamente, una trampa para quienes la gobiernan.

Kicillof enfrenta un doble desafío, enfrentar la resistencia interna, encarnada en el kirchnerismo mas duro, pero sobre todo enfrentar al gobierno nacional, no solo en la gestión cotidiana sino sobre todo en lo ideológico – cultural.

La Libertad Avanza  planea una alianza con sectores del PRO para ganar Buenos Aires, el bastión peronista mas importante. «Si el peronismo va dividido, Milei gana», advierte un analista.

2025: La Elección que Definirá el 2027

Tanto Kicillof  como Cristina necesitan triunfar o por lo menos quedar bien parados  en las legislativas de octubre para sostener una proyección nacional de cara al 2027, pero la interna los debilita.

Las legislativas de este año son un ensayo general presidencial. Si CFK encabeza la boleta peronista en Buenos Aires, tanto como diputada nacional o confirma su decisión de ir como diputada provincial por la tercera sección electoral, consolidaría su influencia y podría relegar a Kicillof a un rol secundario. «Axel debe decidir si se enfrenta o se pliega», señala un intendente kirchnerista

De Proyecto Nacional a la Trinchera Bonaerense

Esta decisión de CFK  dar la lucha desde un cargo provincial, en una sección electoral donde es muy alta su popularidad marca una estrategia riesgosa, que podría haber tenido sentido con el peligro constante de proscripción, hoy caída «la ficha limpia», nada le impide encabezar la lista de diputados nacionales, donde además, las encuestas le están dando una ventaja de nueve puntos sobre el potencial adversario, José Luis Spert .

Si bien la estrategia provincial puede tener una justificación táctica, la opción es cuestionada por varios analistas y dirigentes. Según algunos críticos  la decisión esconde un repliegue estratégicoTras derrotas nacionales consecutivas (Scioli en 2015, Massa en 2023) y el fracaso del gobierno de Alberto Fernández y una presidencia en el PJ nacional llena de obstáculos,  CFK ha abandonado temporalmente la pretensión de conducir un proyecto nacional para atrincherarse en Buenos Aires, específicamente en la Tercera Sección ElectoralEste distrito —que incluye Quilmes, La Matanza, Varela y Avellaneda— es visto como su «búnker político» para resistir el avance de La Libertad Avanza (LLA) y reafirmar una influencia futura dentro y fuera del PJ.

Es indudable que  candidatearse como diputada provincial —en lugar de apuntar a un cargo nacional— refleja una renuncia tácita a liderar un proyecto nacional unificado.

Además,  las movidas de Máximo Kirchner para controlar el PJ bonaerense y el armado de listas para este año, muestra claramente que el kirchnerismo mas duro  prioriza el control territorial en la provincia de Buenos Aires por sobre la cohesión partidaria, se renuncia así al liderazgo de un proyecto nacional.

 ¿Hacia una Ruptura Definitiva o una Tregua Frágil?

El peronismo bonaerense navega entre dos aguas: la presión de algunos sectores por la ruptura y el interés táctico de los líderes por evitar una sangría electoral. Mientras Kicillof apuesta a capitalizar el desgaste de Milei y construir un peronismo «poskirchnerista», CFK busca preservar su legado desde la trinchera provincial, aunque arriesgando quedar atrapada en un localismo sin proyección nacional.

Las dirigentes mas duros sostienen que forzar una unidad en las actuales circunstancias es posponer el conflicto para después de las elecciones.  Como advierte un analista: «El peronismo ya no es uno. Son dos proyectos en colisión, y Buenos Aires es el ring donde se define quién sobrevive».

Kicillof enfrenta una encrucijada: mantener la lealtad al legado K o romper definitivamente para construir un peronismo poscristinista. Su destino dependerá de si logra capitalizar el desgaste de Milei y neutralizar el poder electoral que CFK aun mantiene. Como resume un legislador: «Si quiere llegar, tiene que romper. No le queda otra» .

Mientras tanto, el fantasma de 2027 ya recorre Buenos Aires. Y en ese tablero, la única certeza es que, con Cristina en la cancha, nada será fácil para nadie.

Apogeo y Caída de la Clase Media Argentina

 El crepúsculo de la clase media argentina de la mano del neoliberalismo.

Antonio Muñiz


En las últimas décadas la otrora amplia clase media argentina se ha ido desvaneciendo bajo las políticas neoliberales sucesivas. Los gobiernos de Mauricio Macri (2015-2019) y de Javier Milei (2024- ) han profundizado la apertura financiera, la eliminación de controles y el ajuste fiscal, configurando un modelo económico más propio de América Latina que de la “economía del bienestar” que forjó la industrialización del siglo XX. El resultado ha sido un acelerado deterioro social: pobreza e indigencia alcanzan niveles que hace poco eran impensables, mientras una minoría acumula la riqueza. La falta de un plan industrial y el predominio del extractivismo agravan esta tendencia. Varios cientistas sociales  advierten que estas políticas están convirtiendo al país en un caso paradigmático de desigualdad extrema.

Del Estado de bienestar al auge de la clase media

A comienzos del siglo XX la Argentina era un país con grandes posibilidades de ascenso social. La inmigración europea de fines del siglo XIX e inicios del XX construyó una sociedad aspiracional e igualitaria que impulsó derechos políticos y sociales. La educación pública gratuita y las leyes sociales post-1945 sentaron las bases del llamado Estado de bienestar argentino. Como destaca el historiador económico Pablo Gerchunoff, ese modelo “eliminó el analfabetismo” y permitió que el país alcanzara altos niveles de desarrollo:  hasta 1974 la Argentina tenía un PBI per cápita similar al de Australia o Canadá, con solo el 4% de la población bajo la línea de pobreza. En ese momento la llamada “clase media” –empleados públicos, profesionales, pequeños comerciantes e industriales– constituía la mayoría de la sociedad. Gerchunoff insiste en que fue precisamente ese Estado de bienestar el factor de progreso, y no el origen de decadencia económica.

Sin embargo, la historia marcó un quiebre con la dictadura militar de 1976. El primer gráfico ilustra cómo cambió la estratificación social entre 1974 y 1980: la clase media alta y plena pasó de integrar el 78% de la población a solo el 38%, mientras que la pobreza e indigencia saltaron al 24% . Bajo el plan económico de José Alfredo Martínez de Hoz se desarticuló la industria nacional, se promovió la valorización financiera y se liberalizaron los mercados. Este proceso destruyó buena parte de las conquistas salariales y redistributivas previas. Como advierte un análisis de FLACSO, la “ciclicidad argentina” alterna gobiernos industrialistas con olas neoliberales que desestructuran las orientaciones estatales distributivas, privatizan y endeudan el país. La década menemista profundizó esta tendencia, pero fue el ingreso a la democracia con políticas de ajuste el que consolidó la idea de una economía abierta sin control, preludio de los años recientes.

El neoliberalismo tardío: Macri y la recesión social

En 2015 Mauricio Macri llegó al poder con un discurso liberal que prometía modernización. Sus primeros años se caracterizaron por la quita de subsidios energéticos, apertura del comercio exterior y vinculación con los mercados internacionales (incluyendo el regreso al FMI). El ajuste fiscal no tardó en golpear a los sectores medios-bajos. La inflación se disparó y el salario real cayó. En 2019 la pobreza urbana trepó al 35,4% (frente al 27,3% del año anterior) y la indigencia al 7,7%. En números absolutos eso significó más de 3,2 millones de nuevos pobres en solo doce meses. Estas cifras, las más altas registradas en toda la era Macri, derribaron el mito de que el país podía sostener el gasto social con libremercado. Incluso un informe de CIPPEC advertía que, aun con un crecimiento anual elevado del 5%, la pobreza solo caería del 30% al 20% en cinco años, dejando claro que sin una recuperación sostenida no se revertía el empobrecimiento.

Así, al terminar el mandato macrista el país vivió una profunda recesión social: las franjas medias empobrecidas (calificadas como “clase media baja” o en situación de riesgo) se habían multiplicado, mientras los ingresos concentrados se estancaron. En palabras de Piketty, estos resultados de los “mercados libres” eran perfectamente previsibles: la economía de mercado “puede concentrar la riqueza, trasladar a la sociedad los costos medioambientales y abusar de los trabajadores” si no hay contrapesos estatales. Para muchos analistas locales, el “magro” resultado macrista es parte del patrón histórico: un neoliberalismo que promete prosperidad pero deriva en más desigualdad y precariedad.

El proyecto Milei y la “latinoamericanización” en ciernes

La llegada de Javier Milei a la presidencia en 2024 renovó las expectativas neoliberales extremas. Milei –un outsider con discurso anarcocapitalista– propuso medidas drásticas: dolarización, reforma laboral, achicamiento del Estado y recortes de subsidios. Sus críticos temen que este programa consolide un rumbo de “latinoamericanización” del país: es decir, una estructura social con altísima pobreza, una pequeña capa media y una élite privilegiada, tal como ocurre en otros países de la región. En este sentido Jorge Fontevecchia (Perfil) apunta que Milei parece dispuesto a convertir a Argentina “en el modelo de la mayoría de países latinoamericanos, donde la clase media es una mínima proporción de la sociedad”.

Los primeros indicadores económicos 2024 fueron duros: tras varios años de crisis, la pobreza alcanzó un pico oficial del 52,9% en el primer semestre. Para fin de año el INDEC, en un juego estadístico reportó 38,1% , pero aun así casi 6 de cada 10 argentinos siguió bajo la línea de pobreza, resultando un enorme costo social acumulado durante todo el año: empleo estancado, salarios, jubilaciones y pensiones  reales negativos, inflación, aumento de los servicios y alquileres, etc. La esperara reactivación posterior, impulsada por el gobierno nunca llegó dejando  al descubierto una realidad social alarmante.

En el plano político, la retórica de Milei ha sido contundente. El presidente llegó a afirmar que su gestión había “sacado de la pobreza” a millones de personas, usando estimaciones cuestionadas por expertos. En la práctica, muchos sectores temen que su plan lleve a empeorar la situación de las familias mediobajas: la aceleración de tarifas, la eliminación de subsidios y el anuncio de reformas fiscales generan incertidumbre. El círculo de Milei ha hablado incluso de un “ajuste doloroso” de dos años. Mientras tanto, la oposición y varios analistas alertan que el modelo implantado es la receta clásica de los ajustes neoliberales: retirar conquistas sociales para evitar una crisis fiscal que ellos mismos crearon con la deuda.

Sin motor industrial no hay desarrollo ni igualdad.

Un rasgo central del proceso reciente es la ausencia de un proyecto productivo nacional claro. Por décadas la economía argentina depende en gran medida de materias primas agrícolas, minerales y servicios (turismo, finanzas, tecnología). En los gobiernos posdictadura hubo esfuerzos por diversificar la matriz, pero las reformas neoliberales han reforzado la primarización. La economista Mariana Mazzucato apunta que muchas naciones latinoamericanas quedan “atrapadas en ser meras exportadoras de materias primas”. Su propuesta es justamente al revés: un “Estado emprendedor” que desarrolle cadenas de valor, por ejemplo promoviendo la industrialización de la extracción de litio en baterías o sumando valor a los minerales locales.

 En Argentina, por el contrario, las políticas recientes no han corregido el rumbo extractivo; incluso con un repunte de proyectos en Vaca Muerta o la minería, la proporción de valor agregado local sigue baja.

La falta de industria local crea un mercado laboral frágil: los empleos nuevos tienden a concentrarse en servicios de baja productividad o en el campo exportador. El historiador Mario Rapoport subrayó que el proceso de desindustrialización  es justamente la raíz del declive general: la decadencia del país se inicia, dice, cuando se abandona partir de 1976 un modelo de sustitución de importaciones exitoso. Sin un plan de mediano plazo que apueste por la innovación y la diversificación, la economía se orienta de modo instintivo a lo fácil: exportar commodities y atraer capitales financieros. Esto implica que la recuperación económica –de cara al futuro– dependerá casi exclusivamente de precios internacionales y ciclos globales, sin ganar mucha autonomía interna.

El resultado: desigualdad y precariedad extremas

El efecto acumulado de estas políticas queda hoy en las estadísticas de desigualdad y pobreza. Como enfatiza Piketty, la desigualdad no es un fenómeno “natural” sino una construcción social: “la desigualdad es ideológica y política, no natural”, señala, y depende “del sistema legal, fiscal, educativo y político” que se decida implementar. En Argentina esa construcción histórica ha producido una de las brechas más pronunciadas de la región. Joseph Stiglitz complementa esta visión al recordar que los mercados, por sí solos, “a menudo dan lugar a altos niveles de desigualdad”. Es decir: sin intervención pública equilibradora, la tendencia inherente del libre mercado es concentrar la riqueza.

En la práctica, esto se traduce en un país con enormes franjas de clase trabajadora empobrecida y una minoría económica poderosa. En términos cuantitativos, varios estudios señalan que la participación de los asalariados en el ingreso nacional ha caído drásticamente en décadas recientes. La renta del capital y los dividendos de la exportación primario-exportadora (soja, gas, minería) quedan mayoritariamente en manos de grandes compañías y grupos económicos extranjeros o locales, mientras los sectores medios y bajos ven reducidos sus salarios reales e ingresos. Esa dualización se evidencia en los índices: a pesar de un repunte estadístico coyuntural, la incidencia de la pobreza oficial supera con creces lo que existía hace unos años, y las clases medias sufren fracturas sociales. Para el Observatorio Social, como decíamos anteriormente, más del 50% de la población vive con ingresos por debajo de la línea de pobreza o indigencia (según la última estimación disponible), una magnitud sin precedentes en Argentina moderna.

Frente a este panorama, muchos economistas de prestigio reclaman una vuelta de tuerca. Thomas Piketty insiste en que no existe un “determinismo” fatal de la desigualdad; por el contrario, los cambios en las leyes e instituciones –ya sean impositivas, educativas o laborales– pueden alterar profundamente la distribución del ingreso. Mariana Mazzucato, por su parte, propone recuperar la idea de un Estado activo promotor de la industria y la innovación, en lugar de resignarse a un rol subsidiario de los mercados. Como sintetizan Stiglitz y otros, garantizar que la economía funcione para la mayoría requiere políticas públicas que regulen los mercados y redistribuyan recursos.

¿Hacia un futuro de polarización?

Hoy Argentina enfrenta una encrucijada. El histórico ascenso de la clase media, construido a mediados del siglo pasado, parece revertirse: por un lado crece un sector adinerado que mira los índices financieros con satisfacción, y por el otro se amplía una masa de trabajadores precarios, cuentapropistas y desocupados que resisten con ingresos mínimos. En medio, los profesionales, comerciantes y pequeños empleadores ven esfumarse su capacidad de compra. Para un observador crítico, este panorama refleja el éxito de un proyecto económico: el de la “latinoamericanización” que tanto anunció Milei, en el cual Argentina se asemeja cada vez más a las naciones con mayor pobreza de la región.

La solución no es resignarse a esta dinámica. Es necesario trazar un rumbo diferente: uno con un modelo productivo diversificado, un rol estratégico del Estado en la economía, y políticas sociales que protejan a los más vulnerables.

En definitiva, la caída de la clase media argentina no es un destino inevitable, sino el resultado de decisiones políticas. El desafío ahora es imaginar –y construir– un nuevo consenso económico que revierta décadas de subordinación a la ortodoxia del mercado.

Antonio Muñiz

 

 

El gobierno sobreactúa su relación con EEUU y el FMI buscando legitimidad ante la próximas elecciones

 Panorama semanal


Mientras el gobierno de Javier Milei intensifica su alineamiento con Estados Unidos y el FMI, la economía no despega, la inflación persiste, el clima social se tensa y la violencia política comienza a preocupar. La sobreactuación externa contrasta con una realidad interna que pone en duda el relato oficialista.

La escena parece de manual: el presidente Javier Milei recibiendo al flamante jefe del Comando Sur de los Estados Unidos, almirante Alvin Holsey, en la Casa Rosada; días antes, el Secretario del Tesoro norteamericano, Scott Bessent, recorriendo los pasillos del Ministerio de Economía tras la aprobación de un nuevo tramo de asistencia del FMI. Todo eso acompañado de declaraciones enfáticas sobre el apoyo de la Casa Blanca, en un tono que suena más a puesta en escena que a diplomacia madura. “Trump eligió a la Argentina como principal socio estratégico en la región”, celebran los voceros libertarios. Pero la política exterior se ha vuelto en la gestión Milei no sólo un instrumento de alineamiento, sino un recurso de sobreactuación.

Tapa del suplemento

El gobierno necesita mostrar certezas en el frente internacional ante la persistente fragilidad económica local. Con un dólar que sigue marcando el ritmo de las expectativas y una inflación que, si bien desacelera levemente, no cede en términos reales, el relato de la estabilización se enfrenta a la dura inercia de los precios. La inflación, sigue mostrando niveles altos que erosionan el poder adquisitivo y que dificultan la vida cotidiana de la mayoría de los argentinos.

En paralelo, el gobierno apuesta a fomentar una dolarización de facto. El propio ministro Luis Caputo adelantó que se anunciarán medidas para «sorprender» y facilitar el uso de dólares en transacciones económicas. En la práctica, el plan parece consistir en forzar a los argentinos a sacar los dólares del colchón y volcarlos al consumo, en un contexto donde el mercado sostiene que el dólar “esta muy barato” y espera una fuerte devaluación, cercana al techo de la banda, fijada por el propio gobierno, en 1400 pesos. Lejos de una reforma monetaria seria, lo que se propone es una dolarización obligada por agotamiento del circuito económico interno.

Pero ni siquiera este escenario tentador para las finanzas ha alcanzado para consolidar el ansiado “carry trade”: la bicicleta financiera que Milei y Caputo esperaban como bálsamo inmediato. Los capitales especulativos no terminan de llegar porque el mercado sigue sin creer del todo en la sustentabilidad política del rumbo económico. La percepción de que Milei depende excesivamente de figuras externas como Trump y del aval técnico del FMI para legitimar su proyecto profundiza la incertidumbre.

En este marco, el frente político comienza a mostrar signos de erosión preocupantes. Durante el foro de economía y negocios en la Expo EFI, Milei protagonizó un papelón mayúsculo. En lugar de consolidarse como un interlocutor confiable ante empresarios y analistas, descalificó a periodistas, insultó a legisladores opositores y se burló de sus antecesores en el cargo con tono beligerante. En la misma jornada, el presidente se jactó de haber “recapitalizado” el Banco Central y de contar con un “puts” estadounidense que, en sus palabras, nos convierte en una “potencia moral en camino a ser potencia mundial”. El exceso retórico y la grandilocuencia se han vuelto una constante.

Pero fuera de los salones refrigerados y los paneles empresarios, la calle ofrece otra postal. Durante una recorrida por Villa Lugano —territorio en el que La Libertad Avanza supo cosechar votos importantes en 2023— Milei y su vocero Manuel Adorni fueron abucheados por vecinos, en medio de insultos y reclamos por la falta de soluciones concretas. Lejos de los discursos de libertad, el malestar social se expresa en gestos, marchas y reclamos sectoriales. El exceso represivo en las calles por parte de las fuerzas federales, en lugar de contener la protesta, van generando una ola de repudio generalizado.

La situación se torna más grave cuando la violencia es generada por funcionarios del gobierno y hasta el propio Milei, con su discurso agresivo y violento. En ese sentido el principal asesor presidencial Santiago Caputo fue denunciado por el periodista y fotógrafo Ricardo Pristupluk tras un acto de campaña, acusándolo de intimidación y agresión. La Asociación de Reporteros Gráficos y organismos de derechos humanos repudiaron el hecho.

Hay que recordar que la agresión a periodistas gráficos es una constante en las cobertura de las marchas de jubilados los días miércoles frente al Congreso, y que el fotógrafo Pablo Grillo todavía sigue en terapia intensiva, luego de recibir un impacto de un cartucho de gas lacrimógeno  por parte de un gendarme en las jornadas del pasado 12 de marzo.

La respuesta del gobierno fue el silencio, en línea con su estrategia de deslegitimar cualquier crítica como parte de una supuesta “casta mediática”.

El clima electoral tampoco ofrece alivios. Con la campaña general muy polarizada entre el oficialismo y una oposición muy fragmentada, el nivel del debate democrático retrocede peligrosamente, mientras las urgencias sociales se agudizan.

Cierre del mercado en abril, el mes del debut del nuevo régimen cambiario

En síntesis, la gestión Milei transita una peligrosa disociación entre relato y realidad. La sobreactuación en la escena internacional —mostrándose como bastión del Occidente trumpista— busca suplir la falta de resultados tangibles en el plano doméstico. Pero ni la promesa de apoyo norteamericano, ni las selfies con el FMI, ni los guiños a Wall Street logran contener una inflación persistente, una economía aún inestable y un tejido social cada vez más tenso.

El oficialismo apuesta a que el alineamiento geopolítico y el relato heroico basten para atravesar hasta octubre. Pero el camino se estrecha, y el malestar ciudadano, aunque fragmentado, comienza a manifestarse. La pregunta ya no es sólo si la economía aguantará, sino si la democracia institucional resistirá el deterioro de su propia calidad frente a una gestión que apuesta más al relato que a una  verdadera gobernabilidad.

AM

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