El pensamiento de Antonio Gramsci, uno de los teóricos marxistas más influyentes del siglo XX, ha resurgido en las últimas décadas en un lugar inesperado: las nuevas derechas globales.
Antonio Muñiz
Movimientos como el trumpismo en Estados Unidos, el bolsonarismo en Brasil, y partidos como Vox en España o el Frente Nacional en Francia, han reinterpretado sus ideas, en particular el concepto de hegemonía cultural, para avanzar en su lucha política.
Gramsci sostenía que las clases dominantes no se mantienen solo mediante la fuerza, sino a través de la construcción de un consenso cultural y moral que las legitima. Esta hegemonía cultural debía ser disputada por las clases subalternas para generar un cambio revolucionario. Irónicamente, este concepto ha sido adoptado por las nuevas derechas, que, lejos de buscar una revolución socialista, lo han resignificado para enfrentarse a lo que consideran la hegemonía progresista.
Si tomamos como ejemplo a Agustín Laje, uno de los autores latinoamericanos más relevantes en el ámbito de la ultra derecha, este refleja esta influencia de Gramsci en su obra. A pesar de posicionare en las antípodas del marxismo, Laje denuncia una “colonización cultural” por parte de la izquierda, particularmente en universidades y medios de comunicación. Utiliza un discurso que recuerda a la crítica gramsciana de la hegemonía, pero que en lugar de desafiar al capitalismo, busca restaurar valores tradicionales en respuesta al avance de ideologías feministas, de género y progresistas.
Este redescubrimiento del gramscianismo por las derechas globales va más allá de Laje. Figuras como Steve Bannon, estratega de la campaña de Donald Trump, también apelan a la necesidad de construir una contra hegemonía en los medios y espacios culturales, una estrategia que Gramsci planteaba para las fuerzas subalternas, pero que la derecha contemporánea usa para atacar lo que perciben como una élite progresista que controla el discurso público.
El concepto de guerra de posiciones de Gramsci, según el cual la lucha por el poder no debe ser frontal sino una acumulación progresiva de fuerzas en diversos frentes, ha sido igualmente interiorizado por las nuevas derechas. Estas han construido gradualmente su influencia en instituciones clave como los medios e comunicación, las redes sociales y las nuevas tecnologías, las iglesias y organizaciones no gubernamentales, adoptando tácticas gramscianas para disputar el terreno cultural.
Además, al igual que Gramsci veía la importancia de las identidades culturales y populares en la lucha contra la hegemonía capitalista, las nuevas derechas han explotado retóricas de identidad y tradición. Apelando a temores sobre la globalización, la inmigración, la pérdida de soberanía, movilizan sectores amplios de la población, recurriendo a un relato que genera miedo hacia «el otro».
Si bien el uso del pensamiento gramsciano por las nuevas derechas puede parecer contradictorio, es un testimonio de la potencia de las ideas de Gramsci, pero también y sobre todo la flexibilidad de la nuevas derechas en captar esas ideas para ponerlas a su favor en su cruzada de resetear cultural y políticamente la sociedad de acuerdo a su ideología y sobre todo sus intereses.
Las teorías sobre la hegemonía cultural sigue siendo una herramienta potente para comprender cómo se disputa el poder, incluso cuando es resignificada por aquellos que buscan defender el status quo conservador, algo que los movimientos populares parecen haber perdido de vista.
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