Por Ricardo Forster
Cada época de la historia no sólo inventa sus propias palabras sino que ilumina con nueva luz antiguos vocablos que habían caído en desuso o simplemente se habían ausentado de escena. Así sucedió con gran parte de las herencias políticas provenientes de lo inaugurado por la Revolución Francesa allí donde, en los años hegemonizados por la retórica neoliberal, muy pocos siguieron hablando de derechas e izquierdas en un tiempo de profunda despolitización que anunciaba, también, la doble muerte de la historia y de las ideologías. La astucia del poder logró, en aquellas décadas finales del siglo veinte, naturalizar su propia ideología destituyendo por inactual cualquier tradición que pudiera recordar el contenido brutal y salvaje del capitalismo desplegado después de la caída del Muro de Berlín.
La panacea del mercado global unida a una profunda transformación cultural asentada en el papel central de las grandes corporaciones de la industria de la comunicación, la información y el espectáculo, habilitó un doble proceso: por un lado, el advenimiento de una sociedad hiperindividualista dominada por la lógica del consumo y, por el otro lado, la producción de una nueva forma de sentido común y de opinión pública fuertemente capturada por una derecha portadora de nuevos arsenales capaces de horadar historias, biografías, conciencias y pertenencias.
Algo de esa hegemonía amparada en el ocultamiento de sus intenciones comenzó a quebrarse a partir de la crisis desatada en el corazón primermundista del capitalismo especulativo-financiero (entre nosotros esa evidencia se manifestó con toda su crudeza en la bancarrota del 2001 que se llevó puesta a la convertibilidad sin acabar, de todos modos, de romper el ensueño neoliberal que, insisto, penetró honda y radicalmente en amplios estratos de la población).
Mientras algunos medios de comunicación repiten una y otra vez el carácter anodino y hasta pueril de la campaña electoral buscando, quizás, aportar un nuevo granito de arena a la despolitización de la sociedad, lo que vemos emerger de un modo algo imprevisto es, por el contrario, la más fuerte evidencia de lo que podríamos denominar el “inconsciente ideológico” de nuestras derechas; un inconsciente que logra, como en el caso de De Angeli, sortear cualquier represión del superyó para lanzar a boca de jarro sus exabruptos reaccionarios enmarcados en su habla “campestre”, directa y sin sutilezas, como supuestamente le gusta a la gente. Pero también lo siguen Biolcatti y Macri cuando el primero afirma que el 29 deberíamos tener otro gobierno y cuando el segundo regresa sin escalas a la década neoliberal de los noventa reivindicando la reprivatización de Aerolíneas Argentinas.
A estas perlas de la derecha argentina (¿Vale en estos tiempos pos posmodernos utilizar categorías que habían sido abandonadas como inactuales? ¿Vale regresar sobre lo que hoy, como ayer, significa ser de derecha? ¿Nos permite, el amigo lector, utilizar estos giros anacrónicos?) hay que agregarles el apoyo que las declaraciones de Macri recibieron de su socio De Narváez (ambos unidos por su condición de herederos que se dedican a gastar la plata de los papis jugando a ser políticos exitosos y a trasladar a la vida pública sus caprichos de adolescentes ricos e impunes) y, como no podía faltar, de Gabriela Michetti que dobló la apuesta de su jefe y exigió la reprivatización del sistema jubilatorio.
Extrañas circunstancias las actuales que nos muestran a una derecha que no esconde sus ambiciones y que coloca en el centro de la escena su visión de la sociedad: visión que va desde el regreso a la lógica privatizadora vinculada al desguace del Estado con la creación de dispositivos de vigilancia y represión articulados a partir de la construcción de una política del miedo. Todo cabe dentro del cajón de sastre de la derecha vernácula: el regreso a la política brava de los conservadores de principios de siglo veinte que llevaban a votar a sus peones como quien lleva el ganado al abrevadero; el retorno sin pudores de lo peor del neoliberalismo noventista junto con las lógicas de “mano dura” y mapas de la seguridad que no son otra cosa que diseños para la construcción de guetos y de muros que pongan fuera de la visibilidad a los excluidos y a los pobres.
De Angeli dice brutalmente lo que piensan, pero no dicen públicamente, los Macri y los De Narváez; Biolcati expresa su lógica destituyente de un modo que silencian los otros actores políticos de la derecha (pienso en Lilita Carrió y en sus continuos anuncios apocalípticos que la han llevado a utilizar discrecional e impunemente palabras y conceptos como fascismo, totalitarismo, hitlerismo, etc., para referirse a Néstor Kirchner o al gobierno nacional democráticamente elegido por la mayoría del pueblo argentino. Allí también se anida un pensamiento y una práctica de derecha: un denuncismo vacío que se apropia de la memoria histórica, en especial de aquella que nos recuerda los horrores reales de otros tiempos, para rapiñarlos de su sentido y del dolor de las víctimas colocándolos en la actualidad al precio de su absoluta deshistorización).
Saliendo del redil de la derecha (insisto, y sabrá perdonarme el lector, en la utilización de categorías políticas anacrónicas según los analistas formados en los lenguajes de la encuestadología, la publicidad y el marketing) es interesante detenerse en un cierto aspecto del debate televisivo del miércoles pasado, debate del que participaron los cuatro candidatos mejor posicionados de la ciudad de Buenos Aires. No sorprendió la nada conceptual de Gabriela Michetti, su juego gestual que reemplaza lo que las palabras y las ideas no dicen; tampoco el esfuerzo inútil de Prat-Gay por disimular su aspecto de yuppie de la banca Morgan y de concheto porteño que habla de los pobres como quien habla de cosas y objetos.
Sí sorprendió la estrategia que eligió Pino Solanas para acrecentar sus chances electorales: eligió descargar todas sus baterías contra Carlos Heller como representante del gobierno nacional y como candidato del kirchnerismo. Pino fue brutal e inmisericorde, nunca mencionó a la derecha, nunca se detuvo a criticar al macrismo y a su gestión en la ciudad (apenas y, casi en tono de burla, le recordó a Michetti que todavía estaban habilitados 54 prostíbulos, en un gesto que no se entendió muy bien si respondía a una crítica por la explotación de mujeres o un recurso moralista). Su estrategia fue horadar al Gobierno silenciando incluso aquellas políticas que en otras ocasiones ha reivindicado; para Pino, como para Claudio Lozano, la derecha no parece existir a la hora de elegir su estrategia electoral y de imaginar que ellos serán los herederos de una derrota del kirchnerismo desconociendo que la única alternativa de poder real que se prepara para ir por todo –como lo vienen anunciando sin ruborizarse– es esa derecha que permaneció innombrada durante todo el debate por el cineasta-candidato.
¿Sorprende? No demasiado, porque no deberíamos olvidar que durante el debate parlamentario en torno a la resolución 125, Claudio Lozano, compañero político de Solanas, no sólo que votó en contra en su condición de diputado sino que luego hizo lobby para que los senadores del ARI de Tierra del Fuego hicieran lo mismo. Durante el conflicto con las patronales agropecuarias Proyecto Sur se alineó con los intereses de la derecha bajo el supuesto apoyo a una Federación Agraria que ya se había pasado con armas y bagajes del lado de la Sociedad Rural.
Interesantes son las cosas que se vienen sucediendo en este último tramo de la campaña; de una campaña electoral que, lejos de no aportar elementos significativos, nos ofrece la posibilidad de vislumbrar dónde se coloca cada quién y qué proyectos se defienden. Por eso y por otras cosas, esta no es una elección más; en ella se juega probablemente el destino de los próximos años en el país; en ella nuevamente se ponen de manifiesto lo que intentaba clausurar el discurso neoliberal que decretó la muerte de las ideologías junto con el fin de la historia. Algunas palabras vuelven a resonar, vuelven a tener sentido y el universo complejo de la política logra sustraerse, aunque sea tibiamente, del dominio abrumador de los lenguajes mediáticos y de su transformación en una mera mercancía. Cuando podemos correr por un rato al ejército de publicistas, de encuestadores, de opinólogos y de expertos en marketing, lo que aparece es lo olvidado de la política: en este caso lo que se muestra es la visión que tiene la derecha y de qué modo se prepara para intentar regresar al poder.
Su discurso ha abandonado los eufemismos allí donde, hacia el final de la campaña y cuando ya no está tan segura de ganar electoralmente, elige decir con brutalidad aquello que piensa hacer si logra capturar nuevamente el gobierno. Sus ideas de la sociedad, de la seguridad, de los derechos humanos, del papel del Estado, de la crisis mundial, de América latina vienen a expresar, aunque resulten horribles, algo de todo aquello que fue capturando al sentido común de las clases medias a lo largo de la década menemista y que todavía se prolonga en nuestros días cruzados por el desafío que el kirchnerismo, con sus ambigüedades, dificultades y contradicciones le planteó, sin embargo, a los poderes desde siempre hegemónicos en la Argentina.
La derecha sabe quién o quiénes son sus verdaderos adversarios, por eso no les teme y hasta promueve a aquellos que ejercen una crítica testimonial, sin capacidad para cuestionar ese poder real y que son habilitados por los mismos espacios corporativo-comunicacionales que suelen disparar toda su munición gruesa contra quien sí viene afectando sus intereses. Por todo esto, y más, estas no son elecciones comunes y corrientes ni tampoco suponen, como nos lo hacen creer ciertos opinadores profesionales, que nada importante está en juego.
Están en juego la política y la idea de una democracia que sea capaz de habitar el conflicto no como fin de la convivencia social sino como genuino recreador de la vida colectiva; están en juego tanto la recuperación de concepciones distribucionistas como las que defienden un rol activo del Estado en la defensa de los más débiles; están en juego, de cara al bicentenario, el proyecto de una integración latinoamericana sustentada en principios comunes de justicia y equidad y la afirmación de políticas anticíclicas que no perjudiquen a los trabajadores sino que defiendan el salario y el mercado interno…
Estas son algunas de las cosas que están en juego frente al avance de una derecha que apuntará a la reprivatización y a la ampliación exponencial de la concentración de la riqueza y del poder en cada vez menos manos. Poco o nada tienen de anodinas unas elecciones en las que tanto se pone en juego; poco y nada tienen de ingenuas aquellas críticas testimoniales que prefieren hacer pie en la crítica del Gobierno antes que señalar el peligro real que viene desde la derecha que, eso hay que recordarlo, no busca destituir lo inaugurado el 25 de mayo del 2003 por lo que hizo mal sino por todo aquello que se hizo bien. Mejor sería no olvidarlo en defensa de nosotros mismos.
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