Maristella Svampa –licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba y doctora en Sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París– ha estudiado no sólo la formación y consolidación de las organizaciones piqueteras, sino también el modo en que se ha buscado criminalizar sus reclamos con argumentos que, desde mitad de los años ’90, han servido a distintos ciclos políticos. Desde ese lugar, la académica advierte sobre las particularidades de los discursos políticos y mediáticos que, con violencia, se hicieron oír la semana pasada, estigmatizando a determinadas agrupaciones de desocupados y desocupadas y a sus dirigentes, especialmente a una de ellas, una mujer, Milagro Sala. El avance de la derecha, la comprensión de la política –otra vez– en términos de civilización o barbarie y la configuración de nuevas organizaciones sociales en boca de una intelectual que ha sabido acompañar el pulso popular a lo largo de las últimas dos décadas.
Acaba de firmar, junto con otros intelectuales, una declaración alertando sobre los efectos de los discursos criminalizadores de ciertos movimientos sociales por parte de Elisa Carrió, Gerardo Morales y las coberturas de los diarios Clarín y Nación.
–Es que es muy preocupante porque cada vez que se agita el fantasma de la violencia política los contextos represivos se acentúan o hay episodios de represión. Hay además un clima muy enrarecido en la sociedad en el último año y medio. Mucha gente empezó a pensar en términos de una estructura binaria, de fuerte polarización. A pesar de que no soy partidaria de lecturas de lo destituyente, ese esquema binario que instala el sistema de amigo/enemigo de manera tan tajante lo que hace es debilitar aun más el contexto democrático en Argentina e impide pensar en la complejidad de los conflictos políticos. Pero más allá de esas lecturas es necesario decir que sí está enrarecido el clima y que ha habido un avance de la derecha que apela en su discurso a la noción de seguridad, de gobernabilidad.
Pareciera como que ese avance de la derecha ha logrado consolidar, tal vez a partir del conflicto con los sectores agrarios, un “nosotros” que se da el lujo hasta de expresiones racistas.
–Yo no soy partidaria de lecturas lineales. Efectivamente hay una campaña antipiquetera muy fuerte que instala distintos discursos criminalizadores que ahora se ven reactualizados con distintos voceros, pero sólo reactualizados. La criminalización de los movimientos sociales e incluso de la pobreza son dispositivos generales del modelo neoliberal desde mediados de los noventa, cuando surgen los primeros levantamientos comunitarios en las localidades petroleras al estilo Cutral-Có y Plaza Huincul en Neuquén, Mosconi en Salta. Entonces ya se aplican dispositivos de criminalización en ese marco de Estado de seguridad –porque hay un mayor pertrechamiento de las fuerzas de seguridad, no olvidemos el rol que empezó a tener Gendarmería Nacional–. Estos dispositivos recorren, de manera diferente, distintos ciclos políticos. Las organizaciones piqueteras fueron criminalizadas desde el origen, más allá de que circunstancialmente ahora sean las organizaciones piqueteras que tienen afinidad con el Gobierno las que aparecen como en el centro del cuestionamiento.
Sin embargo, ahora se hace cierto hincapié en la estigmatización de los rasgos identitarios de estas organizaciones.
–En realidad los argumentos que forman parte del discurso criminalizador estaban en juego desde principios del 2000 y para mí son cuatro:
-Asociar a las organizaciones de desocupados con la figura del “subversivo”. Ejemplos: Cuando se da el Cutralcazo el Gobierno mismo habla de rebrote subversivo. Los piqueteros de General Mosconi en 2001 son vinculados con las FARC y la ETA. Cuando se da la masacre de Puente Pueyrredón lo primero que se dice, de lo primero que se habla es de la existencia de un complot y de luchas internas entre piqueteros. Es decir, esa figura recorre el discurso criminalizador. Hoy en día se habla de violencia política y violencia piquetera y hay quienes comienzan a decir si efectivamente no hay más piqueteros armados. Este argumento es el más grosero y tal vez por eso también el más endeble.
-La hipótesis de la manipulación: O bien hay partidos políticos detrás y por ende esto los desnaturaliza en sus demandas. O bien son presos del clientelismo. Así se convierte a los piqueteros en agentes asistenciales que son cooptados por los diferentes gobiernos que distribuyen de manera discrecional esos planes sociales, no son por ende autores libres o autodeterminados, lo cual exhibe un desprecio importante.
O sea, no hacen política sino simplemente ponen el cuerpo.
–Ese es otro argumento, que se usa últimamente: la hipótesis miserabilista. Que yo llamaba así desde el año 2004, es decir que al ser bases sociales muy vulnerables, desprovistas, que se desenvuelven en el campo de la sobrevivencia, no pueden o no son capaces de hacer política. Hay una suerte de límite ontológico de la política y lo que se hace es, sobre todo, rechazar todo tipo de análisis complejo y asimilar las organizaciones de desocupados a esas masas sumergidas que no pueden autodeterminarse, no pueden pensar en otros mundos posibles. Son expulsados de la política.
¿Y el cuarto argumento?
–Sería una crítica normativa, que aparece en algunos diarios, en el discurso de ciertas ONG e incluso de académicos: ahí se dice que no son lo que deberían ser. Ellos deberían ser y tener otro tipo de demandas. Es decir, se movilizan o realizan cosas que no se espera que hagan. Salen del marco, la crítica normativa dice que no son lo que deberían ser y en cambio se constituyen en actores plebeyos, utilizan la acción directa, se organizan en cooperativas, solidariamente, pero además desarrollan una acción de tipo no institucional. Tal vez este último argumento sea el que está menos presente y ahora funcione más la hipótesis de la manipulación, clientelar. Pero insisto, en 2004 se hablaba de clientelismo de izquierda en relación con el Partido Obrero, por ejemplo. Se ignoraba así el contenido diverso y complejo del universo piquetero buscando simplificarlo y en este caso es clientelismo gubernamental.
Sin embargo, cuando se describe en los grandes medios a la organización Túpac Amaru, particularmente, todo lo que podría ser a favor, como la construcción de viviendas, etc., se traduce en descalificación. La organización se convierte en “Estado paralelo”.
–Es cierto, hace unos años se invisibilizaba la red solidaria que se desarrolla en los barrios, entonces se trataba de descalificar las acciones que se llevaban a cabo en el espacio público e invisibilizar lo que se hacía hacia dentro del territorio. Hoy en día creo que la hipótesis clientelar es tan fuerte que lo que se trata de demostrar es el carácter espurio de los fondos que se utilizan para hacer efectivamente este tipo de tareas que supuestamente deberían estar en manos del Estado. O que condena todo tipo de mediación, como espuria o discrecional. Lo cual es terrible y es a la vez ignorar toda la historia del movimiento y las organizaciones sociales que hacen trabajo comunitario. Es ignorar los cambios internos que ha habido en la matriz argentina en los últimos quince o veinte años. La composición misma de las clases populares, el surgimiento de nuevos movimientos sociales.
También se apela a cierto miedo de lo que pueden lograr estas agrupaciones de frente a un nosotros que parece muy fortalecido, un nosotros blanco de clase media que estaría amenazado por estas formas de organización paralela.
–Es posible que haya contenidos más fuertemente clasistas, con un sesgo racista, que es cierto que se instaló en los últimos tiempos. En los últimos tiempos también hay que analizar que esos pocos puentes o pasarelas que se habían tendido entre las clases medias y los sectores populares más organizados se rompieron por completo. Lo que queda ahora es muy marginal y lo que aparece ahora como emergente es precisamente un discurso muy autocentrado en esa noción de clase media blanca a la que vos te referís como representativa de lo que es el país. Es cierto eso. Pero yo no soy partidaria de una visión lineal de las clases medias.
¿Vos no advertís un espacio más fértil para que se escuchen discursos que parecen no registrar mediaciones en cuanto a la construcción de un otro oscuro, pobre, amenazador, incluso extranjero?
–Puede ser, pero yo lo que veo es más bien continuidad y cada tanto inflexiones en las que toma relevancia este discurso, pero este discurso criminalizador tanto de los medios como en algún caso fue del Gobierno en relación con los movimientos de desocupados y por extensión a otras organizaciones populares, sobre todo si uno piensa por ejemplo en las poblaciones originarias. Yo lo veo desde hace tiempo. ¿Qué es lo que hay de nuevo? Hay, más que un endurecimiento del contexto represivo, un avance de la derecha, una consolidación de un discurso altamente sicuritario en donde esto aparece también como una suerte de amenaza, sí. Pero en el 2004 también lo había, estaba (Juan Carlos) Blumberg, por ejemplo, todavía había más presencia de las organizaciones piqueteras en el espacio público de la ciudad de Buenos Aires. También lo había en el 2001 y en 1999 cuando empezaron a tener más centralidad las organizaciones piqueteras no sólo como sujeto social sino político. En realidad, la historia misma de los avatares de las organizaciones piqueteras, más allá de que hay diferentes fases y es un campo muy heterogéneo, está muy marcada por el discurso criminalizador que va desde la judicialización del conflicto –o sea llevar las acciones políticas al terreno penal–, hasta la criminalización o estigmatización mediática y política.
Esta vez, pareciera que la estigmatización mediática tiene un efecto directo sobre el sentido común que otras veces no funcionó de manera tan automática.
–Claro, este discurso criminalizador, estigmatizador, no tiene el mismo resultado, no siempre llega a cuestionar el relato identitario construido por un actor, que nunca es lineal. Cuando el gobierno de (Carlos) Menem calificó de rebrote subversivo lo de Cutral-Có, esa lectura no se instaló. Cuando el gobierno de (Eduardo) Duhalde habló de complot y matanza entre piqueteros en el Puente Pueyrredón, eso tampoco llegó a instalarse y fue desbaratado rápidamente por diferentes medios. A partir de 2004 hay inflexiones. A partir de 2004 hay un quiebre del relato identitario piquetero, porque los que habían sido hasta ese momento el símbolo de la lucha contra el neoliberalismo comienzan a ser vistos como una suerte de efecto perverso del modelo neoliberal.
¿A qué te referís con “efecto perverso”?
–Por el asistencialismo, por la manipulación política, por la cuestión de la violencia piquetera. Eso, hoy en día, aparece mucho más instalado, creo yo. Pero viene de 2004, activado, actualizado, con nuevos elementos por el hecho de que realmente no estamos frente a ese gobierno fuerte que fue el de Néstor Kirchner, con esa capacidad de aglutinar a sectores de derecha que demandaban gobernabilidad con sectores de centroizquierda que apelaban a la idea de transversalidad. Hoy en día esa coalición se deshizo y tenés el avance de una derecha que busca deslegitimar las organizaciones sociales que se incorporaron al Gobierno.
Son dos etapas diferentes pero que tienen continuidad, si no lo decimos parece que no tuviéramos memoria, que no recordamos ni lo que pasó en 1996 o en 2004. Hoy llegamos al punto en que abrís cualquiera de los dos grandes diarios nacionales y hablan de lo que pasó en Cutral-Có como si allí hubieran estado los piqueteros auténticos. Lo hacen a través de reportajes en los que se ubica a una figura que participó de aquel movimiento –pasa en la televisión también– preguntándole qué opina de D’Elía, qué opina de Pérsico, para que los deslegitime, para hacer la distinción entre piqueteros auténticos y los otros, o para quitarles ese nivel de autenticidad a los movimientos piqueteros. Porque ése es el objetivo de fondo, distorsionar lo que es un movimiento social. Que a la vez es muy heterogéneo y nunca tuvo una relación fácil con el resto de la sociedad.
Apenas se puede recordar un breve romance que encarnó aquella consigna de “piquete y cacerola, la lucha es una sola”.
–Sí, se habían tendido pasarelas y no puentes porque la primera correntada se las llevó puestas. Y que en realidad vuelven a mostrar esta ruptura de solidaridades sociales entre clases medias y clases populares. Pero también al interior de las clases populares hubo rupturas de solidaridades porque surgió un nuevo proletariado plebeyo dentro de ese mundo de los excluidos que se generalizó en los ’90.
¿A qué llamás proletariado plebeyo?
–En varios libros lo que analizo es cómo se dieron el declive y la fragmentación de las clases populares, clases trabajadoras muy ligadas al mundo del trabajo formal y vinculadas con el peronismo, sobre todo con los sectores sindicales y la emergencia de un mundo organizacional diferente, muy proclive a la acción directa y al desarrollo de otras formas de organización. Ese mundo de los excluidos que comienza a autoorganizarse y adquiere visibilidad, sobre todo a partir de 2001, es diferente de aquel mundo de los trabajadores urbanos relacionados con el trabajo formal. Este es un mundo desconocido que inspira miedo para muchos de estos sectores medios, blancos o no. Son los que sintetizan la imagen de las clases peligrosas, sobre todo si están del otro lado, en el conurbano bonaerense.
¿Su mera existencia podría funcionar como una amenaza para quienes todavía participan del sistema laboral?
–Ese mundo no es clase trabajadora, tampoco es lumpen proletariado como se lo intenta descalificar, sino un nuevo proletariado plebeyo que busca autoafirmarse a través de la acción directa en tanto ser excluidos dentro del modelo neoliberal. En esa suerte de autoafirmación de ciertos rasgos culturales asociados con las clases populares aparecen como altamente disruptivos y son también los que provocan tanto desprecio por parte de las clases medias en todo momento. Hablo de proletariado plebeyo porque conforma los contornos de una nueva clase popular y en ese sentido. Por eso ya no se puede hablar de clase popular en singular, hay que usar el plural, porque hay una fragmentación o distancia entre los excluidos y el mundo de los trabajadores sindicalizados, por ejemplo.
Las relaciones entre organizaciones piqueteras y trabajadores ocupados son muy, muy complicadas, muy poco verbalizadas. Siempre fueron vistas con desconfianza, incluso en ese período de las asambleas barriales había desconfianza hacia los piqueteros porque había varias cosas que los colocaban en el lugar de la alteridad radical, primero por su acción disruptiva; y después, la cuestión de los planes sociales nunca cerró del todo. Es cierto, cuando después veían lazos solidarios, comedores, panaderías, proyectos, emprendimientos productivos, ahí cambiaba el registro de lectura, pero era muy diferente la relación con los cartoneros, por ejemplo.
Para las clases medias parece más fácil relacionarse con sujetos asistenciales que con actores políticos.
–Claro, mientras los piqueteros eran sujetos políticos, los otros no aparecían de ese modo y sí demandaban una lógica más asistencial pero sobre todo pedagógica de parte de las clases medias. Es increíble, pero esas relaciones tortuosas dentro del universo militante incluso, son poco verbalizadas, no se habla acerca de lo difícil que es comprender, incorporar, tratar al otro en su diferencia. Y los piqueteros siempre fueron los peores tratados. Afuera y adentro del campo militante.
¿Y las piqueteras? ¿Creés que hay una mirada distinta cuando ese sujeto encarna en un cuerpo de mujer?
–Lo que hay que decir en primer lugar, cuando una habla de América latina y el campo militante, es que la presencia de la mujer es central, sobre todo en las clases populares. Es la gran articuladora. No sólo en lo que tiene que ver con desarrollo del tejido asistencial sino también con protagonismo político. Y es algo que ha implicado todo un proceso de empoderamiento. Cuando yo hice el trabajo sobre organizaciones piqueteras, y te estoy hablando del año 2002, a mí me sorprendió mucho ver ciertas actitudes de mujeres piqueteras, por ejemplo en la Corriente Clasista y Combativa, que se autolimitaban. Y que por ejemplo tenían miedo de hablar en público, en contraste con un gran trabajo comunitario. Ellas clamaban por más protagonismo pero a la vez reconocían el liderazgo masculino. Yo creo que ha habido mucho cambio en los últimos años, sobre todo desde 2002 en adelante.
¿A qué atribuís ese cambio?
–Porque desde entonces se configura un campo multiorganizacional que va desde las fábricas recuperadas, los colectivos culturales, cierto sindicalismo; el surgimiento de las organizaciones ambientales, y por supuesto las organizaciones piqueteras. Y es a partir de ahí que surgen otros espacios de circulación y de construcción de discursos identitarios y es ahí donde las mujeres comienzan a empoderarse, a partir de la consolidación de su participación en Encuentros de Mujeres, por ejemplo, y el desarrollo al interior de las propias organizaciones de desocupados de espacios de mujeres o de género. El caso del Frente Darío Santillán es un referente de eso. Con todas las ambigüedades o ambivalencias que tiene eso. He leído trabajos muy lindos en relación con estas dificultades que existen y de las distintas figuras de la mujer que coexisten en los espacios piqueteros: figuras tradicionales y figuras más innovadoras y disruptivas. El caso es que ha habido un empoderamiento muy importante.
Antes, teniendo las mujeres fuerte protagonismo, esto no era reconocido políticamente, salvo en el caso de Nina Peloso, a la sazón la mujer de Castells.
Una figura muy particular.
–Bueno, todas tienen que ser particulares y sobre todo muy fuertes para poder emerger en ese mundo netamente masculino y más en las clases populares, con fuertes contenidos patriarcales. Si no se imponen a través de figuras particulares, como ser la misma Milagro Sala, no hay posibilidad de consolidar un liderazgo femenino. Pero ahora sí hay reconocimiento del carácter político de esa participación social antes silenciada.
¿Se puede decir que esa emergencia tiene un costo? ¿No resulta más amenazador aun un liderazgo femenino, en tanto que la distancia hacia esa otra es prácticamente insalvable?
–No estoy segura. Aunque sí es evidente que hay una crítica a la no autolimitación. Pero a ver, cuando una piensa en movimientos históricos liderados por mujeres el rol siempre ha sido fundamental. Por ejemplo, el movimiento de Derechos Humanos: las Madres de Plaza de Mayo politizaron lo impolitizable. Es cierto, lo hicieron desde el lugar de madres. Pero dentro del movimiento piquetero también: en los orígenes, los primeros levantamientos comunitarios, tanto en Cutral-Có como en General Mosconi, las que lideraron las demandas de trabajo en nombre del hambre de sus hijos fueron las mujeres. Pero es cierto, lo hicieron desde un rol tradicional, ellas no son proveedoras pero tienen que asegurar la supervivencia. Y la verdad es que las mujeres le dieron tal fuerza al reclamo que pasó a ser urgente y ya no se lo vio como un reclamo político nada más. Fue un descubrimiento.
El problema es cuando queda totalmente velado el rol materno.
–Y sí, se le critica la no autolimitación. Sobre todo desde un discurso que la masculiniza. En ese sentido puede ser que se pague. Yo que trabajé el tema de los countries, en los asesinatos famosos en que las víctimas son mujeres hubo algo más que voyeurismo en la búsqueda del detalle de su vida privada, se la condenaba no solamente a ella como víctima sino directamente la libertad sexual. Era ejemplificador. En este caso tiene que ver con la libertad política, convertirse en referente en un mundo que les pertenecía a los hombres.
En el caso de Milagro Sala, el discurso desde los medios es sobre todo estigmatizador, a pesar de que se sienta la sospecha sobre un accionar supuestamente delictivo por el uso de armas o de la violencia, también se habla de, por ejemplo, su pertenencia a los pueblos originarios y hasta de su pelo “cortado a cuchillo”.
–Sí, pero los medios de comunicación adoptan un discurso que convoca e impulsa a la criminalización. Porque lo que hacen es, primero, reducir y simplificar la protesta, desdibujar la demanda de derechos y caracterizar como ilegal a la misma. Favorecen la judicialización del conflicto, los propios medios, sobre todo los televisivos, cada vez que enfocan una protesta lo primero que hacen es asociarla con el caos y establecer una jerarquía de derechos que pone sobre todas las cosas la garantía de circulación y no el derecho a tener derecho. Entonces sí es estigmatización mediática y social pero el camino de la judicialización está ahí nomás. Abre el camino a la criminalización y lo impulsa.
¿Cómo impactan estos discursos hacia dentro de las organizaciones sociales?
–Con mucha preocupación, porque cada vez que se agita el fantasma de la violencia política termina habiendo represión.
Y muertes. Como pasó en los casos que ya mencionaste: Cutral-Có, General Mosconi, la masacre del Puente Pueyrredón.
–Exactamente. Es muy preocupante y ya hay muchas organizaciones que hicieron declaraciones advirtiendo que cada vez que desde el poder, desde los medios, de los partidos políticos y en definitiva desde las fuerzas del establishment se asocia movimientos sociales a violencia política, lo que ha habido después son episodios de represión importantes. El último: la masacre de Puente Pueyrredón, donde antes se había escuchado incluso a dirigentes del partido radical hablando de violencia política.
También han aparecido como actores en los últimos años, organizaciones de pueblos originarios que antes eran más invisibles y que parecen muy fáciles de estigmatizar una vez que rompieron el cerco más difícil, el de la invisibilidad.
–Justamente, hace poco fui invitada por la asamblea de Loncopue a presentar el libro de la minería –Minería transnacional, narrativas del desarrollo y resistencias sociales, Editorial Biblos– y había habido un hecho de represión hacia el movimiento de toma de tierras por parte de los mapuches. Los estancieros del lugar, autodenominándose así, estancieros, se habían reunido para condenar a las organizaciones mapuches diciendo que detrás de ellas estaban las FARC, la ETA. Nuevamente esta asociación entre organizaciones y violencia política, acusaciones groseras e inverosímiles pero que manifiestan un profundo malestar por parte del establishment ante el avance de las organizaciones que han recuperado efectivamente territorio, ante el avance de la legislación internacional como el Convenio 169 de la OIT que reconoce los derechos territoriales de los pueblos originarios, que la misma Constitución argentina reconoce. Y se está instalando un fuerte discurso criminalizador que va desde declaraciones –en los diarios de la zona que yo leí– diciendo que el mayor terrateniente son los mapuches hasta decir que no son argentinos, que son chilenos y como tal no tienen derecho a reivindicar territorio argentino. Son cosas que ponen los pelos de punta, porque detrás de eso viene una política de judicialización y de desalojos, no sólo por la tierra sino también por la frontera petrolera y minera. Más si tenés en cuenta lo que sucede en Chile, donde a las organizaciones mapuches se les ha aplicado la legislación antiterrorista de la época de Pinochet. Es complicado. En Tucumán, además fue asesinado el 12 de octubre Jorge Chocobar, algo totalmente silenciado por la prensa y por los políticos que ahora hablan de las organizaciones piqueteras, algo que no en vano sucede en este contexto.
A pesar de cierta “vuelta a la normalidad” de la que hablabas entre 2003 y 2004, parecen haber surgido otros tipos de organizaciones sociales en este período que no son del todo visibles, como las asambleas ambientalistas o los movimientos indígenas.
–Estoy segura de que hay un campo multiorganizacional muy sólido; muy heterogéneo, sí, pero en el que hay acumulación de luchas desde hace varios años que han implicado aprendizajes. Así que la criminalización es generalizada. Es una variable del modelo neoliberal que los distintos actores la usan según su momento político.
El caso de las asambleas socioambientales es particular, sobre todo aquéllas contra la minería, porque son movimientos novedosos. Hoy en día hay unas 70 asambleas –porque la explotación minera es más grande de lo que pensamos– y en ese sentido hemos visto un corrimiento de la judicialización hacia estos grupos. Y aquí la judicialización se ha dado aplicando enseguida la legislación penal en contra del corte de ruta. Efectivamente, el corte de ruta es una metodología utilizada. Y lo cierto es que al ser un fenómeno novedoso y la criminalización hacia ellas también lo es, no hay en Argentina organizaciones de derechos humanos que se ocupen de esta temática y que hayan elaborado herramientas para salir en defensa de conflictos que tienen lugar en pequeñas y medianas comunidades muy alejadas de los centros políticos. En los últimos tiempos se ha empezado a formar una red, pero es una construcción muy lenta que todavía no está consolidada.
¿Cuál es la composición de estas asambleas?
–Estas son asambleas multisectoriales, amas de casa, maestras, comerciantes; es heterogénea porque la implantación de este tipo de explotación en sus localidades afecta a todos y entonces es transversal, no hay clivajes de clase fuerte. Pero en La Rioja, por ejemplo, hay una muy fuerte presencia de mujeres que son emblemáticas, varias de las cuales son maestras a las que se les prohibió hablar de minería en las escuelas. Son cierres de canales de expresión muy fuertes que no son conocidos acá.
Esta es la última expresión de los procesos de criminalización que hay que leer en continuidad porque desde el 2004 ha habido un corrimiento del conflicto hacia lo sindical y lo socioambiental. Y ahora, con el recrudecimiento de la pobreza y el aumento de las brechas de desigualdad, el mundo de los excluidos reemerge desarrollando presencia en el espacio público demandando que lleguen los subsidios para cooperativas y que han empezado a inquietar el discurso del establishment.
Volvemos entonces a advertir un avance de la derecha encarnada en ciertos sectores de las clases medias, partidos políticos, propietarios.
–Creo que lo que ha habido es un avance muy neto de la derecha en un contexto de descomposición del modelo kirchnerista. Sin embargo, ¿por qué no soy partidaria de ver sólo el avance de la derecha? Porque creo que efectivamente ha habido aperturas por izquierda o por centroizquierda. Hoy la capacidad del kirchnerismo de convocar organizaciones sociales ya no la tiene más, se abrió entonces un espacio de izquierda o centroizquierda para desarrollar imaginación política, no solamente en el sentido en que lo pueden postular Pino Solanas o la Constituyente Social. Lo pienso desde el campo de las organizaciones sociales independientes o autónomas. Es un campo, también ése, interesante, para pensar posiciones de centroizquierda y pensar más allá del gobierno. Y eso estuvo invisibilizado sobre todo porque el kirchnerismo parecía invencible.
¿Quiere decir que podría abrirse el espacio para dejar de pensar que hay sólo dos opciones posibles?
–Mi tesis de doctorado, a mediados de los ’90, fue la lectura política y cultural de la dicotomía civilización y barbarie en el espacio político y cultural hasta los años ’70. Y me acuerdo que terminé ese libro señalando que esa dicotomía como lectura omnicomprensiva se había debilitado o desaparecido, que quedaba más bien como mecanismo de descalificación cuando se quiere tildar de bárbaro o antipueblo al otro. Sin embargo, esto se reactualizó. ¡Lo primero que escribí en torno del conflicto con los sectores agrarios fue sobre la reactualización de los esquemas binarios!
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